Marea violeta, fuerza incandescente

Cuántas personas, cuántos seres, cuántas mujeres, cuántas almas en una misma lucha; una sola vibración que alcanza la estratósfera y recubre la tierra de pasión y convicción

por Verónica Chalita

Por Verónica Chalita

Marea violeta, fuerza incandescente. Cuántas personas, cuántos seres, cuántas mujeres, cuántas almas en una misma lucha; una sola vibración que alcanza la estratósfera y recubre la tierra de pasión y convicción.

Miles de voces desfogando su dolor, ardor e impotencia ante un Estado incapaz, ausente, pero, sobre todo, indolente. Miles de mujeres unidas frente a una justicia caprichosa, esquiva y parcial.

De acuerdo con cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), a la fecha México mantiene un total de 311,697 personas desaparecidas o no localizadas, el 42.28% durante el actual sexenio.

De la cifra anterior, 127,808 pertenecen a mujeres registradas como desaparecidas, no localizadas o localizadas con vida o sin vida.

Según el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, A.C., en la mayoría de los relatos sobre las desapariciones de mujeres, niñas y adolescentes no hay eventos extraordinarios: suceden durante el trayecto de regreso a casa después de la escuela o el trabajo, a plena luz del día, en horarios en los que hay personas en la vía pública.

Cada una, desde su propia vivencia como víctima, familiar o solidaria abraza la masa violeta, y acompaña con paliacates, mantas carteles, globos, cantos, botargas. Un grito de hartazgo generalizado:

“Podríamos ser más, pero ya no están”; “Pinche gobierno, cuéntanos bien”; “Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”; “Mujer consiente, se une al contingente”.

Como cada 8 de marzo, no hay trincheras; todas a las calles, todas en manada en un solo frente. Como cada año, haciendo visible la lucha ancestral de todos los días.

Cada año, la conciencia de la disparidad y de la violencia de género en todas sus formas se hace notar con una participación más nutrida; compañeras valientes sin temor de alzar el puño y señalar los actos injustos, así como al perpetrador de la vileza.

El Estado tiene una gran deuda con la sociedad civil, no solo la de garantizar la seguridad de cada una de las personas que habitamos este país, también el de resarcir el daño moral a la dignidad femenina, erradicando las desigualdades, las discriminaciones y las violencias de género.

Quedan muchos años por marchar, pero la sororidad es una, y es mujer.

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