Reseña de Claves feministas para la negociación en el amor de Marcela Lagarde

por Yuli Zuarth

Por Yuli Zuarth

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No les había dicho que estas dos joyas, tanto el de autoestima como el de amor, los encontré en el Gandhi del Aeropuerto de la CDMX.

Decidí que leería primero el de autoestima, como psicóloga sé que se construye con amor propio y adaptación a un entorno saludable, pero Marcela llegó a reforzar y revolucionar toda esa idea. Mi lógica fue, primero va el cómo amarnos más a nosotras, para después amar mejor y más bonito a otres.

Y justo le atiné, porque al terminar el de autoestima e iniciar este, el del amor, leí en el prefacio que no vamos a dejar de amar, vamos a amar de otra manera, partiendo del amor a nosotras mismas, ese que ya nos recetó en autoestima.

Así que aquí vamos.

Vamos a equilibrar cómo vivimos e imaginamos el amor, porque para Marcela la primera gran contradicción del amor (y tal vez por eso duele tanto) es lo que realmente experimentamos y lo que idealizamos (mitos).

Y por supuesto que, en la construcción de esos mitos, el género, la desigualdad, dominio, las series y películas han jugado un papel fundamental. A las mujeres nos educan para amar, es un mandato, uno de nuestros deberes principales, somos “seres para el amor”, porque así se le facilita al patriarcado que seamos serviciales y abnegadas.

Y es tan fuerte esa visión patriarcal del amor que no solo lo vivimos de manera tangible, con nuestros cuerpos, sino también llega a formar parte de nuestra conciencia subjetiva, imaginándonos felices amando a seres del futuro, idealizando al “amor de nuestras vidas”, al grado que “millones de mujeres en el mundo actual obtienen más satisfacción de los seres del amor que ven en el futuro que de lo seres concretos con lo que se relacionan en el presente”.

Pero el amor no solo es vivencia, también es trascendencia, nos dice Marcela, “sin amor no es posible la vida. El amor es una experiencia movilizadora, nos mueve a actuar, a crear acontecimientos – a trascender-, a transformar el mundo y nuestra vida. El amor no solo nos hace vivir, sino trascender.”

Pero ahora, menciona Lagarde, las mujeres modernas somos disidentes, porque hay nuevas formas de amor. Vivimos en una contradicción, con hitos tradicionales, mezclados con transgresiones modernas, dando como resultado el sincretismo de género. Somos sincréticas.

Y justo ante ese sincretismo, nos hemos convertido en artistas feministas creativas, hacemos arte y magia, equilibrando lo tradicional y moderno, malabareando.

Tal vez, comparte, el amor es el espacio más tradicional en las mujeres modernas.

Ante ello, nos comparte su primera clave: el conocimiento.

Para amar, hay que conocer. Romper ese mito tradicional que decía que el amor se da solo, que es inesperado, que solo íbamos a sentir y ya, sin cuestionar, que nos invitaba a entregarnos sin conocer.

Hoy, necesitamos conocimiento y sobre todo, autoconocimiento. Para amar, el interés siempre tiene que iniciar en nosotras: ¿qué quiero, qué deseo, qué anhelo, qué necesito, qué puedo, qué hago? Tener nuestro propio juicio amoroso y diseñar nuestra propia filosofía amorosa feminista.

Porque la filosofía del amor de antes, la patriarcal, nos crió como especialistas del amor, como si eso fuera nuestra única identidad, hoy, la visión feminista sabe que el amor es histórico (no ahistórico) y está atravesado por el género, la cultura y el poder.

El amor es también, una experiencia política, por ello, en esa búsqueda de una nueva ética amorosa, las mujeres modernas pedimos justicia y equidad en el amor para poder romper con la contradicción antagónica y lucha entre lo tradicional y moderno: a veces creemos que debemos seguir siendo benevolentes y hacer todo por otros, pero al mismo tiempo queremos sentirnos plenas y libres. Esa es la gran contradicción de la modernidad y por eso tenemos la sensación de estar partidas.

