#MexicanasHaciendoHistoria
LaCostillaRota. 19 de abril de 2023.- Elena Poniatowska Amor, periodista, escritora y librepensadora mexicana, recibió este miércoles la máxima condecoración que otorga el Senado de la República a las y los ciudadanos mexicanos más eminentes por sus acciones en beneficio de la patria o de la humanidad.
En sesión solemne, ante a senadoras y senadores de todo el país, con la presencia del Secretario de Gobernación del Gobierno Federal, Adán Augusto López, del Presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Creel Miranda, el Ministro Alberto Pérez Dayan, el Gobernador de Chiapas, Rutilio Escandón, el Presidente Municipal de Comitán de Dominguez, Mario Antonio Guillén Domínguez, y de la presidenta del Congreso del Estado de Chiapas, Sonia Catalina Álvarez, así como de personalidades que antes también fueron condecoradas con esta emblemática presea, Elena se dispuso a expresar un impecable mensaje de aceptación de la Medalla Belisario Domínguez 2022.
Primero, hizo una remembranza de las y los mexicanos quienes le han antecedido en merecer la medalla, agradeciendo que ahora a ella a sus 91 años de edad, le concedan la enorme distinción que tuvieron antes a quienes ella tanto ha admirado.
«¿Alguna vez lo imaginé? No. Los premios son una puerta que se abre de pronto, un regalo, una posibilidad de futuro y un reconocimiento al pasado para los que como yo, se despiden», dijo humilde, la gigante de las letras mexicanas.
Recordó cómo fue su decisión de comenzar a escribir y cómo, a su llegada a México, tomó sus primeras clases de escritura en la calle San Juan de Letrán y amó a los personajes que habitaban la ciudad como la quesadillera, el cilindrero, o la vendedora de la loteria. «Ahora me entristece ya no escucharlos en esquina alguna», dijo conmovida.
Luego, contó cómo tuvo la dicha de entrevistar a Alfonso Reyes, Diego Rivera, Octavio Paz, Alfonso Caso, María Felix y Dolores Del Río, entre otros, nombrándolos uno a uno como si no se trataran de muchos de los personajes históricos que dieron forma a la historia cultural mexicana del siglo XX.
Sin embargo, sentenció «fue en la cárcel preventiva, en el Palacio negro de Lecumberri, donde encontré un mundo tan distinto al mio que entré en la mejor escuela de vida».
Contó también cómo fue Rosario Castellanos quien le compartió las palabras de Belisario Domínguez, gracias a lo que pudo admirar su heroica denuncia. También conoció el heroísmo de los damnificados de los terremotos y de las madres de los estudiantes del movimiento del 68, así como de los habitantes de Tlatelolco que se quedaron sin nada después de la batalla. Aseguró que, desde entonces, todavía levanta la cabeza cada vez que un helicóptero sobrevuela un caserío pues recuerda cómo en 1968 ese suceso desató la balacera que desencadenó los sucesos de los que aún ahora conserva una honda herida.
Si los héroes de mis hijos fueron los zapatistas, mis héroes, declaró, han sido más familiares: Paula Amor y Carolina Amor, fundadora de la Prensa America-Mexicana, el astrofísico Guillermo Haro, el Dr. Ignacio Chávez, el Dr. Salvador Zubirán y el Dr. Ismael Cosío Villegas, entre otros.
Imposible, dijo, es no amar a Sor Juana Inés de la Cruz, a José Clemente Orozco, a Ramón López Velarde, a Juan Rulfo, a Francisco Toledo, a Jaime Sabines, a Monsi y a Pacheco, a los grandes revolucionarios como los hermanos Magón y a Emiliano Zapata, de quien recordó que al compartir con su madre la gran admiración que sentía por él, Paula Amor le respondió sorprendida «Pero Elena, pero si nos quitó la hacienda en Morelos, y por su culpa perdimos la hacienda de La Llave», a lo que ella continuó expresando que fue gracias a los zapatistas y a los villistas que se recuperó la tierra de varios hacendados que escucharon atónitos el grito de ¡tierra y libertad!». Su propia madre, dijo Elena, quien habría conducido una ambulancia en la segunda guerra mundial, años más tarde, convino con ella que la mirada de Zapata «atravesaba los siglos».
Habló también de su admiración por Felipe y Elvia Carrillo Puerto, por Heberto Castillo, Lázaro Cárdenas y el obispo Samuel Ruiz, así como por el subcomandante Marcos y por el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo. Narró de su experiencia al visitar en la cárcel a los trabajadores de los trenes, quedando impactada sobretodo por las mujeres que incansables llevaban comida y acompañamiento a sus esposos presos. Imposible olvidar, dijo, a las costureras que en el terremoto de 1985 se descolgaron junto con los rollos de tela, logrando así salvar su vida, a pesar de que de entre los miles de heridos de aquel suceso, las últimas en ser atendidas eran las mujeres. Recordó los recorridos que junto a Carlos Monsivaís realizó en varias zonas de desastre para retomar el testimonio y fotografías que aún hoy atesora, como también atesoró el llanto de quienes perdieron su casa o las palabras de quienes intentaron encontrarle algún sentido a la desgracia, Elena, también expresó generosa su admiración por Rosario Ibarra de Piedra y por Francisco Toledo, así como su fascinación por obras como Las Manos de Mamá de Nelly Campobello o las letras de José Revueltas.
Entre nombres, nombres y más nombres, Elena abarrotó el recinto del Senado con la memoria de personalidades de la intelectualidad, la poesía, las artes y la política de las que se rodeó en su vida, siendo testigo y artífice de toda la nueva historia mexicana que sigue ayudando a contar y para la que denuncia los riesgos del olvido.
Especial mención merecieron sus compañeras feministas, Rosario Castellanos, Mariana Yampolsky, Martha Lamas, María Consuelo Mejía, Sabina Berman, Carmen Boullosa y Fernanda Melchor.
«Hoy después de tanta llenadera de palabras… muchos recuerdos zumban en mí como abejas y repito en voz baja que hoy ustedes, Senadores de la República, me conceden la medalla Belisario Domínguez que recibo como una gracia inesperada para la que solo tengo una palabra, la más hermosa de todas, a pesar de ocupar tan poco espacio; dos sílabas que se dejan caer y que son tan frágiles como un terremoto, como un temblor: GRACIAS».
Finalmente, agradeció a su familia y amigos, a sus hijas e hijos, y enérgicamente, dio las gracias a México, el país de su abuela Elena Iturbe de Amor y de su madre, Paula Amor, y de todos sus nietos, «gracias a la vida que me ha permitido escribir lo que pienso… Gracias, gracias, y otra vez, gracias». Y con esas palabras para la historia, ovacionada de pie por un recinto pletórico, Elena Poniatowska, concluyó su discurso lleno de la magia de su estilo propio, único y distintivo, real y vivo, que se siente como una casa que huele a manjares o como una estación repleta al medio día donde se escucha a lo lejos la marcha incesante del tren.
Larga vida a Elenita.
Foto Captura de Pantalla
LCR