Por Arussi Unda
Voy a cumplir 35 años en unos meses, empecé a relacionarme sexoafectivamente con hombres a los 14. Antes de esto, como cualquier otra persona, mis referencias con respecto a ellos eran mis familiares varones y los compañeros del colegio. Desde que tengo memoria no encuentro un rastro de recuerdo que sostenga la idea de que existe un solo hombre que me haya visto como una igual, que me haya hablado como habla con sus iguales, que me haya tratado sin el mínimo rastro de condescendencia, paternalismo, subordinación o violencia.
De esa lista de hombres que han desfilado por mi vida no ha habido uno solo que no me haya enseñado lo que es el engaño, la mentira, la humillación, la soledad, el abandono, los golpes, la violación, el abuso, los insultos, el miedo… todo tipo de violencia entre episodios medianamente agradables para hacerlo “sostenible” porque no soy idiota; las mujeres no somos idiotas, pero estamos siendo timadas desde que el mundo es mundo. Mi cuerpo guarda esas memorias, mi mente lo recuerda y tiene rato que me vengo sacudiendo ese síndrome de Estocolmo que me hacía agradecer y tener esperanza ante el mínimo gesto humano de ellos hacia mi entre el ambiente de hostilidad y crueldad en el que el patriarcado nos tiene inmersas.
Decidí entonces ya no creer en la promesa del hombre bueno, decidí liberarme de la esperanza de que por lo menos uno debe haber que no sea lo que es y por ende, decidí liberarme del dolor que pudieran causarme simple y sencillamente quitándoles el poder de hacerlo; quitando de ahí mis afectos, mi tiempo, mis cuidados y mis lealtades. Esto mucha gente lo ha calificado como “extremista” y la palabra “resentida” la he escuchado ya muchas veces a la hora de describir mi decisión.
“Pobre de ti que no has conocido el amor de un hombre”, me han dicho. Yo digo, pobre de ti que sigues pensando que los hombres aman a las mujeres, porque no es cierto, solo aman lo que podamos darles: Sexo, reproducción, cuidados, trabajo no remunerado, status… los hombres sólo saben amar a otros hombres. A la fecha no he conocido a un solo hombre que ame a una mujer como ama a otros hombres, pero sí he conocido a todos los que solo pueden depositar su respeto, lealtad, cariño y admiración en otros y no es necesario sentirse atraídos entre ellos, ni acostarse entre ellos, ni tener hijos entre ellos para hacerlo, no necesitan ni conocerse a profundidad para hacerlo. Esa es la verdad que tanto duele aceptar y lo entiendo, han prometido también que si tienes el amor de un hombre eres digna, eres valiosa, ¿y quién no quisiera serlo? Llegamos a tragarnos con miel esas mentiras rancias al punto que decimos “él sí me ama, si a ti no te han amado no es mi tema, ve a terapia o checa cuál es tu problema” y el problema no es una. A mi también varios hombres me han dicho que me aman mientras me tratan como si me odiaran, es una disonancia cognitiva constante.
Creer que un hombre puede verdaderamente amar a una mujer es el problema; creer que si no has encontrado a un hombre “bueno” tienes que seguir buscando o que algo mal hay en ti es el problema. Creer que después de que un hombre viene y te hace pomada y después intentas de nuevo con otro y otro y otro que te hacen lo mismo y tienes que seguir creyendo que de alguna forma un día llegará el hombre prometido si aprendemos a aguantar y a lamer nuestras heridas en silencio es el problema.
Es el problema que tiene a millones de mujeres justificando abusos, llorando en silencio hasta quedarse dormidas. El problema que tiene a millones de mujeres haciendo lo impensable para agradar a los hombres, abandonándose a sí mismas y despreciando a sus iguales para congraciarse con ellos. El problema que tiene llenos los quirófanos para cirugías estéticas en una carrera contra el tiempo hasta encontrar al hombre prometido, que tiene llenos los consultorios de psicoanalistas para estar “sanas” y listas para cuando llegue el adecuado, que tiene a mujeres aguantando hambre repitiendo que “nada sabe mejor que estar delgada” para gustarles a ellos, que tiene a mujeres preguntándole a las cartas si con ese hombre todo será distinto y si por fin será retribuido el dolor y el sacrificio. Es el problema que tiene llenos los expedientes de violencia en las fiscalías juntando polvo y que tiene llenos los panteones de tumbas que todavía no deberían existir.
De alguna forma, de todas maneras sigue siendo culpa de una ya no creer en esas promesas, es culpa de una ya no creerse el cuento, es culpa de una no repetir el sin sentido de “no todos los hombres” y nunca es culpa de ellos por no demostrar lo contrario. Rechazar estas mentiras de repente es odio hacia ellos y todo lo que nos han hecho a nosotras son “gajes del oficio”.
Foto de Anete Lusina de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/persona-en-pantalones-negros-acostada-en-la-cama-blanca-5723192/