Lagarde cita a Sartre y a Simone, pues si bien Sartre planteaba que la materia del amor es la libertad, Simone le refutaba que no se podía plantear la universalidad de una experiencia cuando la condición social, sexual y de género es desigual, entonces para ella, nunca ha existido el amor libre.

Un amor libre se construye dejándonos de ver como esclavas del amor, porque si yo soy esclava, busco a un esclavo. Nos dominarán y buscaremos dominar. Damos todo y buscaremos que nos den todo y si no, nos sentimos carentes.

Y ante esa carencia sentimos que si no recibimos es porque no merecemos, porque algo hicimos mal, siempre la culpa es de nosotras. Nos hacen sentir que si no nos aman es porque algo no hemos hecho bien o porque nos falta algo, belleza, por ejemplo. Y entonces, las mujeres “gastan más de la cuarta parte de nuestro salario en embellecernos solo para hacernos beneficiarias del amor”, comparte.

Y en la modernidad no es solo la belleza, otra virtud que se nos exige es tener un buen trabajo, que generemos recursos y que aun con todo ello, aceptemos la supremacía de los hombres, que el orden jerárquico siga funcionando.

Ante ello, cita a Celia Amorós, las mujeres feministas desde el siglo XX hemos revolucionado esta visión siendo pactantes, imponiéndonos con pactos y limites en las leyes y en el amor.

Porque al pactar, creamos normas personales y para nuestras relaciones, aquí la clave y propuesta feminista es que el amor sea una experiencia donde se pueda negociar. Y justo para negociar necesitamos esos valores y normas, que serán las condiciones para que otros se relacionen con nosotras, serán nuestros límites, el freno del patriarcado, ya no nos imponen, ahora nosotras opinamos y pactamos.

Y es un “pacto amoroso”, lo llama Lagarde, basado en la filosofía política feminista, que pasa por un proceso de desidealizar el amor. Y me encantó un ejemplo que dio para ello, romper el mito del príncipe azul ¿por qué queremos un príncipe azul? Si para empezar en América Latina no hay monarquías. Dejemos de idealizar la supremacía monárquica y pasemos a una visión democrática, porque la realidad es que, para poder amar, las mujeres necesitamos ser ciudadanas. Si ya elegimos a quien nos gobierna, también podemos elegir a quien amar y con quién formar un hogar.

Y como lo personal es político, “los problemas de tu amor son problemas de todas”, por ello Marcela nos invita a tener una “filosofía política colectiva sobre el amor”, para que no exista una mujer más siendo esclava en su relación amorosa.

Y es político porque al amor lo atraviesa el poder, entonces para desmontar esa cultura de dominación bajo el velo del amor, la transformación de la cultura es fundamental, con cine y literatura feminista, para ir haciendo ilegítimos esos contenidos tradicionales y patriarcales del amor.

Y otra clave que nos comparte Marcela es la importancia de la soledad, porque el amor como vínculo sano solo es posible entre seres que se asumen en soledad. Lo mismo nos decía en la autoestima ¿recuerdan?

Y es que nos han amenazado con la idea de que sin amor “nos vamos a quedar solas” por eso le damos tanto peso, aunque en realidad es miedo al abandono, un instinto humano. Pero Marcela nos tranquiliza al decirnos que ya no somos unas bebés que moriremos si nos abandonan, somos adultas y sobreviviremos.

Con madurez emocional superaremos ese miedo y podremos disfrutar esa soledad tan necesaria para seguir construyendo individualidad, para pensar, reflexionar y dudar. La duda es necesaria para transformar. Porque antes no dudábamos, nos creíamos todo. Ahora podemos decir no creo, no acepto, hay otras formas…

Nos invita a tener esos necesarios ratos de serenidad, a encontrarnos con nosotras mismas, asumir nuestra mismidad, sabiendo que nadie es incondicional para nosotras. A experimentar lo que Simone de Beauvoir llamaba “soledad existencial”. Que podamos hacer vínculos desde la soledad porque siempre serán eso, vínculos, nunca buscar ser el apéndice – esclava – de otra persona.

