Por Ingrid de Cima Jonsson
Erase una vez una semilla que tuvo la dicha de ser sembrada de raíz ligada a un bebé que crecía conforme al paso de las vueltas del reloj. Residente en un espacio que cada dıá parecía ser más pequeño, más ajustado. Esta semilla al salir el sol, florece en pleno verano arraigada al nacimiento y bienvenida al mundo de un hermoso bebé, al cual optaron por llamar Isabella.
En este cuento la flor recibirá un fortunio nombre, el cual será “Inocencia”. Cabe recalcar que no es una flor cualquiera, ya que la raíz de esta se encuentra estrechamente arraigada al corazón y crece en sintonía con Isabella. Cada centímetro más de su cuerpo, era un pétalo más de la flor. Cada espina que en la rosa emergía , a cada arteria de su corazón transmitía valentía.
Isabella se sentía afortunada porque entre más pasaba el tiempo, ante el espejo su reflejo más bello lucía . Siempre muy dentro de ella sintió que toda aquella belleza que su cuerpo físico comenzaba a externar, era consecuente de todo ese amor con él que a su flor solıá bañar. Cada dıá sin falta al despertar, permanecía unos instantes con las ventanas de su rostro cerradas para regalarse un espacio en el que le pudiera dar toda esa validez y reconocimiento que merecía su divina rosa.
Solía creer que Inocencia, era la encargada de brindarle a su cara y a su cuerpo, todas aquellas cualidades que tanto le gustaban a su madre. Ya no era solamente una niña dulce, sino que gracias al poder de Inocencia, ella era una niña cuyas cualidades de belleza que poseıá eran únicas. Ya no solo era Isabelita, la pequeña. Sino que era, Isabella… quien está comenzando a portar las encantadoras cualidades de su madre, como lo es su respingada nariz, sus diminutas orejas y sus alargadas pestañas. Claro, todo eso siendo respaldado por su resplandeciente sonrisa, la cual siempre iba acompañada de una cautivadora risa, capaz de contagiar a cualquiera que sus oıd́ os logrará acariciar.
Se sentía sumamente bendecida por tener la oportunidad de cada día sentirse más como ella misma, quizás más identificada o más conectada consigo misma. Cuando somos infantes los pensamientos son fugaces, los sentimientos espontáneos y las emociones repentinas. Pero ahora Isabella se sentía con mas fuerza que nunca, preparada para dirigir el timón del barco que navegaba por el mar que eran sus pensamientos. Solía ser una pequeña de pocas palabras pero bastante observadora. No había mucho que decir, pero sı́ mucho que soñar.
Para ella era estimulante la grata sorpresa del resto ante el incremento de su belleza tras el paso de los años. Siempre había sido agradable, sobre todo porque ellos no conocían su secreto, no sabían que ella contaba con Inocencia para proveerle sus inigualables características de está belleza tan única que portaba con orgullo. Era fascinante para ella el pensar que no había una sola persona capaz de concebir su existencia, nadie era capaz de admirarla, más que ella misma… o al menos eso solía creer.
Un día, tras agradecer la armonía que le generaba Inocencia, decidió realizarle una visita a una de sus más cercanas amigas, Matilda, quien podría incluso ser su hermana. Sería un día maravilloso, debido a que los padres de ella estarían toda la tarde y noche en casa de sus amigables vecinos, al igual que la madre de Isabella.
Tras una tarde llena de aventuras como lo es crear toda una ciudad de animales, comer toda la comida chatarra que cruzara por sus ojos, jugar juegos de cartas y ver televisión. Optaron por ir a buscar a sus madres, ya que el peso de sus párpados comenzaba a ser insufrible y la luz del dıá comenzaba a desvanecerse.
Juntas se embarcaron en la siguiente aventura… «Lograr rescatar a sus madres de la exhaustiva diversión que estaban teniendo con sus gratas amistades”. Paso número uno: caminar aproximadamente 30 pasos para llegar hasta la puerta de la casa de los vecinos. Paso número dos: saludar a un número significante de personas, mientras se encargan de poner a prueba la capacidad de sus pulmones con cada afectuoso abrazo, al igual que la flexibilidad de sus mejillas con cada pellizco. Pareciera que tienen como propósito el desprender los cachetes del rostro.
