Por Carmen Sánchez
El pasado 11 de Mayo de este año, después de 9 años ininterrumpidos de luchar para sobrevivir, de dolores indescriptibles, de miedo constante, de cirugías, de impotencia, de indignación y de búsqueda incesante de justicia, la jueza María de Jesús Martínez Cabrera, condenó por fin a Efrén García Ramírez, quien intentó acabar con mi vida arrojando ácido contra mi cara y mi cuerpo en 2014, a pasar 46 años 8 meses en prisión por el delito de feminicidio en grado de tentativa, convirtiéndose esta sentencia en el primer precedente para castigar los ataques con ácido en nuestro país, y en toda América Latina.
Ahora, el defensor jurídico del criminal que intentó asesinarme en el 2014, no solo pide revocar la sentencia y dictar otra para que Efrén quede absuelto de todos los cargos. También ha dicho que no tengo traumas psicológicos porque festeje la sentencia al salir del penal y eso, para él, no ocurrirá con una víctima que ha sufrido graves daños. Ahora resulta que las víctimas no podemos festejar que se haga justicia, porque automáticamente dejamos de ser víctimas.
Argumenta el defensor de mi agresor feminicida que, en su lugar, yo debí haberme mostrado decepcionada por las “desgracias de Efrén”. ¿Desgracias? ¿Es una desgracia que hayan condenado al criminal que intentó matarme, destrozando mi cuerpo y mi salud, y quitándome la vida como yo la conocía? No, desgracia es que él me haya intentado asesinar con tanta saña y crueldad.
Yo estuve 8 meses hospitalizada sin poder salir y sin ver a mis hijas porque mi estado de salud era crítico y hasta el día de hoy me he tenido que someter a 65 cirugías reconstructivas, innumerables tratamientos dermatológicos, terapias psicológicas y de rehabilitación física; además de lidiar con la violencia institucional, la discriminación laboral, el estigma social y la precarización económica.
Llevo 9 años exigiendo justicia sin oportunidad de procesar mi duelo, 9 años luchando para comprender y asimilar que nunca más seré la que fui, sin tiempo para llorar la rabia, para resignificar mi historia, para reconciliarme con la vida desde la libertad y la confianza. He perdido la cuenta de las horas entre clínicas y tribunales, entre entrevistas y conferencias que he dado para lograr el reconocimiento del daño de la que fui y sigo siendo víctima. Un daño que no solo me hicieron a mí, sino a toda mi familia y a mí círculo cercano. Un daño que en este país le han infringido a más de 100 víctimas que hasta hoy tampoco han encontrado la justicia, y por las que también hoy estamos luchando.
Ante esto, el defensor del violentador feminicida también argumenta que mi única intención ha sido perjudicar a Efrén por un delito «que falsamente se le atribuyó» y desprestigiarlo con pintas en diversas partes de la república. ¿Yo desprestigiarlo a él, yo perjudicarlo a él? Si soy yo la que he mostrado mi rostro en cada mural y en cada medio de comunicación. A MÍ ES A LA QUE CONOCEN COMO “CARMEN LA ATACADA CON ÁCIDO” Y NADIE LO CONOCE A ÉL COMO “EFRÉN EL QUE ATACÓ CON ÁCIDO”.
En todos estos años, mi vida ha sido dolor, mis emociones y mi intimidad la que ha sido puesta bajo el escrutinio de la sociedad. Mi testimonio se ha sometido a valoración una y otra vez, para que sea alguien más quien decida si Efrén fue culpable o no.
Yo no hubiera querido hacer nada lo de lo hice -gritar, manifestarme, protestar- pero fue mi único recurso frente a la impunidad y el silencio que durante 9 años y aún hoy, no acaba por brindarme la certeza de la justicia. YO TENGO LAS PRUEBAS DE SU VIOLENCIA, DE SU MISOGINIA, DE SU ODIO, DE SU DESPRECIO EN MI CUERPO. Yo soy la víctima y él es EL CULPABLE. La sentencia debe quedar firme y la violencia química debe castigarse en consecuencia.
PENA MÁXIMA PARA EFRÉN. JUSTICIA PRONTA PARA TODAS