Por Fer Orduño, integrante de la colectiva Vulvas Violetas.
Tras los videos que circularon en redes sociales del diputado federal irrumpiendo en el VII Congreso Latinoamericano y Caribeño sobre Trata de Personas y Tráfico de Migrantes, que se llevó a cabo en la Cámara de Diputados, decidí pronunciarme al respecto y exponer a aquel hombre como lo que es: un hijo sano del patriarcado.
Para mi sorpresa, las respuestas que recibí fueron de personas cercanas, bastante molestas, pues, al criticar lo que había ocurrido, me referí textualmente al servidor público en masculino, cuando claramente es una… ¿mujer?
Me llené de impotencia. En verdad veían más odio en que yo señalara que el varón transfemenino misógino es un hombre que el hecho de que, desde su privilegio masculino, tuvo la osadía de llamarse «puta» y exclamar que “le gustaba serlo”, de defender la explotación sexual como un trabajo y tachar de discurso de odio su abolición, de callar a gritos a Sonia Sánchez, mujer activista feminista sobreviviente de trata y explotación sexual y de agredir verbalmente a la mujer del pódium al llamarla “maldita terfa excluyente” porque no se refirió a él por su nombre femenino.
Quiero poner sobre la mesa una pregunta: ¿qué es ser mujer? Porque ahora, ser mujer es cosa de todos, ¿no?. Mujer es un término que se presta a interpretarse y definirse de maneras distintas, según sea la conveniencia, y del que cualquiera se puede apropiar, menos nosotras, al parecer. ¿Ser mujer es un sentimiento? ¿Es una identidad que se construye? ¿Es la feminidad? ¿Es una capacidad? Veamos, pues.
El sexo masculino se ha encargado de estructurar todo un sistema que le permite dominar al sexo femenino, un sistema que tiene nombre: patriarcado. Esta estructura, que nos rige como sociedad, se ha construido con base en la diferencia sexual, o sea, las diferencias que existen entre el sexo femenino y masculino, sobre las que se construyó una idea de inferioridad de la mujer sobre el hombre.
Pero vamos paso a paso. Primero que nada, ¿qué es el sexo? El sexo se refiere al conjunto de características biológicas, anatómicas, fisiológicas y cromosómicas de los seres humanos, que nos definen como hombres o mujeres. El sexo no se elige; el sexo es binario, innato, universal e inmodificable.
¿Y, por qué hablamos de sexo? Porque, de acuerdo a nuestro sexo, se nos asigna un género. El género es el conjunto de ideas, creencias y atribuciones sociales construidas sobre lo que debe ser cada uno de los sexos, de donde surgen dos conceptos importantísimos: la feminidad y la masculinidad.
Dentro de la feminidad y la masculinidad, hay roles que determinan el comportamiento, las funciones, las oportunidades, las relaciones, y muchos aspectos más entre mujeres y hombres: los roles de género.
Los roles de género son conductas específicas que se espera tengas según tu sexo; es decir, a los hombres se les ha asignado el rol productivo en la esfera pública, mientras que, a las mujeres, el rol reproductivo en la esfera privada. Roles que se nos inculcan y aprendemos desde muy temprana edad, pues desde que se sabe nuestro sexo al nacer, se trata a las infancias de manera distinta, según sea niño o niña, para que cumplan un papel en la sociedad.
Es decir, las niñas son educadas y socializadas para realizar tareas en el hogar, ser cuidadoras y se les imponen estereotipos de que deben ser delicadas, débiles, bonitas… mientras que los niños son educados y socializados para ser profesionistas, jefes, deportistas exitosos y se les adjudican estereotipos como el que deben ser fuertes, valientes, que no deben llorar…
Sin olvidar que, el origen y la clase social, puede derivar en realidades muchísimo más violentas de las que somos capaces de dimensionar, donde, por ser niñas, no se les permite estudiar, son aisladas, violadas por sus “parejas”, quienes son hombres mayores, vendidas como productos, tratadas como propiedades, explotadas sexual y reproductivamente, obligadas a parir, mutiladas y asesinadas.
