Por Arely Huerta Maqueda
En el lenguaje cotidiano, términos como «micromachismos» se han vuelto comunes para describir aquellas formas sutiles, pero constantes, de opresión y violencia hacia las mujeres. Sin embargo, la palabra «micro» implica algo pequeño, menor o insignificante, lo que minimiza el impacto real de estas actitudes y comportamientos que, lejos de ser inofensivos, forman la base de un sistema de dominación más amplio y violento: el machismo cotidiano.
Este concepto de machismo cotidiano permite hacer visible lo que a menudo pasa desapercibido o es tolerado bajo la excusa de que «no es tan grave». Pero es precisamente esta aparente insignificancia lo que lo convierte en un peligro tan insidioso. La repetición diaria de actitudes machistas, desde los «chistes» sexistas hasta las interrupciones constantes a mujeres en espacios laborales o académicos, va creando un ambiente en el que la violencia de género se va normalizando.
Machismo cotidiano: La base de la pirámide de la violencia
El machismo cotidiano opera como la base de una pirámide de violencia de género. Comienza con prácticas aparentemente pequeñas como la descalificación del discurso de las mujeres o la asignación automática de roles de cuidado, y a partir de ahí, escala a formas de violencia más visibles y graves, como el acoso, la violencia física, psicológica y, en su extremo, los feminicidios. Al etiquetarlas como «micro», se crea la ilusión de que estas prácticas no tienen consecuencias, cuando en realidad son el primer paso en un proceso de deshumanización que justifica actos de violencia mayores.
En la sociedad mexicana, el machismo cotidiano se manifiesta en numerosos aspectos de la vida diaria. Desde el uso de frases comunes como «es cosa de mujeres» o «no llores como niña», hasta las estructuras familiares tradicionales que relegan a las mujeres a roles secundarios, todo esto conforma una red invisible que sostiene y perpetúa la desigualdad de género. La cultura, el lenguaje y las costumbres se entrelazan para moldear la percepción de lo que es aceptable, y lo que parece «pequeño» contribuye a una violencia mucho más grande y compleja.
El peligro de la gradualidad: Normalizando la violencia
Desde una perspectiva filosófica, la noción de machismo cotidiano puede analizarse a través del concepto de «gradualidad de la opresión». Este fenómeno se refiere a cómo, al someter a una persona a formas de control y violencia que se incrementan de manera paulatina, se dificulta percibir la gravedad de la situación. Cada pequeña agresión se normaliza, y las mujeres aprenden a soportarlas, a adaptarse, a no quejarse. Así, el umbral de lo soportable se desplaza, y lo que antes era intolerable pasa a ser parte de la vida diaria.
Esta dinámica es especialmente peligrosa porque no solo afecta a las mujeres individualmente, sino que también moldea la conciencia colectiva de una sociedad. Al tolerar los «pequeños» actos de machismo, se envía un mensaje claro: hay niveles de violencia que las mujeres deben soportar. Y este mensaje se refuerza día tras día, hasta que las violencias más graves se convierten en la culminación de una serie de agresiones «menores» que nunca fueron cuestionadas.
Renombrar los «micromachismos» como «machismo cotidiano» es una forma de hacer visible lo que está normalizado, de señalar que no hay agresiones pequeñas cuando se trata de perpetuar el control y la dominación sobre las mujeres. El lenguaje importa, porque define la forma en que entendemos el mundo. Al cambiar el término, dejamos de restarle importancia a estos comportamientos y reconocemos que el machismo, en cualquiera de sus formas, es violencia.
La lucha feminista en México ha sido clave para poner en el centro del debate las formas más graves de violencia contra las mujeres, pero también es fundamental señalar cómo las actitudes cotidianas, normalizadas y a menudo ignoradas, alimentan esa violencia. La transformación social que buscamos no llegará hasta que todas las formas de machismo sean desafiadas y erradicadas, y eso comienza por reconocer que el machismo cotidiano no es micro, es la base de la pirámide de opresión.
El reto es entonces cultural, social y filosófico: cuestionar lo que hemos aceptado como normal, desmantelar esas pequeñas violencias diarias y reconocer que cualquier forma de machismo, por pequeña que parezca, es parte de un sistema más grande que violenta y oprime a las mujeres. Es tiempo de dejar de minimizar lo cotidiano, y de empezar a ver el machismo como lo que es: una amenaza constante y real a la libertad y dignidad de las mujeres.
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