Por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas
Al fin, las “muñecas mexicanas” estamos rompiendo nuestros complejos empaques. Al fin, después de siglos de violencias complementarias, estamos por tomar el control de las fábricas. Si bien, a regañadientes y a un paso alarmantemente aletargado, al fin, el patriarcado comienza a dar su opresor brazo a torcer. Al fin, después de tanto creer provenir de sólo una costilla, nos comenzamos a percibir como nuestra propia columna vertebral. Al fin, estas “muñecas políticas” comenzamos a entender que estamos vivas, que no somos propiedad de nadie y que debemos escapar de los aparadores.
Pero ¿quiénes son las muñecas políticas? En su obra ‘Muñecas vivientes’ Natasha Walter utiliza el término para criticar las representaciones manufacturadas de belleza femenina. Contra intuitivamente, estas proyecciones imaginarias de lo estético se han fortalecido a través del tiempo bajo el estruendoso repiquete emitido por el cincel del cisheteropatriarcado. De forma más concreta, en el ámbito político y la vida pública, la mirada patriarcal identifica, principalmente, dos fuertes arquetipos de mujeres políticas: 1) quienes rechazan o no encajan en los atributos estereotípicos de lo considerado por el constructo mexicano como ‘belleza femenina’ y 2) quienes tienen o adoptan dichos atributos. En este sentido, la lejanía de los estereotipos ubica a las mujeres en situación de otredad dentro de un entorno dónde el “Club de Toby” es la casa de autoridad máxima.
Dicha categorización es sólo un ejemplo de las asimetrías de poder enfrentadas por quienes usan su valentía para incursar en espacios históricamente masculinos, como la política, a pesar de las múltiples formas de violencia machista en dicho contexto. Que la muñeca política decida quedarse en su caja, es parte de un acuerdo tácito de naturaleza unilateral, donde el objetivo es alejarnos a las mujeres de la participación sustantiva, más allá de las cuotas de paridad.
Manifestaciones de violencia política contra las mujeres en razón de género, tales como “deberías de usar más vestidos”, “¿por qué no te maquillaste hoy?”, “qué lindo tu pelo suelto” y otras connotaciones que intentan de manera figurativa o expresa oprimir o poseer la corporalidad de las mujeres, cual juguete de Mattel, son casi ubicuas en el plano político mexicano.
En esta tesitura, la analogía de Walter rebasa los límites de los cánones estéticos, pues, además de la opresión representada en términos de género, las mujeres hemos sido tratadas en las sociedades patriarcales como «menos que humanas». La metáfora parece obvia, quizás hasta burda, pero, es momento de denunciar y reclamar dicha deshumanización. Estas muñecas no son más para jugar, no son más un adorno para simular igualdad. Este fenómeno es sólo una ilustración de la tarea sisifeana de las mujeres para ejercer plenamente nuestros derechos políticos, sin mencionar a profundidad el gerundio perpetuo de las agresiones de naturaleza sexual, las cuales, mis valientes compañeras intentan visibilizar día con día.
Cada vez más mujeres encontramos voz para denunciar en busca de justicia. Cada día más mujeres luchamos contra el fantasma omnipresente de la revictimización. Cada día más mujeres logramos dar a conocer nuestras circunstancias tan diversas. Cada vez más nos entendemos menos como víctimas y más como personas que fueron victimizadas. Cada día más, las mujeres mexicanas comprendemos que nunca ha sido nuestra culpa.
Entonces, ¿cómo se vislumbra esta revancha de las muñecas políticas? Desde la lucha por nuestro derecho al sufragio, hemos ganado terreno político de manera exponencial. Poco a poco vamos reivindicando más espacios y visibilidad en el medio, aún contra la corriente patriarcal. Con mucho esfuerzo, lágrimas y sangre, quienes por tanto tiempo hemos sido explotadas y tokenizadas, al fin estamos haciendo paro político. Comenzamos a co-crear sindicatos feministas dentro de las fábricas para reclamar nuestros derechos. Las tiendas de muñecas políticas comienzan a escuchar las campanas de la bancarrota y las estrategias de mercadotecnia para exhibir nuestra imagen disfrazada de progreso, comienzan a ser cuestionadas.
Claro, los hombres políticos no están conformes con el movimiento, sin embargo, les guste o no, las muñecas estamos logrando salir de nuestras cajas y abandonando esos anaqueles que por diseño masculino excluyen, oprimen, victimizan. No es de sorprender que nos quieran conservar como artículos de colección. En tribuna, pero sin voz. En exhibición, pero sin libre movimiento. En la foto, pero sin impacto. El temor machista es comprensible, pues, la revancha significa que vamos por más. Más puestos representativos y de decisión, más poder, más sororidad colectiva. Y si nosotras vamos por más, las acciones vitalicias de Toby van en picada. Los socios capitalistas olvidaron leer la advertencia de la caja: Las muñecas políticas traen un enorme defecto de producción: pueden resultar feministas.
Fotografía de Canva