Por Angélica de la Peña
No es la primera vez que la gente se ha movilizado motivada por una esperanza. Tampoco es la primera ocasión que la esperanza ha movilizado al electorado. Usar el ofrecimiento de esperanza motivó a un cambio electoral en 2018, y a encumbrar a quien después de dos intentos, se le vio como un cambio prometedor.
No minimicemos, en realidad mucha gente vio ese cambio en el Presidente, un hombre carismático; y fue a votar con la esperanza para lograr justicia a los reclamos más sentidos. López Obrador movió el anhelo de ahora sí nos va a ir bien.
Durante sus campañas tomó pulso de los puntos frágiles de la gente pobre, y junto con la esperanza, también planteó una trampa que pocos vieron: el enganchamiento de la dádiva y la sutil amenaza de que lo perderás si te atreves a voltear a otra parte. Te doy pero lo puedes perder, y te lo dice simpáticamente, pero también amenazadoramente.
Esa es una de las características del populismo. El presidente reafirma todos los días que está del lado del pueblo, y en contra de la oligarquía: los fifís, esa clase que te ve para abajo, te menosprecia y ningunea. El populismo se reafirma permanentemente por este líder carismático, que sabe hablarle a la gente pobre a la que desde la otra frase imprescindible le machaca que es su prioridad.
Usa la equidad social como si fuese filantropía religiosa dirigida a personas menores de edad, con una mano les da un poco de dinero porque es buena gente y con la otra mano les soba la cabeza para reafirmar la condición de minusvalía. Es como si viéramos la imagen del tata criollo parado, y al niño con prendas rasgadas por la pobreza, agachado de rodillas.
López Obrador es un carismático populista muy listo. Usa las mañaneras como propaganda para llegar a las masas, su perorata no tiene la intención de provocarnos y hacernos enojar, no cuida siquiera si dice barbaridades. Todo su discurso va dirigido a la gente más sencilla y que necesita el sermón del patriarca. Y para tener total control, su presencia es permanente. Todos los días reafirma que está con los pobres, él es como los pobres. No hay populismo sin demagogia. El populista ofrece soluciones simples, la básica es si no te he cumplido plenamente es porque tengo a los de enfrente todavía gozando lo que te han quitado. Ya empezaremos a oírle que le falta más tiempo para lograr la transformación que ha ofrecido.
En México todos los presidentes carismáticos han pensado en la reelección. Pero ninguno se atrevió a derogar el precepto pétreo sufragio efectivo, no reelección; y también muchos al no haber podido suprimirlo de la Constitución, buscaron extender sus mandatos poniendo a la persona más abyecta, para seguir devengando el poder. Creo, no hay que permitirlo.
Pero cambiar una situación así, solo se puede con una gran fuerza social. Detener los populismos autoritarios solo se logra unificando lo necesario para tener esa fuerza social. Y toda la oposición, tanto social como partidaria es indispensablemente necesaria. Quién puede encabezar este cometido? Alguien que sabe decirle al pueblo que ya deje de ser agachón, que se ponga las pilas para que sus hijas e hijos rompan el círculo de la pobreza. Y sea ejemplo de ello. Todo influye: autoridad moral, ética y política, también oportunidad. Todas y todos quienes aspiran desde la oposición reúnen lo primero; Xochitl Gálvez también reúne lo segundo.