Por Gudelia Delgado
El feminismo es teoría y práctica política, social y filosófica radical que afirma a las mujeres como seres humanas con derechos y pugna por la eliminación del sistema patriarcal que, con su estructura política piramidal de dominación, privilegia a los hombres y oprime a las mujeres.
El feminismo propone la erradicación de la jerarquía sexual y la instauración de un nuevo pacto social basado en la igualdad de derechos y libertades entre mujeres y hombres. En ese sentido, y cuando parecía que el movimiento feminista, después de tres siglos de lucha, avanzaba en la visibilización y toma de conciencia de la violencia estructural que padecemos las mujeres por el hecho de ser mujeres, aparece el transgenerismo y logra, a pasos veloces y agigantados, fragmentar nuestro movimiento para imponer su agenda.
Y la agenda transgenerista, creada, impuesta, reproducida y multiplicada por hombres que adoran los estereotipos sexistas impuestos a las mujeres, no es otra que el borrado de las mujeres; para lograrlo, una de sus estrategias es fragmentar el movimiento feminista en diversas dimensiones, la primera es dividirnos entre quienes creen que los hombres pueden ser mujeres y quienes creemos que no; a las primeras las hace ver como feministas ejemplares y a las segundas como intolerantes y fóbicas: TERF es el acrónimo en inglés de Trans Exclusionari Radical Feminist y es el ofensivo término que acuñaron para referirse a nosotras, definiéndonos (¡oh sorpresa!) con respecto a ellos; de modo que, colocándose en el centro de nuestro movimiento (como los machos narcisistas que son) nos etiquetaron (dado que las etiquetas es algo que les fascina) como feministas incluyentes y excluyentes.
Lo cierto es que esas “feministas incluyentes” no son feministas, porque el feminismo significa luchar por la libertad y la justicia para las mujeres y ellas han claudicado, subordinándose a los delirios transgeneristas. El feminismo, por definición, excluye a los hombres, independientemente de cómo se sientan.
Como al transgenerimo no le es suficiente esa primigenia división, entonces se apropia de algunas reivindicaciones del feminismo de la periferia, el decolonial, el feminismo negro, entre otros, para corromper las causas de nuestras compañeras, y así poder tacharnos, a las feministas que no nos sometemos al dogma transgenerista, de blancas, privilegiadas, eurocentristas, capacitistas, entre infinidad de descalificaciones empleadas para perseguirnos, cancelarnos, someternos.
Y es que el feminismo reconoce que las mujeres somos diversas y en esa diversidad de violencias que nos atraviesan por nuestra raza, clase, etnia, entre otras condiciones, se gestan las organizaciones feministas negras, decoloniales, de la periferia, etc. Las mujeres somos diversas pero ninguna tenemos pene. Nuestro movimiento se centra en lo que nos une y no en lo que nos divide. Nos une la pertenencia a nuestro sexo, porque sobre él se crea, reproduce y recrudece la opresión que padecemos. El transgenerismo en cambio, le apuesta a la fragmentación y a la división del feminismo para validar su cabida entre nosotras. Son los opresores colonizando los espacios de las oprimidas.
El feminismo es uno y es la antítesis del transgenerismo.
Foto de Liza Summer desde Pexels, Composición de LCR