Paso número 3: este es uno de los mas difíciles, requiere de mucha paciencia y mucha perseverancia, lo llamaremos quitarle la mamila al bebé. ¿Por qué? Esto se debe a que esté paso consiste en sujetarse fuertemente de los brazos de sus madres para evitar que continúen alcanzando la copa que contiene eso que tanto les gusta beber a los adultos, claro, esto mientras les expresan constantemente lo cansadas que se encuentran y lo mucho que desearían ya estar en casa siendo cobijadas por sus camas.
Todo estaba saliendo de acuerdo al plan, a excepción de que el último paso al parecer no fue lo suficientemente fuerte para concluir satisfactoriamente la misión. Los vecinos eran una familia compuesta por una pareja y tres hijos. La pareja solía ser muy amable, afectuosa, caritativa e incluso bondadosa. Al padre de la familia y esposo, le llamaban «SeñorG”, mientras que se referían a la madre de la familia y esposa como Mariela
Mariela tuvo una grandiosa idea que podría ser la resolución al inconveniente que estaban ocasionando las menores en su divertida reunión. Sugirió muy amablemente que Isabella y Matilda subieran a alguno de los cuartos de la casa, pusieran la película de su preferencia y se recostarán en la cama que les pareciera más cómoda, con el aire acondicionado encendido; mientras que sus madres estarían recogiendo sus cosas y preparándose para irse a casa. Cuando ese momento al fin llegará , ellas se encargarían de subir con las pequeñas, para extraerlas cuidadosamente del mundo de los sueños en el que muy probablemente se encontrarían descansando
El Señor G, se ofreció a guiarlas y preparar el cuarto para hacer su experiencia aún más grata, asegurándose de que no se presentara un solo inconveniente. Al observarlas tan cómodas y listas para seleccionar una película divertida que las conducirá al mundo de los sueños, se acerca a ellas para mencionarles lo aburridos que en realidad son los adultos y lo mucho que preferiría pasar el resto de su noche junto a ellas. Rápidamente pudieron ver el destello de luz del foco arriba su cabeza encenderse, para posteriormente escucharlo sugerir jugar unos juegos antes de dormir
El juego consistía en cerrar los ojos y probar una paleta para de esa manera identificar de qué sabor era, otro juego consistía en aguantar todas las cosquillas que fueran posibles, incluso tenía un juguete que cumplía con dicha función. Era un objeto ni muy pequeño, ni muy grande, aunque podía hacer cosquillas muy leve o muy fuerte. Durante el juego tendrían que averiguar quién era la mejor, poniéndolas a prueba y viendo quién aguanta más tiempo sin reírse, sin embargo por alguna razón, no era tan difícil… aunque hacer cosquillas era la función de aquel objeto. Parecían juegos divertidos, pero Isabella se cuestionaba constantemente el por qué no le agradaban e incluso por qué el participar en ellos, la hacían sentir que algo estaba mal.
Después de un rato el Señor G decidió regresar con los adultos para dejar descansar a las pequeñas. Pero no se fue sin antes mencionarles que los juegos que les enseñó, serían parte de un pequeño secreto que ningún adulto aburrido podría ni querría conocer, aparte de que no iban a entenderlo y probablemente podría meterlas en problemas. Si cumplían con su promesa de guardar el secreto, tendrían todos los dulces que quisieran y serían sus consentidas por siempre.
La mañana siguiente Isabella despertó en su cuarto sin recordar el viaje de vuelta a su hogar por el sueño tan profundo en el que se embarcó la noche anterior. Al despertar algo parecía ser distinto, aunque no podía identificar lo que era. Por alguna razón parecía ser un día diferente a los anteriores. El sol no brillaba en su ventana con el mismo resplandor y su cuerpo parecía no haber regenerado su energía con la luz de la luna, como solía hacerlo cada noche. Decidió ignorarlo para proceder a tomarse esos valiosos minutos de cada día, en los que le brindaría a su flor su dosis de amor, pero algo andaba mal. No podía verla, ni sentirla. ¿Dónde estaba Inocencia? ¿Podría ser posible que se hubiera marchitado? ¿Acaso la había abandonado?.
