Por Andrea J. Arratibel
Un reportaje publicado a principios de año en América Futura evidenciaba cómo la ciencia sigue siendo un mundo hostil para las mujeres. La desigualdad sexista no solo las afecta en este ámbito profesional, sino que empeora su acceso a la atención de muchas enfermedades. Un estudio en The Lancet el pasado septiembre concluía que, al menos 1,5 millones de muertes de mujeres podrían evitarse mediante estrategias de prevención primaria o detección precoz del cáncer. La oncóloga mexicana María Teresa Bourlon, una de las coautoras del estudio, revelaba en una entrevista a este medio lo ligado que están estos datos con el patriarcado.
En algunos países latinoamericanos la realidad es todavía más preocupante, especialmente en mujeres indígenas y afrodescendientes, que suelen tener los peores resultados en salud y una esperanza de vida más corta debido a la deficiente o nula atención que sufren. Lo que refleja hasta qué punto las mujeres siguen enfrentando la desigualdad en derechos básicos conquistados frente a los hombres.
Recuerdo muy bien el momento en el que entendí hasta qué punto la perspectiva machista gobierna también el ámbito de la salud y la ciencia. Fue el día que entrevisté a Carme Valls, endocrinóloga impulsora de la inclusión de mujeres en los ensayos clínicos hace más de dos décadas en España; pionera también en plantear las diferencias en mortalidad entre sexos en la investigación, entre otros muchos méritos. A raíz de una conversación con ella me enteré, entre tantos otros aspectos de desigualdad en el ámbito sanitario, que hasta mediados de los noventa no existían trabajos de investigación que consideraran a las mujeres en la medicina cardiovascular: se las excluía directamente de los estudios. También que, a pesar de las diferencias a nivel bioquímico, genético, celular y fisiológico que existen, según el sexo, muchos trabajos todavía muestran una baja o nula inclusión de poblaciones femeninas en la investigación biomédica.
Autora de varios libros sobre el tema, Valls ha dedicado su trayectoria a visibilizar cómo la medicina y la investigación han priorizado el cuerpo del hombre sobre el de la mujer, y a reivindicar la necesidad de aplicar la biología diferencial por sexo como uno de los grandes retos en el ámbito de la salud, incluyendo la necesidad de acciones afirmativas consecuentes.
Entre tantas especialistas sanitarias, todavía muchos ensayos sobre mortalidad en cardiología y tratamientos se diseñan mayoritariamente con varones. Esta priorización de la población masculina por parte del sistema de investigación y atención clínica tiene como consecuencia que muchas mujeres pierdan la vida por no haber sido consideradas en el diseño de ensayos experimentales ni en las consultas. Así lo vislumbra otro informe de la revista Lancet del 2021, publicación que documenta cómo en torno a las enfermedades cardiovasculares, la población femenina sigue siendo poco estudiada, infradiagnosticada y tratada de manera insuficiente.
En México, otra problemática similar lo ejemplifica el VIH y las políticas públicas formuladas para luchar contra su incidencia y afectación de vidas, las cuales excluyen a las mujeres en la prevención y tratamiento de la infección, aunque la discriminación y la violencia machista las haga más vulnerables a contraerla.
Como demuestran tantos trabajos publicados, incluir investigadoras en el diseño de ensayos clínicos no solo impacta en que se estudien más y mejor los problemas de salud que nos afectan a nosotras, sino que mejora los resultados científicos. Al fin y al cabo, conformamos más de la mitad de la población mundial… Aun así, las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en los ámbitos relacionados con la investigación, constituyendo a nivel mundial poco más del 30% de las autorías.
En América Latina, donde apenas se han elaborado pautas que especifiquen la inclusión femenina en investigación biomédica, científicas de gran reputación, como Brenda Crabtree, una de las mayores expertas en VIH, denuncian cómo este porcentaje es todavía más crítico. Una realidad urgente de combatir con políticas gubernamentales. La paridad en los equipos de investigación permite que el sexo sea mejor considerado como factor diferencial para conocer, por ejemplo, de qué forma distinta afecta el cáncer a hombres y mujeres, o las dosis limitantes de los fármacos en función del cuerpo a medicar.
La disparidad en la investigación por sexo se traslada también a algunos ensayos preclínicos con modelos animales. Al considerar que las ratas hembras son más inestables, en los laboratorios se prefiere trabajar con muestras de machos. Una creencia de la experimentación animal que Rebecca Shansky, neurocientífica de la Northeastern University en Boston, desmontó en un estudio publicado en la revista Science en 2019. Después de haber llevado a cabo varios experimentos con roedores en el campo de la neurociencia, los datos recopilados mostraron cómo las hembras no variaron más. En algunos casos, los resultados con machos fueron los más cambiantes debido a los patrones de jerarquía y dominancia entre ejemplares con distintos niveles de testosterona.
Un dato revelador del sistema patriarcal en la medicina es que dos de sus campos de investigación donde más estudios faltan los constituyen precisamente la salud sexual femenina y la reproductiva. Todavía existen muchos tabúes y mitos a la hora de hablar de la menstruación o la menopausia. Todavía provoca vergüenza hablar de nuestro placer. En esta entrevista de 2019, Helen O’Connell, la primera mujer australiana que se especializó en urología, destacaba cómo a diferencia de los genitales masculinos, el clítoris sigue siendo un gran ausente en las investigaciones. Tras leer las decoraciones de la científica que describió por primera vez la anatomía completa de este órgano tan invisibilizado y repudiado —según Unicef, más de 4 millones de niñas corren el riesgo de ser víctimas de la ablación genital cada año—, se me ocurrió hacer una búsqueda en Google. El mismo año en que la australiana hacía su gran descubrimiento, en 1998, se lanzaba al mercado la viagra. El mismo año en que se conocía el mapa detallado del placer femenino, ya existía un fármaco para paliar un problema de disfunción sexual en los hombres. Una casualidad irónica que refleja, entre tantos ejemplos, cómo la medicina ha priorizado el cuerpo masculino, tratando como semejante el de la mujer, a pesar de las grandes diferencias.
Mientras que, con muchos esfuerzos y perseverancia, vamos avanzando en el camino hacia la igualdad, el ámbito de la medicina y la investigación deja patente, una vez más, un supuesto del feminismo: cuando se trata de problemas y necesidades que afectan a las mujeres, somos nosotras quienes les ponemos atención, quienes nos preocupamos y nos involucramos para cambiar las injusticias sociales que nos impactan.
Como en la salud, son demasiados los ejemplos que constatan dicha premisa: las mujeres nos acabamos salvando solo y siempre por otras mujeres.
Artículo publicado en El País vía Voces Feministas