Estamos viviendo momentos difíciles como mujeres y como mexicanas. Este territorio es un piso simulado de justicia. No hay explicaciones, pero hay muchas fichas de búsqueda. No hay rostros visibles de agresores, pero sí 3 mujeres encarceladas por luchar. Nos falta Debanhi y 24 mil más, pero nos sobra odio para culpar a las amigas y seguir responsabilizando a las mujeres.
Hay #LeyOlimpia y parece que no es suficiente nada, nuestros cuerpos siguen siendo cosificados y somos esclavizadas al discurso romántico del estereotipo de belleza y usufructo de nuestra sexualidad sin placer.
Hay partidos políticos posicionándose y personalidades invitándonos a foros para tapar su desdén al movimiento feminista, (creyendo que no nos damos cuenta).
Hay instituciones pero no la fuerza suficiente para romper los pactos. También hay mujeres ahí adentro en el escozor del Estado; siendo explotadas, mancilladas con una piedra gigante por tratar de cumplir las expectativas que ese lugar creen que les merece. Y otras estamos viendo desde afuera, como a ambas nos han desahuciado en el rencor patriarcal de la exigencia de cumplir con el lugar que nos otorgaron, a veces sin pedirlo, a veces en egoísta autonomasia.
Somos muchas más, y eso es alegría, pero nuestros alcances se ven mermados por la falta de movilidad y la precariedad económica. Somos muchas más, y eso es goce para las ancestras, pero a todas nos duele el corazón y a veces tampoco tenemos fuerzas. También cometemos errores y también quisieramos no hacerlo.
¿Cuántas soñamos con dormir y amanecer en otro territorio donde seamos libres y estemos a salvo?
¿Cuántas no deseamos poseer una varita mágica y acabar con el dolor de las familias de las desaparecidas?
¿Cuántas no hemos sido las inquisidoras de otras mujeres por sus errores?
Nos levantamos con todas las ansiedades que nos recuerdan nuestras infancias y nuestros dolores. Nos levantamos, o nos quedamos acostadas con la opresión de pecho por no saber a veces cómo responder, cómo actuar, cómo seguir, cómo sobrevivir.
Nos duelen los árboles, nos duelen los ríos, nos duelen los animales, nos duele la selva, nos duele el aire, incluso nos duelen los hombres. ¿Será que nos duele solo a las mujeres o nos han dejado la sensibilidad del corazón de mente y del cuerpo para dulcificarnos la idea se servir a costa de nosotras mismas?
En calamidad, además, quieren que todas seamos responsables de todo, y nos señalan hacia adentro sin saber que rascamos de todos lados para no dejar de ser congruentes con la lucha y tener a la vez dinero para pagar la renta.
Nos han dado la abstención como única medida preventiva y solo bastan posicionamientos para tapar la responsabilidad social que tenemos como humanidad.
Nuestras amigas lloran, dormimos a lado de alguien que podría ser nuestro perpetrador. Cuando abrimos la ventana y escuchamos algún grito poco entendible, nos recuerda a todas las Ingrid Escamilla, que en el departamento de a un lado podría estar siendo asesinada, y despertamos con miedo y con mucha rabia.
Tenemos miedo de contárselo a nuestra familia. Por eso a los 10 y 12 años, tal vez menos, tal vez más… nunca hablamos de los abusos sexuales que sufrimos como niñas. Nos olvidamos de nosotras, nos silenciamos, y nos censuramos, hasta que encontramos al feminismo. Esa idea legítima de que somos personas y por añadidura somos especies y todas merecemos estar en paz y ser felices.
Hermanas, esta atrocidad no es más fuerte que nosotras (y me lo repito a misma, porque también lo necesito).
Nos vamos, venimos, y aquí seguimos… juntas o separadas, pensando que nuestra seguridad es tan efímera que la siguiente podría ser cualquiera de nosotras.
Y aquí seguimos, y aunque parezca que ya no podemos más, ¡Digámoslo en voz alta!
¡Volvamos compañeras!
¡Regresemos hermanas!
Sigamos resistiendo como podamos, sigamos pensando, sigamos hablando, sigamos de pie, sigamos cuestionando, sigamos leyendo, sigamos organizándonos, sigamos reformándonos, sigamos construyendo, sigamos amándonos, sigamos jodiendo, sigamos vivas.
Nuestras ancestras nos miran, no dejemos de escucharlas; las abuelas viven, no dejemos de nombrarlas. Tal vez ellas también pensaron que no valía la pena, pero la historia les dió la razón.
El único amor verdadero será el de nosotras mismas.
¡Amémonos como venganza!
¡Jodamos como resistencia!
Y encontrémonos entre mujeres como historia, y no dejemos de creer que todo ha valido la pena.
Tal vez sí sea posible otra visión: la nuestra.