Por Claudia Espinosa Almaguer
México es un país en perpetua crisis, los problemas que derivan del escaso acceso a la salud, la educación y el trabajo digno, añadidos a la pobreza, la corrupción y la violencia han deteriorado a tal grado la capacidad del Estado para gobernar que abundan los territorios en que el poder se ejerce desde la criminalidad, generando un vacío peligroso para los grupos más vulnerables como los pueblos originarios y los migrantes que están buscando su paso hacia los Estados Unidos.
En los años de presidencia priísta, entre 1990 al año 2000 que abarca el periodo de Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, la cifra de homicidios a nivel nacional fue de 67,525 y 79,759. Ante el cambio de gobierno al cabo de siete décadas en manos del mismo partido, la administración de Vicente Fox tuvo una disminución significativa con 60,073 homicidios, hoy sabemos del avance del crimen organizado que provocó una confrontación armada entre 2007 y 2012 con Felipe Calderón incrementando a 122, 319 víctimas y 150, 451 en el periodo de Enrique Peña Nieto.
Esta situación particular, sumada a casos tan significativos como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa Guerrero en 2014 fueron parte de las razones de peso que tomaron miles de mexicanos para votar por el cambio político que representaba Andrés Manuel López Obrador, la desesperación, la indignación, minimizaron el hecho sabido de sus pocas luces académicas, de su machismo de izquierdas, ciego a posta de la situación de las mujeres pero convencido de ser un prócer de la patria, tal vez una encarnación de Benito Juárez, un prohombre.
Si en algún país iba a pegar semejante imaginación es en este, irónicamente el éxito de Andres reside en ser un priísta de cepa, sus modos, su discurso hacía el “pueblo”, son exactamente los mismos en cómo el propio PRI gobernaba y decidía: el partido es su presidente y él indica cuál es la verdad a seguir, además de que a través de sí se produce la prosperidad, la “solidaridad”, el “bienestar”, el acceso directo a dinero dado a la poblaciones más necesitadas, que no en vano México tiene 55.7 millones de personas en pobreza, de las cuales 10.8 millones tienen más de tres carencias sociales y no tienen ingresos para alimentarse.
Una promesa al tamaño de la que consiguió meter este sexenio en la historia de México, amerita hacer énfasis en cómo deja Obrador al país que no reconoce, una pobreza igual que la de sus antecesores, más de 100 mil personas oficialmente desaparecidas, 167, 336 homicidios como resultado de la violencia sistémica, 511, 081 muertes por covid-19 y 808, 619 muertes en exceso por todas las causas derivado de la negligencia en el manejo de la pandemia.
Cabe añadir a cuenta del presidente el desfalco de los recursos destinados a proteger a las mujeres de la violencia, a la formación, a los refugios para víctimas porque de ahí han resultado las 25 Alertas por Violencia de Género y los 16 feminicidios que ocurren en México cada día, además de la persecución a periodistas y al movimiento feminista siendo este el único que ha plantado cara a la misoginia como política de Estado.
En este homenaje, es dable recordar la destrucción de la selva en el sur a favor de la creación del Tren Maya, la apuesta por el petróleo, el abandono de zonas de reserva y bosques a manos de la delincuencia y el asesinato de defensores y defensoras de la naturaleza.
Pocos líderes pueden jactarse entonces, de haber destruido el presente y el futuro del país donde gobiernan, de retrasar por décadas el avance de una nación y representar por sí mismo con todo y lo que tenemos, lo peor que nos ha pasado.
Experimentar esa rabia, desear como nunca su castigo, su destierro, su desaparición en la memoria colectiva, hace que vaya más allá de lo formal decir que en México vamos a votar en este junio por más de 20 mil cargos, entre ellos a otra persona que se haga responsable del poder Ejecutivo. Nuevamente nos mueve la desesperación.
Claudia Espinosa Almaguer
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