Marcela hace un pequeño recuento histórico del amor y nos comparte que fue con el amor burgués que se impuso el amor para toda la vida, la heterosexualidad y la monogamia (claro, permisiva para los hombres) por eso hasta la fecha sigue normalizado el que los hombres puedan tener otras parejas sexuales, pero las mujeres no.

También se dio lo que Franca Basaglia llama “la expropiación de las mujeres”, al imponer que llevara el apellido del esposo y que él fuese su dueño jurídico, afectivo, sexual y económico. Estábamos, pero no estábamos. No éramos dueñas de nada, ni de nuestro cuerpo, sexualidad o subjetividad. No éramos libres.

Ese amor burgués nos configuró como dependientes y pobres, subordinadas a las relaciones, logrando que “conseguir un marido” se convirtiera en el objetivo de vida de las mujeres, incluso en relaciones devastadoras.

Para Marcela, ese amor burgués también dio pie a las madreesposas, el anhelo de millones de mujeres en todo el mundo y sobre todo en América Latina, cuyos mandados son: encontrar un hombre para tener sexo exclusivamente con él, ser madres, tener una familia.

Incluso se asume que esa es la única vía para la felicidad, llegando a considerar como infeliz a una mujer que no tiene hijos o marido, no importa si realiza otras cosas. Y entonces estamos ante mujeres que “soportan mucho mejor el desamor que la falta de alguien a quien amar. Tenemos más callo para aguantar el desamor que para enfrentar la ausencia de un amor”. Qué fuerte.

Y por eso, muchas mujeres llegan a aceptar la posición de “amantes” con tal de amar y que las amen, aspirando a convertirse en “la única, permanente, exclusiva” lo más doloroso, expresa Marcela, es que, si las “madreesposas” ya son subordinadas, las amantes anhelando ese papel, lo son más.

Después llegó el amor victoriano, siendo el extremo del burgués, pues significó más frigidez, las mujeres no podían mostrar su interés en la sexualidad y pasión erótica.

En el amor victoriano se utilizaba a la maternidad para mostrar el poder de los hombres sobre las mujeres “la mejor muestra de una buena relación conyugal era que la mujer siempre se mantuviera embarazada”. Eso se trasladó a América Latina pues algunos hombres tienen la visión de que, si las mujeres están siempre embarazadas, no podrán engañarlos. Por eso se da esa costumbre de que cuando ellos viajan o migran por trabajo, dejan a las mujeres embarazadas para asegurarse de que no podrán tener amantes.

Otra forma histórica de amor, es el amor romántico, surgido en Europa como reacción a la frigidez del amor victoriano. Buscaba dar rienda suelta a las pasiones, reivindicando la pasión erótica.

Un rasgo salvable y bonito del amor romántico es que se combinaba con revoluciones liberales y socialistas, las parejas compartían causas políticas, filosóficas, luchas y proyectos; eso les sostenía y el amor aumentaba al identificarse mutuamente con un mismo sentido de vida.

A esto Marcela le llama “sentimiento oceánico”, cuando la identificación va más allá de la pareja y se ven inmersos en una causa mayor, sintiendo que ese fin les trasciende, estimulando su amor.

Pero hay que tener cuidado, nos dice, porque el amor romántico tiene siempre una cara trágica y una clave feminista es dejar de asumir que amar es sufrir. Sufrir por amor no es una virtud. No es normal ser víctima de un amor/relación.

