En noviembre de 2019, activistas de la colectiva feminista chilena LASTESIS, crearon una canción interpretada en un performance, cuyo poderoso significado la llevó a convertirse en un fenómeno mundial, replicada en al menos 14 idiomas distintos e interpretada en plazas públicas de cientos (o tal vez miles) de ciudades de todo el planeta.
La canción y performance denominados “Un violador en tu camino” y mejor conocida como “El violador eres tú” que seguramente usted, amable lectora, está tarareando o cantando en su mente al momento de leernos, no fue de ninguna manera una pegajosa ocurrencia. LASTESIS, autoras de la letra de “Un violador en tu camino”, habían estudiado, analizado y sintetizado una cantidad considerable de textos sobre pensamiento feminista que profundiza sobre las condiciones a las que las mujeres nos enfrentamos ante el sistema patriarcal, pero puesto en palabras comprensibles que permitieran emprender una protesta que generara conciencia, explicando a los indiferentes o a los escépticos, algunas de las principales violencias con que somos oprimidas desde hace siglos.
Para muchas personas, la viral protesta fue inspiradora, un momento histórico de unidad de las mujeres en todo el mundo para reconocerse y demandar a todos los gobiernos el inicio de acciones puntuales para prevenir, castigar y erradicar la violencia sistemática que existe contra nosotras por el solo hecho de ser mujeres, partiendo de la comprensión de las condiciones que nos llevan a estar en una desigualdad social que se incrementa con la existencia de situaciones como la pobreza, la marginación, la falta de educación, la discapacidad, la privación de la libertad o la orientación sexual.
Para otros, esta protesta fue molesta y ridícula pues se sintieron inconfesablemente aludidos. Hay quienes siguen argumentando con desprecio a la causa que la violencia es igual para hombres y para mujeres, y prefieren seguir culpando a las víctimas. Les parece un ataque directo y una ofensa imperdonable que no homologuemos nuestra comprensión de la injusticia que viven diferentes personas sin antes pasar por el análisis de las desigualdades que separan evidentemente a los sexos. Al mismo tiempo e irónicamente, les parece incómodo e impropio cuando las activistas les señalamos que las mujeres también podemos irnos de copas con las amigas o amigos sin andarnos buscando la muerte, que deberíamos poder andar solas en las calles sin miedo a ser violentadas, torturadas o desaparecidas, que tenemos derecho a ejercer plena y libremente nuestra vida sexual, que podemos vestirnos como se nos pegue la gana y desarrollar nuestra personalidad desde la autonomía, y fueran como fueren estas decisiones, aún así nadie tiene derecho de acosarnos, de agredirnos o de violarnos. A través de los siglos, cuando una mujer es agredida sexualmente, los hombres, el patriarcado y la sociedad, buscan a toda costa culpables que descarguen de alguna manera la responsabilidad que tiene el Estado en la inhibición de este tipo de conductas criminales y en la falta de impartición de justicia. La culpa la tienen las madres por no cuidar de sus hijas, dicen; la tenemos las mujeres por vestirnos de una u otra manera, aseguran; nosotras nos lo buscamos por “coquetas”, por ingenuas, por crédulas y sobretodo, por no quedarnos encerradas en lo privado, el único espacio a donde supuestamente las mujeres pertenecemos para estar seguras. Lo cierto es que, todos los días la nota roja nos recuerda que ya ni siquiera en nuestras casas podemos estar tranquilas o tener la certeza de que nosotras o nuestras niñas o niños, estemos a salvo de que algún amigo o familiar, llámese primo, hermano, tío, vecino o padre pueda cometer (en solitario, en paralelo o hasta en asociación) el terrible acto de trasgredirnos sexual o físicamente en la impunidad que dan quienes prefieren mantener un status quo familiar antes que defender a las víctimas y denunciar a los culpables. Cuántas veces hemos escuchado, “tal o cual, no puede ser violador porque es mi amigo, porque es un caballero, porque es nuestro amoroso padre o maestro, porque es nuestro querido hijo, sobrino o ahijado”. “El honorable funcionario, el ilustre catedrático, o el generoso empresario altruista, con esa trayectoria pública tan buena, con ese noble rostro que encarna la bondad o con ese espíritu de servicio y enseñanza, es imposible que sea un depredador capaz de usar su poder para someter sexualmente a una o un inocente o subordinado”, se repiten algunos y hasta se lo llegan a creer. Es hora de abrir los ojos y entender que no hace falta tener cara de violador para ser violador; que el aliado, hijo, padre, novio, héroe o esposo de alguna de nosotras puede ser el agresor de otra pues así son los criminales: siempre o casi siempre, se buscan una buena coartada para mantenerse ocultos e impunes y lamentablemente, su círculo cercano en negación (o complicidad) se ponen a construir de todo en sus mentes para protegerlos, empezando por responsabilizar a las víctimas o a sus familias. “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”, dicen, LASTESIS.
