Comenzar estas líneas me llevó varias semanas. No sabía como afrontar a la hoja en blanco; si desde el dolor, la empatía, la rabia, la tristeza o la impotencia.
En este camino, era tristemente fácil, escuchar voces de muchas mujeres que han sido violentadas, arrojadas a sentir un odio que naturalmente (parece) el ser humano no tiene al nacer. También, vi los rostros de algunas que son ejemplo de lucha, que han abierto puertas, que han impulsado leyes, que han paralizado el país. Así, me sentí una impostora.
Por días me cuestioné cómo yo, podría hablar desde el privilegio de tener una profesión, donde al menos el 90% de quienes nos dedicamos a hacer relaciones públicas somos mujeres. Cómo yo alzaría la voz, cuando tengo un padre y un abuelo amorosos, que – a sus modos y en sus tiempos – admiraron, apoyaron e impulsaron a mi madre a cumplir sus sueños, y quienes – a sus modos y en sus tiempos – me han cuidado para realizar lo míos.
Y escuchando un podcast lo supe ¡tenía el Síndrome del Impostor!
Que autoridad, credenciales y/o derechos tengo para hablar de una lucha que no he tenido que afrontar. ¿Cómo puedo tener una batalla de letras si no he tenido la fuerza de aquellas que dan el rostro en las cámaras? ¿Qué se puede aportar a un proyecto que está representado por mujeres tan ejemplares? ¿Quién se detendría a leer un cuento de hadas, en medio de esta realidad de terror que las mujeres enfrentan cada milésima de segundos?
Tras dejar de flagelarme – un acto reflejo, adquirido en muchas de nosotras – giré la mirada y supe que había que reconocer que en ese “mundo de privilegios” de las “piars”, hay mucho que hacer.
Desde la selección de talento. “Mejor una soltera”, “tal vez si no estuviera estudiando”, “vive muy lejos, cómo va a llegar a un evento a las 7 de la mañana”, “por qué se viste así”, “por qué se peina así”, “por qué se tatúa… por qué… por qué… por qué…”
Hasta el crecimiento dentro de una empresa. “Eres mujer, debes esforzarte más”, “sino te impones, no te van a respetar por ser mujer”, “debes ser más dura, sino te verán la cara”.
Pasando por los naturales síntomas de género. “No vino porque tiene cólicos”, “seguro está en sus días”, “¿estás embarazada?, ¿cómo pedirás tu incapacidad?”.
Y creo que al final, si hay mucho de que hablar.
Porque incluso en un mercado “naturalmente” femenino hay mucho que discutir, mucho que empoderar, mucho que sacar del closet, de nuestra industria y de quienes son nuestros clientes. Porque debemos ser congruentes con lo que hacemos y decimos, con lo que defendemos y en lo que creemos. Porque el talento no tiene género, y las profesiones – y los profesionales – no distinguen colores (o no deberían).
Seguro lo iremos descubriendo en las próximas líneas, a través de esta Costilla Rota donde pondremos sobre la mesa lo que pasa en el mundo de la comunicación y algunos otros sectores.
Por último, agradezco a quienes tuvieron este sueño, por creer que mi cuento de hadas reflejará con un sentido más crítico, ciertas realidades. Porque cuestionar ciertas “normalidades”, nos quitará el estigma de impostor y nos dejará pasar a la acción.