Al contarnos la historia de amor que vivió Virginia Woolf, construyendo una relación equitativa con su esposo, Marcela nos dice que “la única forma de eliminar las brechas de desigualdad de género es tener más poderes sobre nosotras. Porque cualquier hombre y todos los hombres cuentan siempre con un plus de poder.” Para Marcela, la relación de Woolf marcó el inicio de lo que se conoce como “amor libre”, siendo una crítica al amor cortés, burgués, victoriano y romántico. Su contenido básico era la libertad.

Ojo, amor libre no significa no tener compromisos, hay compromisos, pero en igualdad. Buscaba, además, quitar la visión pecaminosa del sexo pues como expresaba Alejandra Kollontai “no hay socialismo sin revolución sexual” (Alejandra fue la primera mujer que redactó la ley que reconocía el derecho de las mujeres al aborto mientras fue ministra de Bienestar en Rusia el primer estado socialista del mundo).

La hipótesis de Marcela Lagarde es que todas tenemos una mezcla única del amor basada en la síntesis de todas sus formas, pero lo que siempre es compartido, son sus problemáticas, por ejemplo, la subordinación y dominio (el poder).

Y por ello vivimos en frustración, por la contradicción entre mito y la realidad.

Como solución ante ello, nos invita a escribir sobre nuestras fantasías amorosas, porque eso nos ayuda a distanciarnos de ellas y evitar desilusiones, pues mientras más fantaseamos, más grandes serán las desilusiones y más se deterioran las condiciones realistas de las relaciones de pareja, pudiendo llegar al grado de una “imposibilidad de encontrar pareja porque la fantasía se puede volver tan grande hasta llegar a hacer que nadie se parezca al ser fantasioso que vive en nuestra imaginación y a que todas las personas que encontremos queden descalificadas”.

Nos invita pues a dejar de lado mitos y fantasías y en lugar de ello a construir una concepción realista de la vida, amor y pareja. Un síntoma de que mantenemos un exceso de fantasía es envidiar el amor que viven otras y ser incapaces de disfrutar uno propio, realista y aterrizado. Mucho más porque ni siquiera sabemos cómo es realmente esa relación externa que idealizamos, sobre todo ahora, en mundo de redes sociales, donde ponemos demasiado peso a la foto bonita de Instagram, sin saber lo que hay detrás.

Menos mitos + pactos terrenales.

Porque “el patriarcado durará hasta que las mujeres lo sostengamos con nuestras fantasías”. Y en ese sentido, para poder negociar en el amor debemos hacer primer un compromiso con nosotras mismas, priorizarnos, descautivarnos, tener propia voz y deseos.

¿Saben por qué amamos enamorarnos? Nos pregunta. Porque es una exaltación de la vida y la sensualidad, todos los sentidos se abren al goce y placer. Lo malo es que cuando el enamoramiento termina, no termina igual para los hombres que para las mujeres, incluso en algunas mujeres, nunca termina.

Esto, menciona Lagarde es precisamente por el sistema patriarcal, pues para los hombres es más fácil que el enamoramiento termine debido a su supremacía y privilegios, mientras que la mujer puede quedarse en una impotencia amorosa con el anhelo de fusión eterna, dice “viven velando el fantasma del hombre que un día instalaron en el centro de su vida. Aunque ya no esté con ellas siguen fundidas con él”. Escapemos de esos fantasmas, nos liberemos. Ellos ya no están, ellos ya se fueron y no nos aman. Pero un amor sano e igualitario está en camino, del otro lado de nuestra imaginaria y fantasmal dependencia.

El enamoramiento no se escapa de la supremacía, hay diferencias de género, debido a la ética sacrifical que nos impusieron, por eso en algunas relaciones el hombre se desarrolla mientras que la mujer se sacrifica. Qué desigualdad tan cruel.

Y a veces, aunque creamos que somos iguales, Marcela nos centra al decirnos que no lo somos. Al amor llegamos siendo quienes somos, con nuestra condición humana y la cruda verdad es que las mujeres estamos en desigualdad con los hombres, en desigualdad social, económica, jurídica y política. Ninguna mujer está exenta de esa desigualdad, reflexiona.