El único culpable de una violación, es el violador y tal vez haya que repetirlo varias veces para que esto se entienda. Hay que comprender también que a las personas víctimas de violación, abuso y acoso, se les revictimiza cuando no se les hace justicia. Se les violenta en los ministerios públicos que exprimen en las declaraciones el dolor de las víctimas, para luego abandonarles en procesos desiertos donde ni siquiera se les judicializan sus carpetas. Se les violenta una vez más cuando por arreglos políticos o sobornos se desechan los casos o se ordena congelar las investigaciones. Ese tipo de Estado que no juzga con perspectiva de género, que no combate la impunidad y que se corrompe para poder proteger a los violadores con poder es perpetuador de la violencia contra nosotras. “El Estado opresor, es un macho violador”, nos ilustran las activistas.
Basta de encubrir agresores sexuales. Empecemos a creer en las víctimas, a darles un acompañamiento digno y a dejar de revictimizarlas. Paremos de buscar culpables alternativos a estas violencias; los culpables son solamente ellos, los que han violado, los que promueven la cultura de la violación y la impunidad: los cómplices, acosadores, los hostigadores, los abusivos, los violadores.
Dejémosles de enseñar a nuestras niñas que es monopolio de su responsabilidad cuidarse del lobo; mejor enseñémosle a nuestros hijos a no convertirse en lobos; a no creerse el cuento de que en su interior habita una bestia que por su naturaleza irrenunciable, puede aparecer de repente para hacerle perder por completo el control de sus decisiones, llevándolo a violentar por instinto a otro ser y encima lavarse las manos después, culpando a la víctima por andar en el bosque sola y cruzarse en el camino del pobre lobo que no puede hacerse responsable de sus propios actos. Y no, no todos los hombres son violadores, pero vaya que muchos lo son y en mayoría calificada respecto de las mujeres. Tristemente cuando se menciona este irrefutable hecho de que la abrumadora mayoría de agresores sexuales son hombres, aparecen muchos indignados que resultan ser justamente los mismos que alguna vez han acosado o atacado, que tienen o han tenido sus celulares o dispositivos repletos de archivos con contenido íntimo cuyo origen poco les importa si fue o no consentido y que comparten para su diversión, o algunos más que consumen o han consumido cuerpos en mercados de explotación sexual, pidiendo ser llamados clientes en vez de violadores, por creer que es socialmente aceptable intercambiar dinero por lo que consideran un servicio “lícito” pero que proviene de un sistema de explotación sexual criminal. Reflexionemos eso y si nos equivocamos antes, es momento de dejar de ser parte del problema, de asumir y modificar nuestras conductas apáticas o violentas y de empezar a exigirle también al Estado que tenga seriedad y asuma un verdadero compromiso para prevenir, esclarecer y castigar los delitos por violencia sexual, CAIGA QUIEN CAIGA.
@mar_grecia
Foto: Pixabays