Por Patricia Butrón
Hablar de menopausia es en general complicado y vergonzoso. No quiero hacer un artículo de datos, ni un ensayo sobre síntomas ni estadísticas, quiero contarles mi experiencia de vida de los últimos años: mi entrada a lo que yo llamo la edad de la oportunidad de la liberación. Pero vamos por pasos.
Llegar a sentirme liberada de la carga que me trajo la menopausia es algo en lo que aún trabajo, pero iniciar el camino es algo más que jodido con todo el significado de la palabra; yo para la sociedad estoy echada a perder, arruinada: VIEJA y además, siguiendo con los significados de jodida: molesta y fastidiada. Sí, fastidiada de sentirme mal, no entendía qué me pasaba y encima aguantar a cuanta (y cuanto) chistosa de ocasión que me salía con un: todas lo han vivido y yo nunca oí quejarse a mi madre, a mi abuela y la lista completa de toda su genealogía femenina que nunca dio molestia alguna.
Es cierto, hay mujeres que lo pasan muy bien pero en general hay miedos de los que no se habla aunque no tengas grandes molestias físicas. Vivimos en una sociedad que venera la juventud y que odia a las mujeres a las que se les nota la edad. Envejecer está prohibido, hay un culto a la juventud exagerado, y si no me crees intenta dejarte las canas, deja que se te note la panza, las arrugas y más pronto que tarde vendrán las sugerencias de que te apliques botox, un poco de pintura, hagas una dieta o ya al menos te pongas una faja que eso nunca ha matado a nadie, o unas siliconas en las chichis; algo, hazte algo para que no se te note que seguiste cumpliendo años. En ese momento, me di cuenta de que mi cuerpo estaba siendo objeto de dos cosas muy extrañas por contradictorias. Por un lado, mi cuerpo era objeto de observación, era el centro de la conversación de todas las reuniones, me llovían sugerencias, recetas, recomendaciones de médicos, cirujanos, estéticas, gimnasios, homeópatas y hasta brujos. Parecía que llevaba un letrero pegado en la frente: venga, pase y opine sobre este cuerpo que está al escrutinio público, sin empacho ni miramientos, que bien merecido se lo tiene por no querer mantenerse joven. Y por otro lado, me daba cuenta de que empezaba a ser invisible.
A lo largo de estos años, he reflexionado sobre la presión psicológica que esto genera en nosotras las mujeres, físicamente yo no estaba bien y además recibía una presión enorme por cambiar de actitud, de edad y de cuerpo mientras la sociedad me cerraba las puertas y me iba segregando de todos los espacios de forma muy sutil. Encontrar remedio a los síntomas físicos no fue sencillo, pero encontrar paz en medio de una sociedad que me invisibiliza es una tarea que sigue siendo titánica. Y hablo de esa invisibilización sutil, de la cual no se habla mucho, porque sé que para mí, mujer de más de 50 años es difícil encontrar trabajo, que es casi imposible comprar un seguro médico, que me va a costar más trabajo ser tomada en serio en círculos profesionales, etc pero no estaba preparada para darme cuenta de que no hay representación de mujeres de mi edad en ningún espacio; en las películas no hay mujeres de mas de 50 siendo protagonistas, mujeres poderosas, exitosas y con una vida plena, donde sean ellas las aventureras, las que encuentran amor, sexo y felicidad sin ser ridiculizadas, dónde estamos en la música y me refiero a que no sólo las canciones hablen de nuestras preocupaciones y nuestras emociones sino que sean interpretadas por mujeres que aparenten la edad que tienen. En la publicidad sólo me he visto representada vendiendo toallas para la incontinencia como si esa fuera la única vida que me queda, primero limpiadora, cocinera y cambiadora de pañales y ahora sólo soy la que se orina a cada estornudo. Nada está diseñado ni pensado para mujeres de mi edad, he tenido que ir invadiendo espacios y me he adaptado a ellos. Ir a comprar ropa es otra enorme jodidez, no está diseñada o pensada para ser usada por una mujer de mi edad ni para los cambios físicos que tenemos y ahí andamos comprando tallas más grandes o más pequeñas, fajas más apretadas o nos resignamos a andar por la vida más incómodas que un pingüino en zancos. No estamos representadas, en ningún aspecto de nuestra vida. Qué cosa más jodida.
Dirán que todo esto es bastante pesimista y que las feministas hemos logrado cambios y que las mujeres de todas la edades ya somos y estamos en lugares y posiciones de poder, pero a la hora de la experiencia personal seguimos sintiéndonos muy solas y perdidas. Seguimos callando y viviendo la menopausia en solitario, y eso es muy jodido. Para mí, lo más importante ha sido la comprensión, escucha y respeto de mis decisiones de mi círculo más importante: mi pareja, mis hijos, mis médicos y muchas mujeres que han sido mi inspiración y mi apoyo. Tengo una comunidad de mujeres sororas que han sido mi guía y mi salvación para no caer en esa espiral violenta de intentar ganarle la carrera al tiempo, a las canas y a la flacidez de la carne, ciertamente una lucha imposible de ganar y sobre todo me han salvado de la soledad y de caer en una depresión peor que la que la falta de hormonas ya de por si te impone. Me han hecho ver que esta edad puede ser de mucha incertidumbre en muchas cosas pero también es una oportunidad enorme de liberarse, de aceptar mi cuerpo de un modo más amoroso, hacer las paces conmigo misma, con lo que ahora soy sin esperar el reconocimiento de los demás. Hoy he aprendido que si perdí el útero y los ovarios, estoy haciendo todo por extirpar también de forma radical los complejos, los miedos y las inseguridades así como todas las ataduras que me impiden el disfrute de mi cuerpo y mi sabiduría. Al final quiero lo mismo que todas, lograr que la menopausia y la edad no sean un camino jodido sino que sean parte de la hermosa experiencia de estar viva.
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