Tras unos segundos que parecieron ser una eternidad para Isabella, de repente aparece lo que parece ser un hada madrina en la esquina de su cama. Portaba un hermoso vestido color morado que seguía hasta la altura de sus pantorrillas, cabello rubio y ondulado, unas alas plateadas resplandecientes que por su tamaño alcanzaban a tocar el techo del cuarto, una mirada cálida que te refleja confianza inmediata, unas manos pequeñas pero con uñas largas color morado que combinan con la tonalidad del vestido y por alguna razón se encontraba descalza.
Pasaron unos instantes, como si estuviera esperando que el estado de shock pasará, así que aguardo unos segundo para presentarse a sí misma. Es entonces cuando ella deja salir su melodiosa voz y dice:
- Tranquila Isabella… Respira profundo…Inhala… Exhala… Bien…Sigue así…No temas, no te haré daño
Por alguna razón mientras el hada hablaba con su cálida voz, pareciera que sus palabras no eran solamente para que sus oídos las escucharan, si no para disminuir la velocidad del tambor que anhelaba salir de su pecho. Pareciera que sus palabras eran mágicas, porque por alguna razón la tormenta de miedos que habitaba en sus pensamientos, se empezaba a desvanecer. Entonces el hada se acerca un poco más y le dice:
- Soy una hada madrina que viene a apoyarte en esta nueva etapa de tu vida, de la cual Inocencia ya no formará parte.Mi nombre es Didi, sé que este puede ser un gran cambio en poco tiempo pero quiero que sepas que no estarás sola en ningún momento. Me llaman hada “madrina” pero siento que guardián o genio te podrían ayudar a entender tambié Cuando tu flor ya no está, aparezco yo para ayudarte a encontrar la respuesta a todas tus preguntas.
Isabella se siente sumamente confundida por la mañana tan extraña que está teniendo hasta ahora. Incluso intenta cerrar fuertemente sus ojos y volverlos a abrir pero todo sigue igual, los frota fuertemente y al abrirlos nuevamente ella sigue ahí, incluso intentó pellizcarse pero nada cambió. Es entonces cuando se empieza a mostrar curiosa y le pregunta:
- ¿Pero por qué? ¿Qué es lo que cambió de la noche a la mañana? ¿A dónde se fue mi flor? ¿Qué está pasando? Solo quiero entender porque me dejó aquí, sola.
Entonces Didi se levanta de la esquina de la cama para poder tomar su mano e hincarse a un lado de la cama a la altura de ella y le dice:
- La noche de ayer alguien fue capaz de ver este tesoro que habitaba dentro de ti, observó la flor y quedó increíblemente hipnotizado ante su presencia, por lo que optó por capturarla. De hecho ese día fue un día muy ocupado para él porque no solo capturó una, sino, que eran dos flores más las que ahora forman parte de su gran colección. Pero no te preocupes, todas las niñas e incluso todos los niños tienen una flor como la que solías tener y en algún momento la pierden, solamente que a ti te tocó vivir este proceso antes de lo habitual.
- Desgraciadamente esto es bastante normal en tu mundo, al grado que ya nos asignaron este trabajo a nosotras las hadas madrinas. Tenemos muchísimo trabajo, tan solo intenta imaginar que uno de cada cinco menores de edad como lo eres tú, pasa por esta situación. Casi podemos decir que somos igual de populares e importantes que las hadas de los dientes.
Isabella rápidamente comprendió que estaba por embarcarse a una nueva etapa de su vida, le agradeció a Didi por su asistencia y optaron por verse nuevamente al anochecer para recapitular los acontecimientos del día, al igual que dudas que durante esté se pudieron haber generado.
A pesar de saber que tendría que aprender a vivir ahora sin su bella flor, no era solo eso lo que la desconcertaba, parecía haberse levantado de su cama con el pie izquierdo esa mañana. Esta vez no corrió a besar a su madre por la mañana, no tenía suficiente hambre ni para pensar que es lo que se le antojaba desayunar (y eso que el desayuno era su comida favorita del día), las voces de los demás parecían haber reducido su volumen al grado que se había vuelto difícil el escucharlas. El día parecía pasar tras sus ojos, la luz era tenue, los abrazos eran fríos y las risas eran calladas.
