La Misoginia a través del Espejo

Cuando ejercemos la valentía o nos tomamos el tiempo para salir de la superficie reflectora y confusa del espejo, la contrariedad del mundo contemporáneo donde vivimos supera a todo tipo de ficción

por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

Por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

 
“Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.”

–Alicia a través del espejo

Con una buena dosis de ironía e imaginación desmesurada, las obras literarias más famosas de Lewis Carroll transitan de forma exquisita entre la lógica y un surrealismo que confundiría al mismísimo Salvador Dalí. En la secuela de Alicia en el país de las Maravillas, la icónica protagonista viaja a través del espejo a continuar con sus extravagantes aventuras a un mundo de cabeza. Tomo esta referencia para adentrarme a la importancia de también mirar al espejo y más allá de éste, cuando reflexionamos sobre problemáticas derivadas de los sesgos de género, pues la normalización de conductas tiende a hacernos caer frecuentemente por un profundo agujero y perder el rumbo entre paradojas, enigmas y sinsentidos. Y es que, a veces, cuando ejercemos la valentía o nos tomamos el tiempo para salir de la superficie reflectora y confusa del espejo, la contrariedad del mundo contemporáneo donde vivimos supera a todo tipo de ficción.
El camino de la reflexión puede llegar a ser más complicado de lo esperado. La misoginia, por ejemplo, se asocia comúnmente con conductas de odio perpetradas únicamente por hombres en contra de mujeres. Inclusive, existe una divergencia terminológica y doctrinal sobre el significado del concepto; las definiciones no son homogéneas ni concluyentes sobre quien contiene o expresa el sentimiento de animadversión, sino únicamente con sus destinatarias: las mujeres. En esta encrucijada teórica, al igual que Alicia, decido tomar el camino complejo, es decir, aquel con una comprensión más extensa del término, destinada a explorar su denotación en más vertientes y a concebir la posibilidad de presentarse no sólo de hombres hacia mujeres, sino también como una herramienta de autoagresión de las mujeres y de ataque entre mujeres. A estas dos últimas manifestaciones, se les distingue de su forma genérica con nombres como «misoginia internalizada» y «misoginia femenina» respectivamente. En la batalla perpetua contra la misoginia, no sólo enfrentamos al enemigo evidente, sino además a nuestro propio reflejo y a través de éste para enfrentarnos entre nosotras con las mismas armas construidas para asegurar nuestras formas de opresión. En otras palabras, el sistema patriarcal es tan potente y su metalenguaje tan letal, que no sólo nos convierte en las principales víctimas; nos ofusca con sus premisas machistas, al grado tal de hacernos parte de su ejército de naipes para encarnar las figuras de observadoras, cómplices y hasta agresoras. Lo anterior, no diluye de ninguna manera el enorme daño causado por las entidades, expresiones y estructuras patriarcales ejecutadas con especial ensañamiento y dirección a las mujeres. A la inversa, lo alimenta constantemente para servirse de su descomunal crecimiento. De igual forma, sin tratar de desdibujar nuestra responsabilidad en la problemática cuando las referidas herramientas de daño autoinducido o de agresión entre nosotras se actualizan; sí considero necesario el análisis de todas las capas contextuales del fenómeno, pues verlo de forma simplista implica ignorar la advertencia citada al inicio de estas líneas, la cual, me atrevo a trasladar del universo de fantasía de Carroll, al «mundo de género» en el que vivimos en países como México: las mujeres debemos correr todo cuanto podamos para no movernos de sitio y, si queremos avanzar, tenemos que correr el doble que los hombres, pues nuestra pista, a diferencia de la de ellos, está repleta de obstáculos. En términos más académicos, el análisis requiere identificar, desmenuzar y examinar a profundidad las dimensiones de un sistema diseñado para ejercer violencia constante contra las mujeres. Por ejemplo, un acercamiento más crítico a la problemática consideraría lo siguiente: las mujeres perpetuamos la violencia machista dentro de un esquema que lo promueve y lo facilita, lo cual, de manera consciente o inconsciente, conlleva un sesgo procedente del entendimiento de las posiciones sociales asimétricas entre hombres y mujeres, por tanto, precisa de un tratamiento con perspectiva de género de una manera holística, sistémica y no de forma reduccionista o aislada. Igualmente, demanda de una comprensión vasta y no superficial de conceptos como amor propio y sororidad, instrumentos tanto teóricos como pragmáticos, sumamente potentes para desmantelar las múltiples desigualdades y formas de violencia hacia las mujeres.
En suma, nos falta mucho por recorrer, aprender y reivindicar en este sinuoso trayecto hacia una vida libre, digna y auténtica para todas nosotras. En este punto y a este ritmo, la emancipación social de las mujeres pareciera inalcanzable, sobre todo cuando nosotras mismas agredimos a la de al lado o a la del espejo, con base en ideas misóginas o estereotipos de género. Sin embargo, tal y como nos enseña Alicia: “el único modo de lograr lo imposible, es convenciéndose de que sí es posible”.

Foto C Technical de Pexels

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