Para ir transitando a relaciones sanas y equitativas, Marcela comparte que una de las claves, según Clara Coria, psicoanalista feminista, es asumir nuestra ciudadanía, tener la conciencia de tener el derecho de tener derechos. Y eso implica diseñar y nombrar nuestros derechos con perspectiva de género en el amor y en las relaciones de pareja.

Para realmente vivir esa condición de ciudadanas hay tres condiciones: protagonizar mi vida (no mi pareja ni mis hijos YO), no esperar a que alguien me dé esos derechos (me los otorgo YO) y por último, vivir mis derechos humanos.

Implica también, eliminar el sentimiento de que alguien “me hace un favor” al amarme. No nos sacamos la lotería por un buen hombre o un buen amor, es nuestro derecho TODAS TENEMOS EL DERECHO AL AMOR.

“Es un derecho humano el derecho al amor y con su apellido feminista: amor no enajenante, que no me haga ajena del sentido de mi vida, que no me expropie de mí misma. Tengo derecho a un amor que me beneficie”.

Implica dejar de pensar que “nos eligieron” y pasar al yo también elijo. Porque me valoro y no me coloco en una condición de inferioridad, soy también sujeta del amor, de la historia, de la política, del discurso. Soy también protagonista.

Amar implica tener clara mi historia e identidad ¿por qué vamos a poner de vacaciones nuestra inteligencia y análisis para vivir el amor, si es en el amor cuando más les necesitamos para sentir mejor?, se cuestiona Lagarde.

En cambio, nos invita a tener una geografía de la pareja, para ubicar las desigualdades y tener una contabilidad para saber qué aporta cada parte, para entrar al terreno del pacto.

Y si ya de por sí, nos dice Marcela “toda relación implica una pérdida”, porque como decía Simone de Beauvoir “una parte de la libertad se pierde en el amor”, al menos hay que ponderar qué se pierda y qué se gana. Para ello se necesita un “inventario de cualidades”, qué recursos se intercambiarán, qué bienes materiales o simbólicos habrán implícitos (por ejemplo prestigio, fama, posición social, etcétera), así como una radiografía económica, porque en el dinero se simboliza todo.

Y sobre todo por la deuda pendiente del Estado y la sociedad patriarcal con las mujeres: nuestra autonomía económica, porque sin ella, no hay paridad en las parejas. Para poder negociar en el amor, debemos ser propietarias de bienes y recursos.

Expresa Lagarde “mientras menos ruido económico y deudas le metamos al amor, más amor puede haber”, para ello es importante esa radiografía económica. Y sin suponer que estamos en condiciones de igualdad, porque no lo estamos.

También nos invita a quitarnos esa idea del amor tradicional de que alguien nos va amar “incondicionalmente” porque no es así, es solo una fantasía que mantiene nuestras desventajas.

No busquemos relaciones de incondicionalidad, sino de confianza. Y esa confianza debe estar a prueba permanente, con manifestaciones cotidianas de ella, nos dice. Pues el amor es un sano intercambio, confío porque yo te doy y sé que tú me darás.

En una relación sana desaparecen las “promesas de amor”, porque Marcela dice que la gente abusiva solo hace promesas, pero no mueve ni un dedo por cumplirlas.

El amor es aquí y ahora, no vivamos en el pasado nostálgico ni en el futuro prometedor, menos nostalgia y más actualidad. Menos utopía y más topía, reflexiona. Se deben planificar las metas y acciones que cada parte en la relación irá sumando día a día.

Pone énfasis (y me encantó) que otro recurso indispensable es una terapia con perspectiva de género, pues desde la Cumbre Mundial de Viena se aprobó que la salud mental es un derecho humano de las mujeres.

Y la persona amada no puede jugar el rol de nuestro terapeuta, entre menos nos confesemos, seremos más libres. Tampoco puede ser nuestra autoridad. Marcela nos invita a tener nuestra propia autoridad interna, donde nos autoricemos creernos a nosotras mismas, con nuestros propios juicios y valores.

