Por Mar Grecia Oliva Guerrero
El día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres, se conmemora en México como una fecha que honra a partir de la la memoria de las hermanas Mirabal, la lucha de todas las mujeres que viven sistemáticamente la violencia por el hecho de ser mujeres. Desde entonces, las instituciones se han visto obligadas a realizar actividades en el marco de esta fecha, las cuales muchas veces se hacen fuera de contexto, convirtiéndose en actos de pantomima que los políticos aprovechan para manifestar de dientes para afuera sus mejores deseos de que la violencia contra nosotras termine gracias a una conferencia, un foro, un festival o un listoncito naranja portado por obligación.
El pujante despertar del movimiento feminista en América Latina, ha impulsado la reivindicación del día 25 de noviembre como una fecha de lucha en que organizaciones y activistas levantan la voz para denunciar la deficiente actuación de corporaciones de seguridad y de fiscalías en las tareas de protección y atención a las mujeres víctimas de conductas feminicidas, así como la debilidad institucional que los gobiernos de todos los órdenes sostienen en especial perjuicio de las mujeres que anhelan acceder a una vida libre de violencia.
Cuando hablamos de violencia contra las mujeres, en automático nos remitimos a imaginarnos a una mujer siendo víctima de violencia física o sexual a cargo de un delincuente desconocido o de su pareja, descargando además la culpa en las propias mujeres que la padecen por colocarse en situaciones de peligro o por permanecer cerca de un compañero violento, lo cual limita la comprensión del problema y normaliza la existencia de las agresiones. Por esto, el 25 N debe servir para poner en el foco de atención que la violencia feminicida también está presente en las relaciones de poder, en la profunda desigualdad que genera la violencia económica contra las mujeres y en el carácter instrumental que la sociedad patriarcal nos asigna, haciéndonos creer que ante la precariedad, la comercialización de nuestros cuerpos en cualquiera de sus modalidades o la subordinación indigna de nuestro trabajo para poder subsistir son actos de empoderamiento, cuando en realidad son discursos que proponen perpetuar nuestra existencia en una situación de opresión y obediencia al servicio de quienes aún nos ven como objetos de consumo, ya sea para el trabajo doméstico o de cuidados, sexual, obrero, empresarial o político.
El 25N, no debe ser una fecha para repasarnos campañas o mensajes políticos vacíos en que los mismos personajes que en su vida cotidiana reproducen violencias contra nosotras por el hecho de ser mujeres, aprovechan para lavarse la cara aparentando que se comprometen con que tengamos acceso a la justicia y a la no violencia, cuando en realidad su idea de mujeres dignas se reduce a aquellas que les juran obediencia, sumisión y silencio como el patriarcado manda. Este día y los 16 días de activismo orientados a visibilizar la violencia y emprender acciones que la disminuyan o combatan, solo servirán si como sociedad provocamos un cambio de paradigma que ponga nombres y rostros a las víctimas que hoy son tratadas como números por autoridades y algunos medios, si acompañamos que se desarrollen y ejecuten protocolos que disminuyan la revictimización de quienes reclaman justicia y que promuevan la empatía para con las víctimas de violencia feminicida y sus familias. Mientras no se capacite al personal encargado de bien tratar a las valientes que denuncian se seguirá incentivando el imperio de la injusticia, mientras no existan castigos ejemplares para los violentadores no habrá una cultura de la legalidad a favor de la no violencia y mientras no se pugne por la existencia real de mecanismos para la reparación del daño o la compensación para las víctimas, hay que ver que nuestras autoridades, por muy bonito y real que parezca su discurso, solo estarán simulando.
Son mujeres las víctimas de la crisis por meningitis en Durango.
En Durango, 16 de las 17 víctimas de la crisis por meningitis son mujeres. No podemos decir que sus dolorosas muertes sean producto de una conducta feminicida intencional, pero si no se esclarecen las causas, no se investiga a los responsables de la tragedia y si hay impunidad, estaremos ante una pésima equivocación gubernamental que sí puede considerarse un acto de misoginia. Vale más la vida de una sola mujer que cualquier pacto entre grupos de poder. Que lo sepan nuestras autoridades o que se preparen para un estallido social en el que no cabrá ni perdón, ni olvido.
Twitter: @mar_grecia