Reseña del libro «Las vigilantes» de Elvira Liceaga

Llegué a este libro por recomendación de una de mis escritoras mexicanas vivas favoritas: Alma Delia Murillo. Ella dijo que “Las vigilantes” era imperdible y le hice caso. Después de un día mágico e inolvidable en un Porrúa del centro de la Ciudad de México, me topé con él y lo llevé a casa.

por Yuli Zuarth

Por Yuli Zuarth

Llegué a este libro por recomendación de una de mis escritoras mexicanas vivas favoritas: Alma Delia Murillo, la creadora de la novela que conmovió a todo el país “La cabeza de mi padre”.

Ella dijo que “Las vigilantes” era imperdible y le hice caso. Después de un día mágico e inolvidable en un Porrúa del centro de la Ciudad de México, me topé con él y lo llevé a casa.

Y una vez terminado, va la reseña.

Y van los recuerdos, de lo vivido, de lo leído y lo imaginado.

Tengo una advertencia para ti, si estás enamorada/o de la CDMX, su majestuosidad, su magia, sus contrastes, su mitología y sus contradicciones, vas a disfrutar muchísimo este libro.

Elvira (la escritora), se fue un tiempo de la gran ciudad, estudió en Nueva York dos maestrías y en su libro se nota su añoranza y nostalgia, mezclada con la capacidad exploratoria que viene por consigna a quienes nos apasiona el arte de leer y escribir. 

Notamos cabalmente en una escritora que te hace creer que caminas con ella en la CDMX y sus calles, sus restaurantes, sus departamentos, sus oficinas y sus dormitorios. Sientes que te lleva con ella, literal, hasta la cocina de su casa.

No habrá spoilers profundos pero básicamente les puedo decir que la novela es toda una exploración de la relación madre – hija, del duelo por perder a una hija y una hermana, del duelo por venir de un hogar de mamá y papá separados, de las crisis existencialistas de no saber cuál es nuestro lugar en el mundo y sobre todo, una oda de que a pesar de todo, el amor y la conexión de mamá e hija, triunfan.

Porque como ella lo llama, el cuerpo de mamá, es nuestro primer campo de exploración y después esa misma mamá, puede ayudar a su hija a abortar sin hacer una sola pregunta, solo acompañándola. Y juntas también pueden disfrutar ser “una resistencia a los estereotipos de belleza”.

Todo esto, se enmarca en las vivencias de un lugar, que aunque nos parezca extraño sigue existiendo, por las fuerzas represoras de la derecha que se niegan a aceptar que las mujeres podemos decidir en nuestros cuerpos, podemos abortar: ese lugar es un albergue para mujeres embarazadas que no tienen apoyo, y las convencen de una manera cruel (incluso afuera de las clínicas legales de aborto), para que no lo hagan. 

Así de fácil le cambian la vida a una mujer que ya había decidido.

Esto nos recuerda la importancia y labor heroíca de las morras acompañantes de abortos en el mundo, gracias por lo que hacen, qué importante que una mujer que ya tomó la decisión vaya acompañada.

La escritura de la autora es nostálgica, utiliza ejemplos que te hacen cuestionar tu propia niñez, adolescencia y juventud. Por ejemplo, me encantó una anécdota que comparte al decir que no sabe para qué sigue conservando sus apuntes y fotocopias de la Universidad, las cuáles sabe que probablemente no volverá a leer “pero algo le aportan ahí calladitas”; me sentí identificada porque hago y siento exactamente lo mismo con mis apuntes y libretas de la prepa, uni y maestría.

Qué curioso.

O en la parte que dijo: “Cuando se le dormía un brazo o se le entumecía el cuerpo se giraba hacia el otro lado y continuaba, como si algo le debiera a la escritura”, eso mismo siento cuando estoy leyendo o escribiéndoles una reseña, pues las mismas posiciones por tanto tiempo llegar a cansar, pero me cambio, me muevo de mi cama al escritorio, del escritorio a la silla, de la silla al piso, de mi cuarto a la sala, de la sala al comedor y así, tal como dice ella, como si “algo le debiéramos a la escritura”.

