Antes de iniciar estos renglones quiero agradecerte a ti querida lectora por nuevamente acompañarme en estas reflexiones hechas por una simple humana que cree que es posible tener un mundo mejor.
Dicho lo anterior, procedo a contarles que esta columna está dedicada.
A todas las mujeres que se han quedado despiertas hasta tarde, aquellas que se han mordido los labios hasta sangrar para no llorar por qué una frase o palabra te destroza por dentro, las que han tenido que esconder moretones, las que han vivido (¿O están viviendo?) un infierno a manos de una persona que una vez te juro amar y proteger y las manos que un día te hicieron sentir segura, ahora te provocan miedo cada vez que se enoja. El miedo de pedir ayuda por qué da más miedo que pueda pasar si no está él. ¿Que contradictorio? ¿Qué es, cómo se llama?
Tenía 16 años
Tenía un novio
Mi novio era muy celoso
Un día me quiso revisar el celular
Él se enojó por qué no me dejé
Recuerdo perfectamente como me gritó, como me jalo del brazo, me aventó contra la cama y se me montó encima para y me lo arrebató mientras me lastimaba y se lo llevó.
Regresó unos segundos después y me empezó a azotar contra la pared, a insultarme, a pellizcarme, me soltaba cabezazos, cachetadas.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que se cansara, se levantó y lloraba, me gritaba que me odiaba, que ojalá me muriera. Tomé mis cosas y salí corriendo, para ese momento no sabía que había pasado pero me sentía muy confundida, 25 minutos antes según el reloj, habíamos salido a la tienda a comprar palomitas, cuando llegara su papá, él le pediría el coche para irme a dejar, pasaríamos a rayar un par de grafitis con nuestro apodo y me pasaría a dejar a mi casa. Teníamos 17 años y era un viernes normal que terminó en una pesadilla. Cuando yo llegué a mi casa, deseaba que él me marcara y me pudiera perdón, así que cuándo el celular (que un día antes había azotado contra el piso y cómo lo hizo nuevamente con 3 equipos después) sonó, conteste inmediatamente.
Fue el inicio de una pesadilla que casi me cuesta la vida.
Si para este momento algo se te estrujó en el estómago, quédate hasta el final, cuándo llegues al final de esta columna la luz al final del túnel se verá más clara.
Las reflexiones del amor pueden ser enormes, extensas, dignas se cientos de pensamientos metafóricos y filosóficos, las cuales son evocadas con múltiples interpretaciones. Cada persona tiene constituida su propia concepción del amor, la cual es reforzada por un constructo social e histórico que existe y es palpable.
Cuando comenzó mi proceso de «darme cuenta» fue a través de un proceso de Reconstrucción interno en el que influyó esa estadía en Oaxaca y el haber tenido que atravesar, conocer y vivir de lleno ser parte del séptimo aquelarre, la séptima generación de un espacio como el que existe ahí, logró que llegara a enamorarme de todo lo que aprendí sobre la autonomía de ser mujeres en «Casa Libertad», la escuela para la libertad de las mujeres reúne a mujeres como la rapera zapoteca Mare Advertencia Lirika, la escritora Norma Morgrovejo, Amandine Fulchiron, Minerva Valenzuela, Charlynne Curiel, Lorena Robles, Lidia Aguado, Tania Siglinde, Jenny García, Las hijas de Tonantzin Tlalli, y varias más.
Y es que ahí me hablaron de menstruación, de música, de desobediencia civil, plomería, de mis emociones, de la relación de la.magia con nuestro útero y la luna, los mares y las plantas, y decidí derrumbar todos los constructos que no me habían servido hasta ese momento.
Y es que al entrar a la 7ma generación, tenía una relación con promesa de boda de ambas partes, pero con muchas dificultades de por medio. De esa historia me quedo con que lo amé inmensa y profundamente, es una lástima que no pudiera terminarme en lugar de engañarme con la mujer que luego sí se casó, porque eso era lo que le urgía. A lo mejor hubiéramos podido ser amigos.
No sé muy bien todavía cómo es la construcción final o correcta del amor, pero se debe sentir bastante parecido a la paz y seguridad que recibimos en nuestros primeros días al nacer.
Fue en ese curso donde me di cuenta que ya conocí los dos extremos del amor. Y los extremos son destructivos.
El amor romántico, sofocante y violento que en nombre de un buen momento, de un buen recuerdo, te hace quedarte con una persona que cada día te hace tener ganas de morirte.
Y el amor romántico, posesivo y asfixiante.
Esa persona no te maltrata físicamente, pero psicológicamente poco a poco merma tu autoestima y la percepción de ti misma con sus actitudes, palabras y acciones. Pese a eso, hace un bombardeo del amor que te vuelve dependiente de su atención. La idealización juega una parte importante porque gran parte de la relación se mantiene por el deseo de no ver lo malo, que suele ser más que lo bueno.
