Las palabras importan

En lo individual, pero también en lo colectivo y como sociedad: las palabras importan. Reconocen la existencia de sucesos

por Azucena Cháidez

Por Azucena Cháidez Montenegro

Lo que nombramos importa. Igual que importa lo que no nombramos, lo que mantenemos en silencio. De acuerdo con la idea de justicia de la filósofa e intelectual Nancy Fraser, el reconocimiento es uno de los tres pilares que la permiten – junto con la representación y la redistribución-. Nombrar algo es el principio de su reconocimiento: algo merece ser mencionado, identificado de manera específica. A partir del reconocimiento se construyen ideas y narrativas.

Un paso más allá:  las ideas mueven a acciones particulares. Acciones que pueden modificar aquello que nombramos y no nos gusta, o bien para perpetuarlo. Las palabras limpian, pero también contaminan. Las palabras que decimos y que nos decimos. Los discursos que construimos; que nos construimos, y que nos construyen.

El lenguaje es una construcción social que permite comunicarnos, y éste depende a su vez de lo que somos como sociedad. De lo que vamos aprendiendo y desaprendiendo. Por ello el lenguaje es algo vivo. Lo que decimos importa: nos define, marca límites y posibilidades. Refleja ideas, creencias y vivencias. Todo ello también funciona en contra sentido: nos construimos ideas a partir del lenguaje y lo que nos decimos. Lo que nos dicen. Nos construyeron los discursos y las ideas a las que hemos sido expuestas. ¿Qué nombramos hoy en nuestras vidas, en nuestras rutinas, en nuestras creencias? ¿Qué nos dicen y nos decimos o dejamos de hacerlo?

En lo individual, pero también en lo colectivo y como sociedad: las palabras importan. Reconocen la existencia de sucesos. Las narrativas pueden construir revoluciones completas. Ejemplo de ello es la presencia de las mujeres en la vida pública.  Y en esta batalla aún en curso, nombrarnos y la forma en que decimos lo que somos es esencial.

Hay dos ejemplos muy concretos de ello: el primero en el ámbito de la salud.  Durante años, la construcción del estudio de la medicina como la conocemos se enfocó en la atención de enfermedades primordialmente masculinas y los síntomas femeninos fueron tratados con descuido en el mejor de los casos. No se nombraron. Tampoco se les buscó una forma de nombrarlas.  Es muy reciente el análisis y tratamiento de enfermedades que aquejan principalmente a las mujeres como puede ser el lupus – que sucede según los médicos nueve veces más en mujeres que en hombres. Hablar de esta realizad ha hecho una diferencia para las mujeres: nombrar la enfermedad y saber qué implica para las mujeres ha derivado en acciones concretas. Reconocer, nombrar y estudiar enfermedades que aquejan principalmente a nuestro género es un fenómeno relativamente nuevo, que se ha dado sobre todo en la segunda mitad del siglo XX.

El segundo ejemplo, está en el ámbito de la violencia contra las mujeres.  A principios de los años noventa la palabra feminicidio no existía como delito en México. La violencia contra las mujeres era clasificada como homicidio- en sus diversas clasificación – y no fue hasta 2011 que se incluye en el Código Penal del entonces Distrito Federal.  Todo el movimiento que se empezó a dar con las llamadas “muertas de Juárez” hacia finales de esa década y principios de los 2000 contribuyó a identificar que hay dinámicas que pueden derivar en el asesinato de una mujer por razón de su género y que son muy diferentes a las que caracterizan otro tipo de homicidios. Nombrar los feminicidios como tal ha derivado en acciones concretas para prevenirlos.  De hecho, se han desarrollado escalas de riesgo para identificar distintos tipos de violencia hacia la mujer, que pueden llegar a salvar vidas, éstas no se empezaron a desarrollar hasta que se nombró el fenómeno de la violencia contra la mujer como algo específico y que no era normal ni admisible. Un tipo de violencia que ameritaba una atención distinta. Y se le dio un nombre. Hoy, aunque estamos lejos de decir que hay justicia para las víctimas de este tipo de violencia y su expresión última que es el feminicidio, existe la formas de nombrarla y de atenderla. Acciones para sancionarla.

Por ello es importante nombrar lo que sucede. Para dejar que se reconozca y se actúe en consecuencia. En lo individual y en lo colectivo, ¿qué sucede hoy que no nombramos? ¿qué nombramos y dejamos que nos defina? ¿Qué sigue en la batalla narrativa para cambiar preconcepciones? El lenguaje, la narrativa y las ideas son todos entes vivos en continua evolución. Evolución que depende de lo que hoy nos atrevemos a nombrar.

 

Imagen creada con IA por LCR

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