Al mismo tiempo, tiene momentos humorísticos, por ejemplo, cuando ve a un grupo de monjas y se pregunta a sí misma el porqué de su renuncia radical y le “impresiona su capacidad para mandarlo casi todo a la chingada”.

El libro también explora las relaciones entre mujeres, la complicidad y como esta, se puede romper cuando una se acerca a otra desde la superioridad y creyendo que puedes saber qué es lo mejor para ella. El feminismo y la sororidad también son respeto y aceptación radical, el saber que puedes compartirle a una mujer todas las herramientas y hacerle saber que estás ahí para ella, pero al final, ella tiene la decisión y sabe qué es lo que realmente quiere.

El final del libro nos deja muy clara esta lección, que a veces, tardamos años en comprender. Nuestro privilegio nos nubla la vista. Pero algo pasa y el aprendizaje llega: “Quiero firmar que he aprendido que es un error creer saber qué es lo mejor para ella”, porque “no se trata de dar, ni de estar, ni de entender, sino de respetar”.

El saber ayudar es todo un arte, las psicólogas nos pasamos años estudiándola, incluso si nacemos con ese don de la inteligencia interpersonal, porque así como alguien es muy bueno con las matemáticas, nosotras somos muy buenas sabiendo exactamente qué decir en un momento de crisis.

Las cartas, la escritura, los cuentos y los dibujos están presentes en toda la novela. Y esas cartas, se usaban para escribir incluso a personas que ya no estaban, porque ya se fueron, o porque llegarán, por ejemplo a una abuela: “Mi abuela estaba en el cielo, pero tenía un buzón en la tierra… le escribíamos para esquivar el descarnado para siempre de la muerte.”

En ese sentido, me encantó la descripción que hace la autora del significado de las cartas y conecté tanto con ella que me gustaría compartírselas, ya que por la misma razón, aun ahora, sigo escribiendo cartas:“Para mí las cartas son un ritual para organizar lo no dicho y para hablar con los fantasmas. Una esquina para reconocer las tristezas, articular los reclamos, y también relatar sin vergüenza las impresiones personales de los acontecimientos cotidianos. En las cartas elabora cada quien a su manera el duelo. El duelo es una batalla, y una combate como puede”.

También retrata los contrastes de México: la cruda desigualdad, el abandono, las violaciones, las violencias y todo lo que puede llegar a vivir una mujer con múltiples interseccionalidades.

Otro tema abordado en la novela, es cómo se vive en una familia el duelo y el proceso de una enfermedad fuerte: te vuelves como “un vigilante” intentando descifrar el idioma de la enfermedad, un vigilante con dolor, un vigilante que aprende de medicina, de términos, de pastillas, de tratamientos no por gusto, sino por ese intento de controlar, de ayudar, de eliminar la enfermedad.

Sí, también es un duelo porque se pierde la salud, porque empiezas a tener desconfianza de Dios, del mundo, de todos: “Esa noche descubrí que estamos hechos de materiales frágiles. Sentí una desconfianza del mundo”.

Y entonces también, sientes como en tu vida se abre un paréntesis, que todo está paralizado, en otra dimensión, todo lo que antes importaba, ya no importa tanto: “Esos días se abrió otro modo de vida. Una vida entre paréntesis. Me sentía como si hubiéramos despertado en otras coordenadas de la existencia y habitáramos una realidad paralela”. Qué exactitud. He estado justamente ahí. He sentido justamente eso.

Algo un poco pesado del libro, es que a veces llegas a sentir que giras por fragmentos de tiempo indefinidos, lo mismo te puede hablar de lo que está viviendo actualmente en el albergue, que lo que pasó hace 20 años en la sala de su casa, con su hermana. Entonces, implica estar muy atenta a qué parte del tiempo te lleva.

Pero insisto, la conexión que sentí con ella es muy fuerte porque comparte mucho de su experiencia al escribir y lo que significa para ella, por ejemplo: “Conocí la escritura en la soledad, como buscando un amor desconocido” y “me acostumbré a escribir para habitar la espera. Y luego procuré la espera para poder escribir”.

