Por Angélica de la Peña
Milagros Monserrat el día de su cumpleaños fue ejecutada en plena calle. Una cámara graba el momento donde va apresurada para no ser alcanzada por su asesino quien la alcanza y la apuñala. El video constató cómo se desangraba y agonizaba por las heridas y finalmente cae muerta. La violencia del feroz asesinato conmocionó a todo el país. Aunque no tengamos constancia de videos de los feminicidios, es necesario recalcar la violencia de los perpetradores y la debilidad indefensa de ellas. Hay un predominio atroz.
México es candil de la calle y oscuridad de la casa. Aprobó la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer que no aplica. Esta Convención ordena a todos los Estados a trabajar desde las políticas públicas en la modificación de los patrones socioculturales, prejuicios, costumbres y prácticas que se basen en la premisa de la inferioridad de las mujeres y superioridad de los hombres. Define que la violencia contra las mujeres es cualquier acción o conducta que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico de la mujer, en los ámbitos público y privado. Y reafirma que la eliminación de la violencia contra la mujer, es condición indispensable para su desarrollo individual y social y su plena e igualitaria participación en todas las esferas de la vida. México es indiferente en el cumplimiento de esta obligación.
También conviene recordar que la Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso Campo Algodonero VS México referido a las chicas asesinadas en Ciudad Juárez, donde la Corte le señala a México que los homicidios de mujeres se encuentran influenciados por una cultura de discriminación contra la mujer y el Estado tiene el deber de prevención.
México ha avanzado en reformas y leyes para que se concrete el derecho de las mujeres a no ser violentadas, ha tipificado la violencia feminicida y el feminicidio. Pero la ley es letra muerta.
La impunidad, corrupción y desinterés de las autoridades impiden el acceso de la justicia. Lo que observamos es un alza de estos hechos deleznables, a pesar de haber avanzado en su tipificación. Y nuestro reclamo encuentra oídos sordos.
No hay política de prevención de la violencia contra las mujeres; hay que decirlo puntualmente.
El Estado es omiso en su deber de concretar el marco legal que hemos construido; no realiza programas de reeducación para la población en general para que se modifiquen pensamientos, cultura y se pongan “detentes” a la violencia contra las mujeres. La articulación de políticas coordinadas desde los tres órdenes de gobierno se ve impactada por la polarización de la política y la falta de recursos a las entidades federativas.
Al enemigo de las mujeres hay que llamarle por su nombre: el machismo; la actitud de los hombres de controlar, oprimir, cosificar y denigrar a las mujeres.
Los hombres deben poner un alto a otros hombres que se enorgullecen de ningunear a las mujeres. Ya basta de decir que no es cosa de ellos. Su silencio se vuelve cómplice en la perpetuación de sistemas que fomentan la minusvalía de las mujeres. Es un horror que asesinen a 11 mujeres cada día, y que dos tercios de mujeres mayores de 15 años haya sufrido violencia por su condición de ser mujer.
La violencia contra las mujeres ya es una emergencia nacional. No nos hagamos patos.
Defensora de derechos humanos
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