El arte de vivir peor

Para esta neocasta política del embudo, una trabajadora que se tenga que desplazar a otra ciudad frecuentemente no es una obrera, es una malvada capitalista burguesa que merece el sufrimiento del quinto infierno. Y si encima es una autónoma, merece poco menos que la hoguera

por Nuria González López

Por Núria González López

El otro día leí un dato muy significativo. Con implantación de las zonas de bajas emisiones en las ciudades, de todas las personas que habían podido cambiar su vehículo para poder seguir circulando, menos de un 30% eran mujeres. Esto no quiere decir que a las mujeres nos encante viajar en metros y autobuses atestados donde, si te descuidas, te pegan un arrimón no deseado, no. Esto quiere decir que las mujeres tenemos menos capacidad económica para poder cambiarnos el coche por uno más nuevo. Y, además, eso mismo explica que un alto porcentaje de mujeres tiene peores coches que los hombres.

El resultado colateral de esta medida, que ha demostrado su total ineficacia en términos climáticos, es que las mujeres se han visto obligadas a dejar de utilizar sus viejos coches para a trabajar, ir buscar a los niños al cole o realizar cualquiera de las mil y una tarea que reca en sobre nosotras, sin más alternativa que ir a patita o utilizando el paupérrimo trasporte público, teniendo que invertir dos o tres veces más de su ya escaso tiempo que el que invertían antes.

Por tanto, el “tiempo libre” de las mujeres se ha devaluado aún más. Y es que alguien alguna vez debería analizar el impacto que determinadas medidas que parecen super progres en los y las más desfavorecidas.

Todo esto me acabó de encajar como la última pieza de un puzle cuando hace unos días se anunciaban a bombo y platillo determinadas medidas del nuevo, pero más que visto, gobierno en potencia. Especialmente aquello de la eliminación de los trayectos cortos en avión.

Yo entiendo que en la cabecita de determinados dirigentes comunistoides no cabe la idea de que las y los trabajadores sean algo más que los que trabajan a menos de tres paradas de metro de su casa y que no se mueven de su puesto de trabajo en todo el día. Esta visión es también consecuencia de su aversión genética al trabajo en general.

Para esta neocasta política del embudo (lo ancho para ellos y lo estrecho para el resto), una trabajadora que se tenga que desplazar a otra ciudad esporádica pero frecuentemente no es un obrero, es una malvada capitalista burguesa que merece el sufrimiento del quinto infierno. Y si encima es un autónoma, merece poco menos que la hoguera.

Me pregunto si en ese paquete de chiripitifláuticas medidas se contempla una limosna institucional como las que viene dando paraque quien no puede ir y volver en un día a su casa pueda pagarse un alojamiento, o pretenden que esos “aburguesados” duerman debajo de un puente, como parte de su política de decrecimineto, que es la traducción en el neolenguaje del empobrecimiento de toda la vida.

Pero lo cierto es que, todas estas políticas dañinas resultan ser medidas clasistas y discriminatorias que atentan directamente contra la dignidad de la clase trabajadora porque pisotean el sagrado derecho al tiempo de descanso de quien se pasa el día en el tajo. Y que pagan impuesto, por cierto. Obvio que la neocasta no tiene ni idea de qué es eso del tajo, claro.

Es del todo insultante que se arguméntenlas bondades de una medida como la jornada laboral de 37,5 horas en que vamos a tener “más tiempo de vida para ser felices” cuando por otro lado se obliga a quien no tiene recursos suficientes, a desperdiciar su poco tiempo libre en metros, trenes y buses de mala muerte, que llegan a su hora 1 de cada 5 veces si bien te va.

Y en eso consiste exactamente esta política soterrada de implantar el arte de vivir peor que hace años que nos viene acechando. Y no sólo con las trabas a la movilidad cotidiana. Recuerden un momento esa campaña constante que aparece en los medios sobre lo sano que va a ser que, en lugar de chuletones, comamos gusanos u hormigas, auspiciada directamente desde el ministerio de consumo de otro comunistoideAlberto Garzón, el mismo que en su menú de bodas puso un buen solomillo de ternera.

Pero estamos de suerte, porque esa media horita diaria que una parte de los curritos creen que se van a ahorrar, servirá para pasársela en el tren de madrugada y llegar a la oficina un poco menos tarde gracias a nuestra maravillosa red de transporte público, mientras su viejo coche, que justo acaba de terminar de pagar con todo el esfuerzo del mundo,  se pudre aparcado en su puerta porque dice un pijo en un despacho, al que llega en su flamante y carísimo coche eléctrico de última generación, ha decidido que ya no lo puede usar.

Obviamente, a quienes tengan cuartos suficientesnada de esto les va afectar como a la obrereta de turno, porque cambiarán sus coches por otros más caros y seguirán comiendo solomillo, por mucho que el precio suba y así con todo. Y, además, sus empleados llegarán puntuales porque les habrán “regalado” media hora diaria más para “ser felices viviendo la vida”, como dijo la vicepresidenta, que gozarán intensamente en un bus de línea.

Eso o nos vamos todos a vivir del ingreso mínimo vital, nos quedamos en casita y dejamos de preocuparnos por estas mundanidades y de protestar por todo. A lo mejor esa es su idea de felicidad.

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