Así llegamos siempre a la lectura y escritura: solas, buscando amor. Hasta que esa soledad se convierte en amor. Amor por escribir. Qué ironía y qué belleza.

Y bueno, como ella misma dice: “una debe hacerse cargo de su deseo”, por eso escribo, por eso escribimos y lo compartimos. Me estoy haciendo cargo de mi deseo, de mis pasiones, de mis amores.

Pero también a veces escribimos para olvidar, para alejarnos de eso que duele. Escribir es sanador y terapéutico y la autora comparte una reflexión de Yuknavith: “cuánto más se pone un recuerdo en el lenguaje, más probable que estés haciendo una historia que encaje con tu vida, resuelva el pasado y cree una ficción con la que puedas vivir”.

En ese sentido, nos invita a que al escribir sobre algo que duele, renunciemos a vivir en negativo, a buscar aquello que pudo haber sido y en su lugar, aceptar lo que es.

¿Otra cosa que amé? Ha leído Balún Canan de Rosario Castellanos, pues lo menciona y como ustedes saben, es uno de mis libros favoritos.

¿Será que todas alguna vez quisimos ser doctoras? Yo quise, la autora quiso. Otra cosa en la que conectamos, pero a ambas, nos llamaron más la atención las historias alrededor de las enfermedades y los nacimientos, que la enfermedad y el acontecimiento mismo (porque sí, yo incluso decía que sería ginecóloga): “Quise ser doctora, pero me interesaron más las historias que brotan de la enfermedad”.

La autora es una gran exploradora de terapias: “Me gustan las terapias, ser turista de mí misma e incursionar por todo tipo de mecanismos de interpretación”: incluidas las psicodélicas, comparte una de ellas, con algo natural que no menciona pero se intuye que es la famosa Ayahuasca, cuyas lecciones fueron:

  • Mis miedos son solo capas inmateriales que puedo atravesar

  • El universo se expande a través de mí

  • Me vacío para llenarme de amor, que para eso vine a este mundo

  • Soy capaz de mover mi cuerpo, de reconocerme después del naufragio

  • Las creencias son creaciones, pero aunque son inmateriales tienen cualidades permanentes como el hierro.

También comparte las enseñanzas que tuvo de un curso de psicoprofiláctico, las cuales no aplican solo para aprender a parir, sino para la vida y sus trancazos en general, y aquí van:

  • Cuando sintamos que viene el dolor, sepamos darle la bienvenida. Inhalar, aceptar y exhalar. Decirle adiós. Llega y se va como una ola. Y ni las peores olas duran más de un minuto.

  • Se puede aprender a vivir el dolor sin sufrirlo

  • No es doloroso, es poderoso

  • El umbral del dolor es cultural. El dolor es puritita educación. Nos han enseñado a temer el dolor y le huímos. Nos han acorbadado.

Otro de mis momentos favoritos, es cuando describe cómo es para ella asistir a una marcha feminista: donde aunque por un momento pierdas de vista a tus amigas, a tu mamá o con quien vayas, nunca te sientes sola. 

Es ese momento irónico donde la alegría llora, frase que describe muy bien lo que experimentamos todas en las marchas del 8M.

Y entonces dice: “Conservo esa sensación de no sentirme perdida y de sentirme acuerpada, en ese camino que era el destino. Pienso en cómo replicar esa marcha en la vida cotidiana”.

Justo me hizo reflexionar algo, ojalá la vida todos los días se sintiera como una marcha feminista, me sentiría más acuerpada, amada, respaldada, motivada, con una mezcla de llanto y rabia pero a la vez de alegría y motivación feminista.

Porque eso son las marchas, dice, una mezcla de rabia con amor: “aunque hay mucho dolor, hay mucha memoria. Y sientes mucha fuerza, para exigir, para pensar en acciones que sí funcionen. Sientes mucha rabia pero también mucho amor”.

