Por Arely Huerta Maqueda
En los últimos años, la televisión ha experimentado una transformación en la forma en que presenta y capitaliza el entretenimiento. Reality shows como «La Casa de los Famosos México» han alcanzado audiencias masivas, pero, detrás de la aparente diversión y entretenimiento, se esconde un fenómeno preocupante: la violencia de género como morbo televisivo. Las mujeres se han convertido en piezas claves de consumo mediático, explotadas por las dinámicas de los programas y la indiferencia de las empresas ante las situaciones de violencia que enfrentan.
Estos programas, bajo la fachada de entretenimiento, utilizan las discusiones, conflictos y agresiones entre los participantes como una estrategia para atraer más espectadores. Lamentablemente, gran parte de este «contenido atractivo» está basado en la exposición y explotación de la violencia contra las mujeres. La reciente polémica en «La Casa de los Famosos», donde se evidenció la violencia ejercida contra la actriz Gala Montes, y más actrices dentro del reality es solo un ejemplo de cómo la violencia hacia las mujeres es normalizada y consumida como parte del espectáculo.
La indiferencia de las empresas y ganancias a costa del dolo; la exposición de la violencia de género en programas de este tipo no solo revela una profunda insensibilidad, sino también una indiferencia preocupante por parte de las empresas productoras. A pesar de los llamados de atención de instituciones como la Secretaría de las Mujeres de la Ciudad de México, que condenó el caso de violencia contra las participantes, las acciones reales para frenar este tipo de contenidos son mínimas o nulas.
Las empresas responsables de estos programas rara vez asumen responsabilidad por el daño que provocan, priorizando las ganancias que generan con cada episodio, cada tendencia en redes sociales y cada reproducción en plataformas de streaming. El dolor, las humillaciones y el sufrimiento de las mujeres son transformados en espectáculo, y mientras la audiencia crece, la violencia continúa siendo ignorada.
El Poder de las Redes Sociales: Presión y Evidencia
Sin embargo, las redes sociales han jugado un papel clave para exponer y evidenciar estas situaciones. Miles de personas se han sumado a campañas de denuncia y presión, visibilizando la violencia ejercida contra las mujeres dentro de estos reality shows. La indignación colectiva ha demostrado que las audiencias ya no están dispuestas a tolerar la explotación de las mujeres con fines de entretenimiento.
Este poder de las redes sociales ha generado una nueva forma de escrutinio público, donde las empresas se ven obligadas a rendir cuentas, ya sea por presión mediática o por temor a perder anunciantes. Aun así, queda un largo camino por recorrer para que se adopten medidas contundentes y no solo se maquille la situación con disculpas superficiales.
Aunque no sea tan evidente también hay consecuencias sociales para las mujeres dentro y fuera de la pantalla, las mujeres que participan en estos programas no solo sufren agresiones en tiempo real, sino que también enfrentan las repercusiones después de que las cámaras se apagan. El impacto de la violencia mediática va más allá de lo inmediato, ya que muchas de ellas deben lidiar con el acoso en redes sociales, la estigmatización y la revictimización pública.
El hecho de que estas situaciones sean transmitidas a nivel nacional en televisión abierta y en plataformas de streaming perpetúa el ciclo de violencia. Al difundir estos comportamientos, las sociedades machistas y misóginas se ven reforzadas en sus creencias y patrones violentos contra las mujeres. Se envía un mensaje claro: la violencia contra las mujeres es aceptable, siempre y cuando genere entretenimiento y aumente la audiencia.
La normalización de estos comportamientos en la televisión tiene un impacto directo en cómo la sociedad percibe y maneja la violencia de género. La exposición repetida de agresiones, acoso y humillación hacia las mujeres, sin consecuencias reales o intervenciones adecuadas, refuerza la idea de que estas conductas son parte de la vida diaria. Esto, a su vez, perpetúa discursos y comportamientos violentos en otros espacios sociales, ya sea en el trabajo, en el hogar o en la escuela.
Los reality shows, al replicar dinámicas de poder desigual, alimentan un imaginario colectivo en el que las mujeres continúan siendo vistas como objetos de consumo, sin respeto por su dignidad o derechos. La difusión de estos contenidos a gran escala no solo refuerza la violencia estructural, sino que contribuye a la creación de una sociedad cada vez más insensible a los efectos devastadores de la violencia de género.
El entretenimiento no debería construirse sobre la base del sufrimiento ajeno, y mucho menos sobre la violencia de género. La televisión y las plataformas digitales tienen una responsabilidad ética y social de ofrecer contenido que respete y valore a las mujeres. Es necesario que la industria del entretenimiento y los medios de comunicación reconozcan su papel en la perpetuación de la violencia contra las mujeres y asuman un compromiso firme para promover imágenes y narrativas que rompan con los estereotipos dañinos.
Foto: Imagen creada por IA por LCR