Se nos educa como mujeres para servir y amar a los hombres a costa de todo, a costa de nosotras mismas. El nacer mujeres nos condiciona en esta sociedad patriarcal a ser objeto de violencia y ser dominadas, de entre muchas formas, a través del género. Así, el hombre se consolida como el ser dominante y poderoso, en tanto que la mujer como sumisa y abnegada.
Los hombres nunca serán putas, ni madres obligadas, ni esclavas reproductivas o domésticas, ni forzadas a contraer matrimonio desde niñas, ni obligadas a abandonar su infancia para desempeñar tareas domésticas y de cuidado, ni vendidas como productos, ni violadas, ni acosadas, ni asesinadas.
Es por esto que, al feminismo, hay que entenderlo no como una búsqueda de igualdad con el hombre, sino como la liberación de la mujer del sistema patriarcal, donde la eliminación de toda forma de opresión contra la mujer, y por ende, del género, es fundamental.
Pero nos encontramos en una revolución social donde el género está ciegamente aceptado y no es cuestionado. Donde, si analizamos las identidades de género y sus teorías, se mostrarán coloniales, privilegiadas, frágiles y superfluas, que pretenden definirnos de cualquier otra forma, menos como mujeres a secas.
Ahora nos nombran mujeres cis, personas gestantes, personas con vulva, personas menstruantes, no binarie, género fluido, queer… todo menos MUJERES.
Identidades que veo como una amenaza a la integridad de las infancias, porque no les permiten descubrir, experimentar y expresar quiénes son, sino que las forzan a rechazar desde temprana edad su base fundamental, su persona, su cuerpo, y las empujan a cambiar, todo para encajarlas en una mal llamada «identidad».
Donde, desde el transgenerismo, los hombres ven a la feminidad como una elección -al igual que en el travestismo-, cuando para nosotras es violencia y opresión, y las mujeres ven como única salida a su rechazo hacia la feminidad el identificarse con lo masculino y nombrarse como varón.
Y ni hablar de la transexualidad, basada en los estereotipos de género y el lucro con la disforia que sufren las personas con sus cuerpos, que las obliga a mutilarse, hormonarse y medicarse, sin importar si tiene graves repercusiones en su salud, en su futuro, pues es otra institución capitalista más.
Soy crítica y abolicionista del género, y eso no me hace odiante. No me hace odiante reconocer que sufrimos una opresión estructural por haber nacido con vulva. Odiante es el sistema que nos orilla a negar, rechazar y cambiar cuerpos e individualidades en vez de abolir las imposiciones sexistas.
No podemos permitir que invisibilicen y justifiquen la misoginia y la violencia machista porque el hombre es queer, no binarie, género fluído, transgénero, transexual, travesti o incluso por su orientación sexual no heterosexual. No vamos a permitir que los hombres quieran apropiarse de espacias que tanto nos ha costado construir, que vean al feminismo como madre de todas las luchas, que quieran hacer del feminismo un movimiento para todas, todos y todes.
Si se atreven a mirar más de cerca, dejarán de ver a las “nuevas masculinidades” como algo progresista. Siguen siendo los hombres violentos de siempre, pero ahora con maquillaje, uñas pintadas, falda y pronombres en femenino, el mismísimo patriarcado con diamantina del que tanto hablamos.
Es imprescindible reconocer nuestro sexo, nuestras cuerpas, nuestras experiencias, nuestra historia. Reconocernos como mujeres. Hay que tener claro que, como dijo Marcela Lagarde: “No somos solo biología, pero somos biología, no somos solo psicología, pero somos psicología, no somos solo economía, pero somos economía…”
Es necesario nombrar la misoginia y violencia machista por lo que son, porque lo que no se nombra no existe, y no podemos erradicar algo que nos negamos a ver. Y si nos negamos a ver la violencia perpetuada por el hombre, negamos toda una estructura que nos violenta, somete, silencia, invisibiliza, explota por el simple hecho de ser mujeres. Negamos la realidad de niñas y mujeres; de hermanas, tías, nietas, abuelas, primas, bisabuelas, madres, hijas, amigas.
Por esto y más, el feminismo es, en cuerpo y alma, de mujeres para mujeres, y siempre abolicionista. Hasta la liberación de todas y cada una de nosotras de este sistema patriarcal opresor.