Otra de mis revelaciones favoritas es cuando comparte porqué la conexión y el amor entre hermanas y hermanos es tan fuerte: es que crecimos y nacimos del mismo cuerpo. Y nunca estaremos tan cerca de nadie, como de nuestra madre. Lo mismo sienten nuestros hermanos. Por eso los queremos y entendemos tanto. Por eso hay tanta complicidad y cercanía. 

Y a veces dice la autora: “los padres te hacen daño pero los hermanos te salvan”.

Porque, hablando de mamá a hijas, hijos “No habrá mayor complicidad que un cuerpo dentro de otro. La cercanía total”.

Por eso las maternidades deben ser deseadas.

Explora también, complejos procesos sociales repletos de impunidad, como el tema de las adopciones ilegales, con las cuales, con una acta de nacimiento falsa, se puede obtener un bebé por aproximadamente 500 mil dólares en el extranjero y por medio millón de pesos en territorio mexicano.

En otro brinco, comparte la bella escena de cuando su mamá le cuenta cómo fue su parto, su nacimiento y entonces la autora se cuestiona cómo es posible que no podamos recordar nada de un acontecimiento tan importante para nosotras/os: “Es extraño haber estado en una escena tan radical y escuchar como un cuento, ¿Cómo sería nuestro origen si recordáramos esa transición a las afueras?”.

Entonces, casi al final, por fin logra describir en palabras de su mamá, lo que significa el duelo de perder a una hija, una situación sencillamente antinatural, donde ella se percibía como “una persona a medias”, una persona para quien “la vida se hace vivible, pero nunca deja de llorar a oscuras y a solas. Se negocia”.

Una fuerte y última lección que nos deja para cuando alguien sale de nuestras vidas y toca soltar, dejar ir y aprender de eso:

  • Me oigo decir que tal vez no tuvo tiempo de avisarme, pero no me creo

  • Deambulo sin rumbo pensando en la lección de su silencio

  • ¿Nuestra cercanía era solo mía? ¿Ni siquiera mía?

  • ¿Alguna vez fui capaz de verle tal como era?

  • Escucho el sonido, antes casi imperceptible de la intuición, que siempre estuvo ahí, renovándose con cada uno de mis descuidos

  • Me pregunto si huyó de mi forma de quererla

  • A veces, aprender es mirar otra vez

  • ¿En ese lenguaje escrito pudimos encontrarnos?

Ya para terminar, la autora me dejó otra lección: “Nunca hay que desobedecer el deseo de cortarse el pelo”.

Y en este momento tengo ese deseo. Y le haré caso.

Nos vemos en la próxima reseña, gracias por leer, gracias por estar aquí.

Con amor, Yuli Zuarth.

Frases favoritas

  • Quiero poner orden a un desorden más bien interno que no atino a nombrar

  • Dicen que es difícil irse pero es más difícil regresar

  • Invoqué a su fantasma mientras aprendí a aceptar su ausencia

  • Me enseñó, tal vez, a quedarme sin respuestas

  • Que te guste más tu carrera que tus hijos y tu marido

  • El mundo no tolera mujeres caóticas, pero a nosotras no nos importaba

  • Nuestros suspiros conversan

  • ¿A quién no le sirven un poco de falsas ilusiones?

  • Siento mutaciones de una misma incertidumbre, y soy tan buena en no tener respuestas que me enfrento a la vida con signos de interrogación

  • La soledad es vivible aquí pero no allá

  • Siempre estamos esperando los resultados y no celebramos el camino, a veces largo, lento y errático, que nos toma llegar al destino

  • Un sentimiento mutante que nació de la admiración, del puro amor ahora invertido hasta su opuesto

  • Pero tuve que aprender a enojarme

  • Tampoco supe, quizá porque no tenía las instrucciones, qué hacer con ese amor que odia

