Julie Bindel, escribió que pocos meses antes de su muerte, Andrea Dworkin le dijo “las mujeres regresarán al feminismo, porque las cosas van a ser mucho peores para nosotras antes que mejoren”. Entre las citas que recuerdo esta es la que más tengo presente al momento, casi profética, pues describe el panorama del feminismo latinoamericano, donde las explosiones sociales a causa de la violencia, la pobreza y la corrupción se vuelven cada vez más recurrentes.
En nuestro país, las mujeres encabezamos los reclamos a la sociedad y al Estado en exigencia de medidas para prevenir y erradicar la insoportable violencia que nos azota a las mexicanas en completa impunidad, hartas de estar secuestradas por el miedo, en peligro dentro y fuera de nuestros hogares. Bajo este escenario, la lucha contra la violencia machista de las mujeres mexicanas surge de manera orgánica; sin teorías, sin “estudios de género” y alejadas de la academia, movidas por el sentido común y el sentido de la sobrevivencia.
Desde los colectivos de mujeres enterrando varillas en las tierras buscando a sus desaparecidas y los grupos de madres que agotan todos sus recursos exigiendo justicia para sus hijas asesinadas, hasta las jóvenes y mujeres que se organizan en sus localidades para cuidarse unas a otras, visibilizando casos, escuchando a víctimas y sobrevivientes, exigiendo atención a lo que está pasando, combatiendo la violencia feminicida en contextos mayormente precarios. Sin recursos, sin herramientas, organizándose con lo que se tiene a la mano, que muchas veces solo son los ovarios.
Hace no mucho fui a Oaxaca a acompañar a una querida amiga, asesinaron a una mujer que cariñosamente llamaba su hermana, ambas mujeres indígenas. Sentadas en la noche, en el piso de una plaza en el centro de la ciudad donde nos reunimos a exigir justicia, rodeadas de velas, carteles, nombres y fotos me confesó “sólo dos veces en mi vida me ha dolido ser mujer, esta es una de ellas”. Sus palabras me calaron hondo porque yo también he sentido ese dolor, aunque de diferente forma y es que eso es parte de la experiencia universal que el feminismo explica. Ella no tiene formación política como feminista, sin embargo es una mujer que lucha naturalmente contra el machismo y la misoginia, pues desde niña le ha atravesado el cuerpo. Hablamos de esto, compartimos experiencias, me enseña lo que sus ojos han visto, lo que sus oídos han escuchado, lo que su cuerpo ha sentido y yo le cuento lo que he aprendido en mi formación como feminista, me pide que le comparta lecturas. Le hacen sentido. Así como ella, llegué yo. Huyendo de la violencia masculina, buscando respuestas a las preguntas que no sabía que existían pero que muy en el fondo se sentían: ¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué es más peligroso? ¿Por qué es tan injusto? ¿Por qué nos pasa esto? Hablar entre mujeres nos lleva a plantearnos estas preguntas que nos habitan en lo individual a lo colectivo, de nuevo, entendiendo la experiencia universal compartida: Ser mujeres.
En un país tan desigual, donde nacer con una vulva entre las piernas lleva consigo una condena, lo tenemos claro: Venden a las niñas por eso, nos violan vivas y muertas por eso, nos pagan menos por eso, nos hacen trabajar sin paga por eso, dos de cada tres personas analfabetas son mujeres por eso, nos obligan a parir por eso, comercializan nuestros cuerpos por eso, nos humillan, nos castigan, nos matan con tanta saña por eso. En lo cotidiano, ser mujer se vive con rabia, dolor y miedo. Y se siente en el cuerpo, el mismo cuerpo que la Iglesia, la sociedad y el Estado han censurado y condenado a ser mano de obra gratuita al servicio de los hombres, un agujero para satisfacer sus deseos y un objeto de compra-venta a disposición de terceros. Y sabemos que cambiarnos los pronombres no cambiará esto.
¿Por qué el feminismo radical está atrayendo a tantas jóvenes en México y en Latinoamérica? Y no me malentiendan, tenemos de frente lobby con recursos inimaginables, llegando de países que son potencias mundiales e inundando medios, academias, instituciones, empresas y marcas de todo tipo, haciendo mímica de discursos progresistas para sembrar sus mensajes truculentos que confunden, dividen y silencian. Vemos mujeres defendiendo “el derecho” de prostituirse o alquilar sus vientres en un país donde la pobreza tiene rostro de mujer, mujeres discutiendo qué es una mujer en un país con doce feminicidios diarios y una violación cada seis minutos, mujeres hablando de “la libre elección” donde cada vez hay menos opciones para subsistir mientras nos bombardean con propaganda donde buscan convencernos que ser objetos de consumo masculino es empoderante, mujeres que defienden que la inclusión es no nombrarnos en un país que no nos escucha. Mientras, las políticas neoliberales avanzan rápidamente, aprobadas de forma masiva y sin mucha discusión tanto por la derecha y como por la supuesta izquierda. La socialización femenina en contextos latinoamericanos, sobre todo mexicanos –donde se nos adiestra desde niñas para servir, priorizar, cuidar y amar a los hombres- facilita la entrada de la mal llamada “teoría queer”, porque el que las mujeres cedan responde en gran parte a la ley del agrado de la que habla Amelia Valcárcel.
