La migración, más que un fenómeno, es una tendencia de la condición humana. Las poblaciones o los individuos tienden a cambiar de lugar en función de una mejor calidad de vida; ya sea por razones medioambientales, económicas, sociales, políticas o de seguridad. Sin embargo, hoy en día los desplazamientos han aumentado considerablemente, y son pocos los países que pueden albergar y dar oportunidades a estos individuos.
México es uno de los países que más migrantes centroamericanos recibe anualmente, tanto legales como ilegales que intentan llegar a Estados Unidos, pero desde hace años está completamente viciada la actuación de los oficiales de migración en la frontera sur, pues se tienen documentadas prácticas de corrupción, abusos y violaciones a los derechos humanos. Además, la presencia de organizaciones criminales en territorios de tránsito convierte el sueño de un futuro mejor en un riesgo para sus vidas.
Sin lugar a duda, el foco del tema no es la migración legal, sino los miles de indocumentados que intentan cruzar la frontera norte de nuestro país, y quienes enfrentan toda serie de abusos en su tránsito desde Centroamérica. Organizaciones criminales, como los Maras, se han convertido en una especie de control migratorio de indocumentados, pues en ese filtro se pierde gran porcentaje de vidas; el segundo filtro es subir a La Bestia; el tercer filtro, el crimen organizado mexicano que encuentra nicho para el reclutamiento y secuestro; el cuarto filtro, los llamados polleros que prometen, en condiciones deplorables, cruzarlos a Estados Unidos, y que en muchas ocasiones, solo los dejan pasando la frontera, por lo que muchos mueren ahogados por la corriente del río o sofocados por el calor del desierto; y por supuesto, el quinto filtro lo ocupan las autoridades migratorias de la Unión Americana.
En reciente ocasión, 53 personas murieron en su intento por llegar a Estados Unidos para cumplir sus sueños de una vida mejor. El tráiler en el que viajaban hacinados 67 migrantes originarios de México, Honduras, Guatemala y El Salvadorfue abandonado en San Antonio, Texas. La temperatura alcanzaba los 40° C y la caja de refrigeración en la que viajaban no contaba con ventilación.
Aunque se han alzado las voces ante esta situación, lo cierto es que los países están más preocupados por sus situaciones económicas, que por crear condiciones políticas y sociales para asegurar o impedir todas estas violaciones y degradaciones de la vida humana. Están más preocupados por ideologías enraizadas, por el discurso identitario y la defensa de la pertenencia que en comprender las amenazas que representa a la dignidad humana; no el flujo migratorio, sino la prepotencia con la que se actúa ante los más vulnerables.
La discusión sobre la migración está prácticamente polarizada, en contraste, la mayoría expone con orgullo las cifras de remesas internacionales captadas por trimestre y por año en los indicadores macroeconómicos, bordeando la doble vía de la congruencia y la ética política. En la medida en que este discurso anti migratorio se vaya diluyendo, y se acompañe el tránsito con verdaderas acciones de seguridad y de atención a víctimas de cualquier tipo de abuso, se podrán vincular las leyes migratorias con las políticas de desarrollo, logrando la inclusión de indocumentados con beneficios sociales y económicos para todos.
Estas acciones no son particulares del país de destino, ni de los de tránsito, sino también de los países de origen que frecuentemente se deslindan del problema. Si sus ciudadanos se movilizan o se desplazan a otros es por la falta de condiciones de bienestar para ellos y sus familias, por lo que debieran ser los primeros en aplicar programas sociales donde los individuos son los principales actores del cambio como agentes de reinserción social y económica. Es decir, la situación de los flujos migratorios no es un asunto unilateral implica el multilateralismo, donde los problemas son comunes a la región; sin asimetrías.
Foto: Instituto Nacional de Migración