  • Algunos sentimientos estorban, son un lujo para el ocioso, un concepto burgués

  • Se quitó los aretes, uno de sus pocos compromisos con la vanidad

  • Él me abrazó, yo acomodé mi cabeza sobre su pecho y compartimos el miedo

  • La escritura me desvía hacía mí, que no estoy ausente

  • Los sueños son parte de la autobiografía

  • Un miedo que hiela, pero no te permite agachar la cabeza

  • El llanto fue durante un buen rato el único lenguaje que necesitamos

  • Para poder tener una vida vivible, mi madre se permite derrumbarse de vez en cuando

  • Mercedes me enseñó a bailar sola frente al espejo. Mercedes me dio la escritura

  • Eligió la oscuridad, ahí veía mejor

  • No depositó en mí expectativas, creyendo que así me liberaría. Y yo no he sabido qué pedirme

  • Aprendí a quererla sin tenerla

  • Tiene ganas de pensar en ella

  • Yo quiero esconderme ahí dentro con ella. Darle juntas la espalda al mundo, por lo menos unos días más

  • La aflicción que al principio la debilitó, se había transformado en una energía que la impulsó como un motor 

  • No hizo del malestar una ideología. Pero tampoco del bienestar

  • Su único rigor era poner un pie detrás del otro y no sentarse ni un minuto a descansar. Esa fue su forma, la forma más lograda del olvido, la que le ha permitido transitar por el presente

  • Mientras más la recuerdo más la pierdo

  • Cuidándola me engaño: así me obligo a ser fuerte, desplazo mi duelo a su cuerpo

  • La metamorfosis como una forma de vida

  • No me busques en libros. Aquí estoy

  • Tomo nota de sus frases y silencios. Mi escritura es la máquina disfuncional para leerle el pensamiento

  • A veces, especialmente cuando sé que algo va a terminarse, lo registro para retenerlo

  • Tenía una urgencia por documentar la totalidad. Tenía una resistencia a soltar aquello que compone lo mundano

  • Ella no confió en el recuerdo, solo en el testimonio

  • La mano toma sus propias decisiones porque no puede escribirlo todo. Y de escribirlo todo, pienso, no habría tiempo para la experiencia

  • Me esfuerzo para que el instante adquiera permanencia 

  • Siempre soy la que abraza de más, pero no me importa

  • Hay que saber dejarla en libertad

  • Piensa ejercer su derecho al aburrimiento

  • La melancolía necesita horas disponibles

  • El pasado es sustancia viva

  • ¿Te interrumpí? No, tú nunca.

  • No supo, dice, cómo guardar la tristeza para sufrirla después

  • Se va a arrepentir, a ratos, decida lo que decida

  • Si es mujer, ¿cómo se enseña a decir que no, a que se defienda, que exija?

  • Yo quisiera sugerir un nombre en el que palpite la valentía 

  • ¿Qué hace una con todos esos recuerdos?, ¿dónde los acomoda? ¿cómo hacerme responsable de los dolores que resucito?

  • Y me pregunto si pasamos la vida tratando de restituir una conexión que ni siquiera recordamos

  • ¿El amor siempre es nostalgia?

  • Encontró la salvación en sus propios términos

  • Me gusta el placer con el que parece reencontrarse a sí misma, aunque haya algo de ella que siempre me queda lejos 

  • El llanto narra más que las palabras

  • Se conocen sin conocerse

  • Que nadie viera en nosotras la tragedia

  • Su alegría tiene un poder secreto sobre mí

  • Música para que tome al dolor de la mano. La música es movimiento

  • Conoce esa angustia específica

  • Por telepatía, le pido que me abrace más fuerte

  • Toda decisión es un sí y un no

  • Yo quería estar tranquila en mi casa, contigo así, adentro, tan mía, quería aprovechar nuestros últimos momentos

  • El dolor es tan brutal que no hay más que entregarse a él

  • ¿Viste cuando sabes que después te vas a poder felicitar por lo bien que te está saliendo algo, pero en ese momento no te puedes distraer?

  • Como no vas a vivirlo, puedes darte el lujo de tener miedo 

  • El cuerpo recuerda, pero en su propia lengua

  • No sé qué hacer conmigo

  • Me gusta el cansancio después del llanto

    Reseña también publicada en el Blog de Yuli Zuarth

     

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