Sin embargo, la violencia ya es tan cruda y tan cínica, que cada vez son más las mujeres convencidas de que esto no es normal y una lo empieza a cuestionar. Muchos son los velos que hay que quitarse de los ojos y el proceso es agonizante, alrededor muchísimas personas tratan de convencerte a diario que nada por lo que se lucha es importante o que las prioridades son otras. Tenemos el plato muy lleno. Existe una persecución por distintos frentes, nos atemorizan e intentan cansarnos. Grupos conservadores, el gobierno, hombres violentos… muchas dejamos ya un rastro de nuestra salud mental y emocional en el camino, incluso nuestra integridad física, entonces una avanza con una voz interna que te pide constantemente cuidar las palabras para no ponerte en riesgo. En más riesgo. Poco se habla de esto. Es por eso que muchas compañeras dejan sus cuestionamientos y críticas al generismo en los espacios seguros y las charlas privadas, con tantas amenazas encima es lógico pensar que tenemos suficiente con el escenario actual y ver el escrutinio, acoso y violencia que le cae encima a las pocas voces que deciden hablar sirve de ejemplo de lo que pudiera pasar con las demás. Además, hablar representa puntos de quiebre irreconciliables y se supone tenemos que estar unidas, jalando juntas, ¿pero hacia dónde o para qué?
Es difícil competir con “los feminismos” divertidos que prometen mucho twerk, influencers, celebraciones y “girl power” cuando lo que se ofrece a cambio es una batalla por la dignidad y la vida de las niñas y las mujeres, de las que sin ningún poder político, económico o social se enfrentan al poder de los poderosos, sabiendo que de lo que se siembre hoy es bastante probable que no nos toque ver la cosecha. Pero en un país tan desigual, abandonadas por las leyes, las instituciones, el Estado y la sociedad, nos convencemos de que no tenemos mucho que perder y solo nos tenemos a nosotras y entre nosotras lo poco que tenemos lo debemos defender, empezando por el feminismo. Defendiendo a las mujeres como el sujeto político del feminismo y definiéndonos desde, para y por nosotras como sujetas de derecho, la media de la humanidad, diciendo no a que redefinan nuestra existencia para complacer a terceros. Y el primer paso a ese no, empieza por el sí a nosotras mismas. Ese no al borrado de las mujeres, es el sí a la existencia legal y protegida con base en nuestro sexo. Como diría Marcela Lagarde, “el feminismo es lo único que puede eliminar la orfandad patriarcal. No somos huérfanas, tenemos genealogías, no somos seres de la diversidad, somos las mujeres”.
No es coincidencia que las colectivas radicales o abolicionistas con más incidencia en nuestro país se ubiquen en los estados más precarizados y con mayores tasas de violencia contra las mujeres, tampoco es coincidencia que los mayores detractores de estas, sean personas de la capital que viven en contextos bastante más privilegiados. No es casualidad que se sumen esfuerzos por acallar a las mujeres que hablamos de todo esto, sólo queda ejercer violencia a través de acoso, censura y si todo falla, el desprestigio, porque si se nos escucha podemos convencer y justo por esto no hay que dejar de hablar.
El lenguaje inclusivo y los muchos géneros e identidades palidecen siendo una mujer en un país sin ley, transitando la calle cuando llega la noche, aguantando la respiración cada que un coche pasa junto y apretando la mandíbula cuando un varón se acerca. En un país tan desigual, sabemos lo que toca al habitar este cuerpo, lo tenemos claro y no nos pueden contar qué se siente. Como dije, porque nos mueve el sentido común y el sentido de la supervivencia. Es por esto y retomando a Dworkin, que debemos poner en el centro del movimiento el dolor de las mujeres, volviendo a lo que ella llamaba “el primer feminismo”, mismo que describía de manera clara y simple: Si algo lastima a las mujeres, las feministas estamos en contra.
Así la agenda se vuelve sencilla.
Contra el capital.
Contra la explotación sexual y reproductiva.
Contra cualquier forma de opresión patriarcal.