El FANTASMA de las Navidades pasadas

En congruencia con ésta reflexión y, en armonía con las tradiciones navideñas adoptadas por nuestra cultura, decidí escribir una carta, la cual, hoy me atrevo a compartir con la intención de inspirar en la persona lectora, tanto la introspección, como el cuestionamiento y la confrontación de todas esas cadenas patriarcales que, en tantas dimensiones, nos impiden alcanzar nuestros enormes potenciales

por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

“Viviré en el pasado, el presente y el futuro. Los espíritus
de los tres vivirán dentro de mí. No dejaré de lado las
lecciones que enseñan.” Charles Dickens.

 

Por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

Dickens, uno de los novelistas más reconocidos de todos los tiempos, escribió un clásico atemporal de literatura navideña, traducido al español con el título Un cuento de Navidad. Las líneas relatan la historia de Ebenezer Scrooge, un personaje misántropo, egoísta y avaro, atormentado por tres espíritus durante Nochebuena, quienes pretenden mostrarle escenarios relevantes de sus navidades en el pasado, durante el presente y, de manera profética y fatal, de su futuro.
Recientemente y, de manera muy conveniente en vísperas navideñas para encajar con la narrativa dickensiana, tuve un encuentro frontal con uno de mis fantasmas del pasado, a quien he ignorado activamente durante bastante tiempo, por no
saber la manera de enfrentarlo. Algunos demonios son aparentemente más manejables cuando están fuera de nuestra vista. Esto es, hasta darnos cuenta de que, no sólo han sobrevivido con el tiempo, sino también, se han fortalecido y, en casos extremos, se manifiestan molestos por la negligencia acumulada. En fin, digamos que, como Scrooge, fui visitada por el fantasma de las Navidades pasadas.
En la novela de Dickens, los espectros tienen la función de exponer al protagonista su proceso de transformación en un ser vacío, insensible y desagradable. En pocas palabras, le revelan cómo se perdió en el camino. De manera similar, participar en una actividad diseñada para un taller feminista, me hizo reflexionar sobre uno de mis miedos más paradójicos: escribir. La ironía de plasmar esto a través de la palabra escrita no puede pasar desapercibida.

Sí, esta autora teme nombrarse como tal, desnudarse intelectualmente y exponerse a críticas que, regularmente, no tienen un propósito constructivo. Pero, no siempre fue así. Hace algunos años, no sentía recelo a usar mi voz a través de la tinta. De hecho, durante mucho tiempo lo hice, sin presiones, sujeciones o titubeos y, disfrutaba cada segundo del proceso. Ahora, podría simplemente aceptar este giro de expresión artística como algo meramente existente, como parte de la fábula de la niñez y de la tragedia de la adultez. Pero, esta autora sospecha algo ligeramente más perverso detrás y, me impulsa a explorar cómo se fue desdibujando esta habilidad, que tanto me envolvía y liberaba, hasta convertirse en ese miedo que aún me paraliza de manera intermitente.
No recuerdo con detalle la franja de tiempo en la cual transcurrió el cambio. Lo que sí recuerdo es cómo, en aquella época del nuevo milenio, se usaban adjetivos diferenciados para la expresión verbal o escrita entre hombres y mujeres. A mis compañeros los tildaban de “contundentes”, “creativos” y “líderes”, a mí, en el mismo ejercicio de actividades, me
llamaban “dramática”, “fantasiosa” y “problemática”. Así nos daña sigilosamente el patriarcado: nos siembra dudas, miedos
e inseguridades, que, si absorbemos, nos hacen percibirnos y exteriorizarnos como diminutas, insuficientes e impostoras y,
si no, nos declaran y exilian como monstruos sociales.
En congruencia con la reflexión anterior y, en armonía con las tradiciones navideñas adoptadas por nuestra cultura, decidí escribir una carta, la cual, hoy me atrevo a compartir con la intención de inspirar en la persona lectora, tanto la introspección, como el cuestionamiento y la confrontación de todas esas cadenas patriarcales que, en tantas dimensiones,
nos impiden alcanzar nuestros enormes potenciales.

Querida Paloma adolescente:
Te extraño. No sé exactamente en qué momento te fuiste, ni por qué o a dónde, pero, te recuerdo con claridad. Eres escritora, amante de las letras, adicta a las historias, repleta de creatividad. Siempre lo fuiste, desde muy pequeña. Sin miedos, llena de fuerza para defender tus ideas, mundos y personajes. Eres tan buena, que hasta llegaron a dudar de tu
honestidad en las aulas, te acusaron de robar ideas y de recibir ayuda. Así de grande es tu imaginación, como para ser puesta en tela de juicio por quienes debían, como docentes o autoridades, impulsar esa chispa y no tratar de extinguirla.
¿Recuerdas? Ganaste tantas estrellas, concursos y aplausos, pero, lo más importante, adquiriste confianza para construir,
relatar y argumentar. Te sentía tan cerca, tan segura, tan mía, que ni me percaté de tu partida. Y, cuando te fuiste, no te busqué. Llegué a pensar que no me hacías falta, incluso, que nunca exististe. Todavía hay días en que dudo si fuiste real o si te inventé.En todo caso, si eras producto de mi autoestima, o del impulso de mi entorno, ¡qué gran creación! Tal vez, ese fue el detonante de tu abandono, cuando empecé a dudar de ti.
Perdóname. Perdóname por hablarte de esa forma tan agresiva. Por criticarte, lastimarte y aislarte. Perdón por las lágrimas,
la apatía, el daño. Perdón por encarnar a tu peor enemiga. Por desgarrar esa creatividad con mis propias manos. Discúlpame, fui yo quien dejó salir la imaginación por la puerta. Fui yo quien aniquiló tus ideales por tomar el camino fácil.
Probablemente, es un poco -o bastante- egoísta buscarte ahora, justo cuando más te necesito, cuando más te extraño.
Sin embargo, durante los últimos años, he aprendido y crecido lo suficiente como para comprender la importancia de reconocer los errores, pero, no desde el juicio, sino desde la compasión, de entender el egoísmo, pero, no como ausencia
de humanidad, sino como reflejo de autocuidado y, sobre todo, del poder de expresarnos más desde el corazón que desde la
razón. Sin más, espero estas palabras puedan provocar en ti, las emociones necesarias para encontrar la ruta de regreso y, así poder sanar, juntas, esas heridas externas y autoinfligidas que nos duelen, nos consumen y nos inmovilizan constantemente. Vivamos en el pasado, el presente y el futuro. Los espíritus habitan en nuestro interior. Escuchemos sus lecciones.

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