¿Estudias y Trabajas?

Así como algunas niñas sueñan con princesas y animales fantásticos, yo cuando niña soñaba con ser una mujer exitosa, independiente, de esas que ganan su propio dinero, van a donde quieren montadas en tacones altos y se bajan la luna por ellas mismas, a esas a las que se les reconoce y remunera su trabajo

por Eloisa Román Fajardo

Así como algunas niñas sueñan con princesas y animales fantásticos, yo cuando niña soñaba con ser una mujer exitosa, independiente, de esas que ganan su propio dinero, van a donde quieren montadas en tacones altos y se bajan la luna por ellas mismas, a esas a las que se les reconoce y remunera su trabajo.

En línea directa soy la 4ta mujer profesionista de mi familia, lo que significa que desde el siglo XIX hemos tenido el privilegio de la educación profesional ¿transgresor? Solo un poco, porque resulta que en más de un siglo las cosas no han cambiado tanto para nosotras, es más, a veces dudo que siquiera hayan cambiado.

Podría pensarse que la narrativa con la que crecí fue diferente a la de nuestro alrededor, mujeres de ciencia, universitarias, independientes, con poder económico, pero ¿qué creen? Pues ni tanto.

Mi abuela que era médica pionera en su profesión y en la ciudad, decía que salir a trabajar no era excusa para descuidar las labores domésticas, que, al contrario, había que callar las bocas (de hombres y mujeres que severamente la criticaban) no solo siendo la mejor en el ámbito profesional, sino la mejor ama de casa, eso le enseñaron a ella y eso enseñó ella.

Y así crecí, viendo a mi abuela y a mi madre montadas en tacones, con el cabello hecho y una bata blanca impecable desbaratarse por preparar la comida ellas mismas, lavar la ropa, revisar tareas escolares, estar presentes en cada festival de sus hijos, acostarlos cada noche, atender al marido, planchar la ropa y todas esas cosas que hace una buena mujer, y por supuesto, todas queremos ser de esas”.

Observe por años desde primera fila el desgaste físico, emocional y económico que ello representaba, como era niña, de acuerdo con los mandatos de género me tocaba acompañarlas en nuestros días de descanso a hacer limpieza a profundidad, me tocó atestiguar desde lejos que los fines de semana eran para los hombres y los niños tiempos de ocio y descanso; y para nosotras, las niñas y las mujeres, era un tiempito extra para limpiar los vidrios, lavar la ropa, aspirar las alfombras, hacer las compras  y por supuesto, preparar una nueva receta para juntarnos a comer en familia, esa sagrada familia a la que había que cuidar aún a pesar de nosotras mismas.

Ahora que me detengo a pensarlo entiendo que mis ancestras se esmeraban en el trabajo doméstico como una resistencia al patriarcado, al demostrar que eran capaces de ser las mejores amas de casa lograban simbólicamente el derecho a estudiar, trabajar y a ejercer el trabajo remunerado. Mi abuela se sentía muy orgullosa de que sus amistades la reconocían como una gran cocinera y mi madre recuerda ufana que su suegra un día le dijo –cuando mi hijo se casó con una doctora  pensé ¡ay pobre de mi hijo, esa mujer no va a saber hacer nada! Y mi sorpresa fue que sabía de todo, y hasta mejor que yo– .

Me enseñaron a cocinar, a lavar y todos los quehaceres domésticos desde niña. Pero también me pidieron que obtuviera buenas calificaciones y que me esforzara por ser una mujer profesionista, que ganara su propio dinero y que fuera autosuficiente, con eso me estaban enseñando a resistir.

Ahora entiendo que si bien mis ancestras no se libraron de las dobles jornadas extenuantes e injustas, encontraron la forma de jacquear al patriarcado con sus mismas reglas para lograr espacios de libertad en los que pudieran desarrollarse como individuas. Ahora sé que me toca seguir luchando porque las mujeres no tengamos que hacer dobles jornadas que acaban con nosotras, con nuestra salud y rompen nuestro equilibrio; porque un día seamos lo que queramos ser, sin tener que demostrar nada y que las mujeres habitemos el mundo desde la libertad.

¡Ah! Si soy esa mujer que soñé, no uso tacones, y aún no me libro de las dobles jornadas, pero como otras muchas, estoy en la lucha. Desde aquí abrazo a mis hermanas amas de casa, a mis hermanas profesionistas, a las que no lo son y ejercen trabajo remunerado y a quienes combinan ambas. Les mando fuerza para que sigamos resistiendo.

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