Desmitificando la violación (Parte final)

por Claudia Espinosa Almaguer

Por Claudia Espinosa Almaguer

 

En esta columna se concluye el abordaje a la violación, a propósito del caso Pelicot, ahora toca responder a ¿Por qué justificamos un acto semejante? Para ello hace falta hablar del violador.

 Gisele renunció al derecho que tenía como víctima a la privacidad en el desarrollo del juicio a fin de que las imágenes, videos y declaraciones sobre el modus operandi de su marido y de quienes recurrieron a él, fueran públicos. Gracias a ello sabemos que al foro de internet que Dominique creó para que otros accedieran a violar a su esposa, titulado “Sin su conocimiento”, acudieron más de 83 hombres de su localidad, algunos de ellos violaron a la víctima varias veces, otros lo hicieron creyendo que estaba muerta, pero inclusive quienes no accedieron a participar, tampoco dieron aviso a la policía porque hasta allá alcanza la complicidad machista.

 De estos agresores no ha podido conformarse un perfil criminal porque no se parecen entre sí, vamos a ver que, acorde a la investigación francesa, están en un rango de edad bastante amplio, de los 22 a los 74 años, son padres de familia, camioneros, carpinteros, obreros, ex militares, informáticos, un enfermero, un bombero, un guardia de prisión, jubilados, electricistas, etcétera. El 40% cuenta con antecedentes por violencia familiar, dos por violación, ninguno tiene trastornos mentales, no son especialmente adictos o dados a beber alcohol y apenas hay quienes señalen problemas en la infancia. Lo único que sí les une es “un sentimiento de omnipotencia sobre el cuerpo femenino”.

 De tal manera, este “Monsieur Tout-le-monde”, un señor cualquiera, ha quebrado la distancia cotidiana que se pone entre un violador y su comunidad, esa noción de seguridad que da creer que son otros y no los propios quienes acceden en redes a material pornográfico y sienten excitación sexual ante la idea de penetrar a una mujer contra su voluntad y sin ella, cuando no hay conciencia ni deseo. Los agresores cómplices de Dominique, inclusive se declararon inocentes de las violaciones diciendo que penetraron a la víctima “involuntariamente”.

Aunque sea falso que la pulsión sexual masculina cause los delitos sexuales, la creencia es tal que se usa de argumento para castigos como la castración vigente en algunos países y se plantea a cada tanto en otros, por ejemplo, en México donde sólo se denuncia 1 de cada 10 delitos. Hace un par de años que el Poder Ejecutivo en San Luis Potosí propuso que los hombres hallados culpables de violación pudieran optar como alternativa de tratamiento diversa a la pena, la extirpación voluntaria de sus genitales.

 Es interesante que viniese de la propia mentalidad masculina la idea de que el mero hecho de ser varón te hace proclive a violar, de tomarlo por cierto entonces ninguno está en control de sus actos sexuales porque su pene se adelantaría de algún modo, pervirtiéndoles hasta haberse satisfecho, siendo el órgano sexual el causante del delito, la mutilación devuelve al infractor (como en su momento al pecador) al dominio de sí mismo.

Podríamos pensar igual, creer como los propios hombres que sus congéneres de toda edad o condición deben ser controlados como se hace con los animales ferales, sin embargo, el fenómeno de la violencia sexual es siempre un abuso de poder y no un instinto.

 En la realidad, el mito de que el sexo es una necesidad indispensable para ellos como dormir o comer, conduce invariablemente a plantear que la pertenencia al sexo masculino es un conjunto de privilegios pagados con la integridad de las mujeres en tanto el rol social se bifurca entre la tarea reproductiva para lo cual está la madre esposa definida por Lagarde, y los grupos de mujeres sobre quienes el Estado exacerba y no resuelve sus condiciones de vulnerabilidad pero luego sí que legitima de trabajo su explotación sexual usando la libertad personal como bandera.

Pero si las mujeres no son sujetas de derechos sino objetos del mercado, susceptibles de acceso a cada parte o función reproductiva por dinero o por cultura, so pretexto de una animalidad en los varones, no debe sorprender la impunidad subsecuente para los crímenes que padecemos todas en el mundo, porque el “razonamiento” de los jueces franceses que llevó a la disminución de las penas de los violadores de Gisele es rasgo común de los poderes judiciales que también están dominados por señores.

En España en el caso de agresión sexual contra el político Iñigo Errejón, el juez Adolfo Carretero le preguntó a él si en el momento del supuesto escarceo sexual “la cosa se había arruinado” cuando su víctima había mencionado la urgencia de irse y si era posible que estuviese despechada por querer algo más serio en tanto a ella le ha urgido a gritos: ¿no sería que usted sí quería algo con él?, ¿cómo se va usted con este señor a su casa? o ¿para qué se sacó (él) el miembro viril?

A inicios de enero aquí mismo se dejó en indefensión a una joven cuyo agresor le arrancó el 80% del labio a mordidas porque el juez mexicano Carlos Alberto Ávalos Hernández no lo consideró un peligro para ella argumentando para dejarlo en libertad que: “una mutilación es para tú dejar desfigurada a una persona, para hacer que esa persona ya no se viera bonita, que no se viera bien, no luciera para la sociedad”.

Siendo ciudadanas de segunda clase, todas permaneceremos sin acceso a la justicia.

 

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