La construcción de nuevos espacios de generación de opinión siempre será digno de reconocimiento, pues agregan elementos y otras visiones para la formación de criterios. En este sentido, doy la bienvenida a este nuevo medio de difusión y análisis, además de agradecer la oportunidad de expresión a sus fundadoras, quienes son mujeres valientes, intachables y congruentes con sus convicciones.
Dicho lo anterior, para el tema de esta columna sería prácticamente imposible ignorar la realidad de cientos de miles de mujeres que hoy se visibiliza ante casos que han generado gran expectación e indignación entre millones de personas, y que con mayor frecuencia son contenido de noticias nacionales.
Hoy se ha llegado al límite y hartazgo de agravios históricos por la normalización de la sujeción y los abusos. Las mujeres sufrimos de la violencia estructural de la sociedad y las instituciones, pues la mayoría de los abusos (8 de cada 10) son perpetrados en el espacio familiar; los demás, en el de pareja, en el comunitario y en el laboral. Sumado a esto, la simulación de las autoridades que fingen concientización del fenómeno; sin embargo, actúan con desdén. Las víctimas y sus familias se enfrentan a la discriminación, revictimización, impunidad para los agresores, maltrato a las y los denunciantes, indiferencia, así como fallas en los protocolos de búsqueda, investigación, seguimiento y procesamiento de los casos.
Según datos del INEGI, hasta el 2016, el 66.1% de las mujeres mayores de 15 años habían padecido al menos un incidente de violencia física, económica, emocional, sexual o de discriminación en cualquier espacio de convivencia. Para 2019, se habían registrado más de medio millón de casos de violencia contra las mujeres y, en 2020, los casos de feminicidio habían aumentado en un 137% a nivel nacional. Hoy tenemos una cifra promedio de 11 mujeres muertas por día, y 25 mil de las que se desconoce su paradero.
Lo que diferencia a este tipo de violencia de otras formas de agresión y coerción es que el factor de riesgo o de vulnerabilidad es el solo hecho de ser mujer.
El falso romanticismo de la historia de un hombre que se roba a una mujer, en caballo blanco o negro, en burro, carreta, coche o a pie, para después violarla y, posteriormente formar una familia con ella, es parte de un sistema de normalización de la vejación hacia la mujer. Relaciones asimétricas de poder que concluyen en un final trágico, o de mínimo en un daño psicológico, emocional, económico y/o físico.
Si bien es cierto que el cambio no es sólo responsabilidad de los hombres ni sólo de las mujeres, sino de toda la sociedad en su conjunto desde cada una de sus trincheras, existe una urgencia a detener esta creciente avalancha de ataques sin tregua; el llamado es al Estado para garantizar la libre movilidad de cualquier mujer y a cumplir con su obligación de protegerlas.