Con la primera relación perdí ciclos escolares, oportunidades, sueños, y hasta las ganas de vivir. Él me provocaba pesadillas, sudores nocturnos, ansiedad con sus llamadas en las madrugadas para decirme te amo o te odio, según su ánimo, las denuncias, la sangre que salía de mis labios y de sus nudillos, incluso, una vez que pensé en clavarle una jeringa con cloro y destapacaños, ante mi desesperación porque una noche antes hubo abuso sexual. «En la cárcel o en el panteón me va a dejar», le dije a una amiga y ese día me di cuenta que ya no quería existir porque además, él le decía a todas las personas a nuestro alrededor que yo era la tóxica, la violenta, que lo acosaba, que no lo dejaba en paz, que yo era la que me aferraba y me amebazaba con matarme cada vez que él se alejaba de mí.
No me gusta recordar, no me gusta recapitular todas las golpizas a manos puñetas, por qué ya bastante tengo con tener un par de cicatrices que me lo recuerdan. Tal vez las sobrevivientes entendemos las ganas de no recordar detalles explícitos, como una manera de protegernos a nosotras mismas. Ese morbo colectivo que tiende a revictimizar a las miles de mujeres que llegan a vivir experiencias macabras a manos de hombres que actúan cobijados por la impunidad.
Tuvieron que pasar 10 años para que pudiera hablar de esta historia tan abiertamente, con y sin protagonista porque entre menos vínculos o menciones haya al delincuente ese, mejor.
Sin embargo, ahora sé que lo que he vivido no son situaciones aisladas, es un patrón social y estructural.
Superar estas experiencias traumáticas no es fácil, tampoco lo es romper el silencio. Desmembrar al monstruo es la única manera de ver que ese hombre malvado no es más que un narcisista psicópata que te puede matar porque gradualmente ya lo está haciendo.
Reconocer que se vive violencia es un reto, pero aún después de reconocerlo hay que lidiar con ese duelo y con la codependencia.
Socialmente a las mujeres se nos tacha de pendejas, dejadas, ilusas. «Las taradas que se van con el malo, le gusta que le peguen, le gusta que la traten mal, no prefieren a los hombres buenos, las mujeres son huecas y superficiales».
Pero esas son mentiras estúpidas y vacías para sostener que las relaciones amorosas son relaciones de poder donde la explicación es la base.
Una relación tóxica te chupa el alma, las ganas de vivir, las ganas de arreglarte porque es más fácil no discutir que explicarle que simplemente ese día te pintaste los labios o te pusiste una falda para ti, porque te gusta cómo te ves y no porque «andas de ofrecida». Es más fácil faltar a la escuela o al trabajo y estar todo el día con él, en lugar de estar todo el día discutiendo por teléfono por qué te acusa de tener un romance con alguien de ahí.
Cómo va escalando poco a poco hasta que un día te da cachetadas por cualquier cosa, te amenaza con incendiar tu casa, con matarte, con deshacerse de ti, hasta que un día te amenaza con un cuchillo, con un boxer, con una navaja. Cualquier día puede pasar entre la esperanza de que «todo vuelva a ser como antes» o gritos, insultos y pleitos. Lágrimas y ganas de que todo acabe.
El violentometro es una herramienta creada por el IPN que sirve para medir como la violencia en una relación puede ir escalando hasta volverse peligrosa. Si consideras que necesitas ayuda, cuéntaselo a una persona de confianza.
La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) lleva años documentando que la violencia contra las mujeres no hace más que aumentar.
La ENVINOV solamente se realizó en 2007 y para ese momento la encuesta nacional de violencia en el noviazgo ya establecía que el 74% de los jóvenes entre 14 y 29 años ya había experimentado algún episodio de violencia en el noviazgo.
El problema es social, es colectivo, una no se mete en situaciones así por gusto, los agresores no traen un letrero en la frente con sus defectos o avisando que te pueden arruinar la vida.
A lo largo de estos años, pudimos encontrar miles de historias; de 111 mujeres que han sido quemadas con ácido, miles asesinadas, desaparecidas, mutiladas por hombres que no están enfermos ni están locos. Son hombres sanos, protegidos por un sistema que permite que estás cosas le pasen a niñas de 16 años y a mujeres de 39.
Cualquier mujer está expuesta, este es un problema colectivo del que solamente se puede salir con una red de apoyo, porque los agresores aíslan a sus víctimas y hacen del silencio y el miedo su principal arma.
«…
Suenan las sirenas y se ven las lucen encendidas de las patrullas y de una ambulancia, -Demasiado amor- dijo el incompetente policía mientras sacaban a la mujer en una camilla cubierta por una sábana ensangrentada
-Falta de amor – dijo una señora cuando veía como sacaban esposado al vecino que se veía tan buen hombre, tan tranquilo, tan tranquilo. El buen y normal vecino resultó un asesino.
-Romantizacion del feminicidio- dijo la voz de la madre ejemplar y esposa perfecta que nadie escucho mientras la ambulancia daba la vuelta en la esquina y se desvanecía entre una inmensa luz.»
Foto de Alex Green: https://www.pexels.com/es-es/foto/pareja-negra-peleando-juntos-en-el-apartamento-5699843/