Que dejemos de dudar de nuestra opinión y nuestro juicio. Basta de darle el poder a autoridades externas, nuestra mayor autoridad, está en nosotras mismas.

Entre más yo, menos dependencia.

Nos creamos más, no estamos equivocadas ¡tú tienes razón, estás en lo cierto! Por eso amo “Mujeres que corren con lobos” de Clarissa Pinkola Estés, porque a través del reconocimiento de nuestra intuición, nos ayuda a reconectarnos con esa autoridad femenina que vive en nosotras.

Si estás en una relación, te invita a hacer corte de caja cada día, porque incluso si llegan a terminar, no te quedas vacía, no te deben nada y no debes nada, se actúa desde la justicia y la equidad, con relaciones confiables, éticas y transparentes, porque nosotras “no somos traicionables”.

Justo por eso, Marcela toca el tema de la infidelidad y “los triángulos amorosos”, que, para ella, son un síntoma de desigualdad. Al estar en uno, engañas a una congénere, eres cómplice de la destrucción de una mujer, invita a no ser cómplices del machismo de los hombres, a no alimentar la subordinación de nosotras mismas.

Ninguna está en primer o segundo lugar, ambas están en una posición injusta. Esos triángulos solo le funcionan a los hombres y la desgracia siempre llega para las mujeres, si no se les pone un freno, se convertirán en cuadrángulos, poliedros y en “toda una constelación de relaciones injustas.”

En esos triángulos tú rompes la cadena de sororidad entrando en una ética de traición y remata diciendo que “una mujer que traiciona a una mujer, se está traicionando a sí misma”.

Ante eso, la mejor alternativa para Marcela es una sola relación de amor, respeto y confianza, porque tal como dice, nuestro tiempo, recursos de vida y capacidades para atender con cariño a alguien son limitados, mantener una sola relación tanto de amistad como de amor, implica esfuerzo ¿Cómo puede alguien mantener varias? Evidentemente son fragmentadas, vacías, injustas.

Menciona que otro gran pacto entre nosotras y que debe formar parte de nuestra agenda política es no solapar la impunidad de los hombres irresponsables, no aceptando a aquellos que abandonan a sus hijas e hijos ¡NO A LOS DEUDORES ALIMENTICIOS!

Al contrario, invita a evidenciar a esos hombres y el daño que causan, yendo a los tribunales, buscando justicia, que reparen el daño, pues esa actitud es parte de la ética del feminismo. Y como alternativa sana, invita a convencer a los hombres responsables a que socialicen su paternidad, que le muestren al mundo que hay otras formas de ser hombres y padres.

Concluye con la invitación a formar grupos de autoconciencia feminista, como respuesta a la insolidaridad entre nosotras que tanto le gusta al patriarcado.

Y para ello, hay que tener claro porque se produce esa insolidaridad, menciona que es por la competencia, porque sin capacidad de elegir ni decidir, las mujeres siempre estamos compitiendo por los hombres y por un lugar en el mundo. Porque hay muy poco lugar en el mundo para las mujeres.

Ante eso, la respuesta es la sororidad y una ética solidaria que elimine la misoginia, que incluya la estética de un buen trato entre nosotras, eliminando la hostilidad, malos tratos y la violencia entre mujeres.

Nos invita a ser sincréticas del mundo, a que nos unamos. Que seamos esa mezcla de lo que ya fue y ya no es, con lo que estamos siendo, con lo que vivimos y con lo que nos toca caminar.

Gracias maestra Marcela por guiarnos en esta travesía feminista.

Feminista no hay camino, se hace camino al andar.

Gracias por leer, con amor feminista, Yuli Zuarth.

Reseña también publicada en conjunto en el Blog de Yuli Zuarth

Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad exclusiva de su autora y no necesariamente representan la postura de La Costilla Rota.

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