Las personas ya no reconocían su belleza como lo solían hacer el día anterior, por lo que Isabella se cuestionaba si a causa del robo de su flor nunca volvería a ser igual de bella o incluso sentirse tan solo un poco bonita. ¿A dónde se había ido toda aquella armonía con la que sincronizaba sus pensamientos con su mente y su cuerpo? Esta mañana parecía más reconfortante mantener la mirada fija al piso, que observar los pájaros volando por las nubes.
La madre de Isabella entró a su cuarto para darle los buenos días. Se acercó con ella para intentar darle un abrazo y un beso en la mejilla, pero por alguna razón la simple idea de un abrazo era inaceptable y el beso ocasionó que sus ojos se cerraran rápidamente para solo pensar en que ya estaba por terminar. Isabella se sorprendió con su comportamiento y se preguntó a si misma si era posible que al robar su flor, el Señor G pudo haberla sustituido con otra cosa, como lo fuera aquella rabia o aquel disgusto que ella no solía tener.
Al anochecer Isabella volvió a su cuarto para reunirse nuevamente con su querida hada madrina. Al llegar a su cuarto apagó las luces, corrió como nunca a su cama, se tapó de pies a cabeza, apretando los ojos para que permanezcan cerrados y abrazando sus piernas, mientras esperaba la esperanzadora llegada de Didi. Nuevamente volvió a sentir que alguien se sentaba en la esquina de la cama pero esta vez no tuvo miedo. Pasaron unos segundos cuando de pronto escucha que le dice:
- Isabella soy tu hada madrina, abre los ojos. Confía
Se comienzan a mover las sábanas, aparece lo que parece ser un nido o una cabeza hecha de cabello, ya que su rostro permanecía cubierto oculto por el peinado que la habían regalado generosamente las cobijas. Isabella se sienta para acomodarse de frente a ella y le dice:
- ¿Por qué ya no soy igual de bella que ayer? ¿Por qué el día no es igual de hermoso que el anterior?
Didi busca sus manos para sujetarlas y le dice:
- Tranquila, sé que no es un proceso fácil, pero cada día que pase será aún más brillante que el anterior. No es el día. No es tu flor. Recuerda que los ojos son las ventanas de tu cuerpo, el cual es tu casa. Solo tú sabes que es lo que ves desde ahí dentro, solo tú sabes que es lo que invitas a entrar. Las cosas no tienen porque ser blanco o negro, malo o bueno, emociones positivas o negativas. Aquel que tras sus ojos mira, su propia verdad respira.
- Si un día está nublado, no quiere decir que el día no sea bello, sí mañana el sol está cansado y decide no despertar, tranquila, quizás el siguiente día lo haga. Si tú no eres capaz de encontrar tú belleza en ti misma, pensarás que los que te rodean tampoco lo hacen. Yo prefiero los días grises, porque me permiten ver el cielo con más Tendrás que aprender a encontrar ese amor dentro de ti y ahora intentar darte ese amor a ti misma en lugar de a tu flor, tendrás que encontrar tu belleza interna para solo así lograr externarla a aquellos que te rodean.
Isabella escucha atentamente pero no puede evitar seguir cuestionándose sobre ella misma, sobre Inocencia, sobre lo que sucedió aunque no fuera capaz de entenderlo. Recordó que necesitaba calmar su mente, por lo que comenzó a respirar profundo, inhalando y exhalando. Al reunir su fortaleza nuevamente para continuar, decide hacerle una última pregunta a Didi:
- ¿Quieres decir que mi belleza viene de mí y no de Inocencia?
A lo que Didi contesta: “Eso es justo lo que quiero decir querida. Cada espina de la flor que solía brindarte valentía, será cada paso firme que decidas dar el día de mañana. Cada pétalo, será cada aprendizaje nuevo. Cada característica de belleza nueva, no será reconocida hasta que tú la veas. Amate cada mañana al despertar y cada noche al reposar porque solo así verás que el día volverá a brillar, al igual que tu sonrisa.”
Isabella agradeció eternamente los aprendizajes con los que durmió esa noche. Para la mañana siguiente darse cuenta que el día tal vez no radiaba la misma deslumbrante luz por la ventana de su cuarto, pero sin duda alguna, brillaba un poco más que el anterior.
Ingrid de Cima Jonsson
Foto de Andrem Podez de Pexels, composición LCR