Por Núria González López
Esta ha sido una semana muy monárquica. En días alternos he podido ver a dos reinas sin serlo ninguna de ellas. La primera, una joven reina en potencia y la segunda, una más que consolidada majestad que vino a celebrar ni más ni menos que sus 40 años de reinado. Dos coronas muy diferentes pero ambas formalmente irreales. A saber, ellas son la Leonor y Madonna.
El martes pudimos ver a una auténtica princesita que cumple todos y cada uno de los cánones del más exigente cuento de hadas. La princesa Leonor, presuntamente la futura reina de España, es todo cuanto dios manda que debe ser una “buena nena”. Educada, prudente, rubia de ojos azules y que encarna una pureza tal, que hasta de blanco inmaculado tuvo que lucir en su toma de posesión como heredera.
La pobre chica se maneja en la más absoluta de las correcciones, siempre bajo la férrea mira de su monárquica madre que es buen ejemplo de que no hay nada más inquebrantable que la fe del converso, en este caso, de una conversa convertida en reina. Pues no hay nadie más monárquico en este país hoy que la reina Letizia, de la que nadie lo hubiera dicho (ni ella misma) cuando tenía 18 años, los mismos que tiene ahora la perfecta princesa Leonor.
Todo parece apuntar que la heredera al trono atesora cada uno de los atributos necesarios para poder tener un reinado fuerte y duradero. Y, sin embargo, la realidad que vivimos estos días nos hace dudar hasta que pueda incluso llegar algún día a ocupar el trono que por su borbónico apellido va a heredar.
Les confieso que la niña de blanco, en medio del Congreso, rodeada de tanto abolengo como casposidad, me inspira más penita piadosa que cualquier otra cosa, pues si la tirantez va a ser lo que guíe su vida, no sabemos si será reina, pero lo que sí sabemos es que se va a aburrir un montón. Al menos de momento, máxime si la comparamos con la Reina del Pop que ha tenido a bien visitarnos esta semana en Barcelona, y que unos cuantos miles de muy afortunados y afortunadas hemos podido deleitarnos con su regia presencia.
La corona de Madonna como indiscutible número uno del pop lleva ya cuatro décadas adornando su rubia cabeza. Y en el color del pelo se quedan las cosas que tienen común con Leonor.
Advierto que mis siguientes líneas nada tiene de objetividad pues me confieso una fan absoluta de la artista que lleva toda la vida guiando mis pasos de baile. Yo la amo.
Madonna desembarcó en Barcelona con su séquito real compuesto por una treintena de maravillosos bailarines y bailarinas y una corte de técnicos de luz y sonido que convirtieron el Sant Jordi en el más fabuloso palacio de la música mundial durante dos horas, dos días.
Sonó su marcha real llena de acordes que todas y todos conocemos y allí apareció ella, un monumento viviente a la irreverencia y a la excelencia, a la que todas y todos sus emocionados súbditos allí presentes rendimos la más servil de las pleitesías.
Cuarenta años siendo políticamente incorrecta pero el mismo tiempo siendo una genio de la música, a la que yo, personalmente, entregué hasta la última partícula de mi alma a la segunda nota, a cambio de que su indiscutible arte y su mera existencia soberana no nos deje caer en la mediocridad, el oscurantismo y la infelicidad que nos acecha en estos tiempos negros que nos está tocando vivir.
Y nos recompensó con creces la devoción atemporal y transgeneracional que le profesamos. Tanto así, que hasta invitó un ratito a su homólogo masculino en la corona del Pop, que, aunque ya extinto hace años, se personó en aquel escenario y cantaron, rey y reina, para hacer realidad el sueño imposible de todos los allí presentes.
Porque ¿para qué queremos cuentos de hadas con apuestos príncipes si al final no se cumplen en ellos todas nuestras fantasías? ¿De qué nos sirven princesitas impolutas sin magia y sin gracia si no te inspiran nada más que mucha pereza? Es entonces cuando el cuento se torna monserga y por lo que yo, por mí, parte prefiero reinas manchadas el barro de por batallas de la vida que se sientan en el trono de lo imposible y que, al menos un rato, nos hacen posible todo a todos. Me temo que no parece que la blanca y radiante Leonor tenga tal poder.
Así que dicho esto, sólo me queda entonar aquello de God Save the Queen Madonna y recomendar a quien corresponda que le vayan contratando un hada madrina a la pobre Leonor para que eche un cable en su negro futuro, porque madrastras chungas ya tiene bien cerca.
Foto Dibujo original de Pepe Farruco