Por Núria González López
Hemos visto esta semana a la jugadora de fútbol Jennifer Hermoso ratificar ante el juez de la Audiencia Nacional lo obvio, que es que recibió un besó que nunca pidió ni pactó de alguien que no tenía por qué hacerlo, y que después fue víctima de un pressing indiscutible, penalmente llamado coacción, para que le quitara hierro al asunto y no perjudicara al señor que gustaba de agarrarse los huevos en el palco a modo de celebración ni a sus colegas de la mafia futbolera.
Sobra decir que todo lo ocurrido fue terriblemente lamentable.
Sin embargo, lo que más me enerva de este perezosísimo asunto es la utilización casi pornográfica que se ha hecho por parte de los medios de comunicación que normalmente están en la cuerda del gobierno del estado, como para vendernos la idea de que todas las víctimas de violencia machista en general y de violencia sexual en particular son tratadas, tanto por los tribunales como por la prensa como por las autoridades, con la misma fina exquisitez que se ha tratado a Jennifer Hermoso.
Y eso es rotundamente mentira. Es tan abrumadoramente escandaloso el hecho tan patente de que a base de darle bola comunicativamente al caso Hermoso, las mismas cadenas que lo han hecho han silenciado vergonzosamente que el año 2023 has sido el año más mortífero de violencia machista de la última década, que una acaba pensando cuánto más daño que no bien está haciendo el caso “Hermoso” a la lucha de las mujeres, tal y como se está tratando, y si me lo permiten, con la colaboración de la propia víctima.
No entendí muy bien que pintaba la jugadora de fútbol dando las campanadas de fin de año en TVE, pero lo que sí entendí es que, si ella misma no estuviera colaborando en la estrategia comunicativa que, casualmente, coincide con los objetivos gubernamentales de extender cortinas de humo, nunca se lo hubieran ofrecido.
Pero ese hecho, me hubiera importado nada de no ser por el discursito de cartón piedra sobre el “empoderamiento femenino” que se marcó la campeona del mundo sin venir a cuento de nada, pero dando por bueno que, con el ejemplo de su caso, todo iba a ser mejor.
La verdad es que casi me da la última cena tanta falsedad. Porque si hubiera algo de sinceridad en ese discurso, en lugar del mantra oficial, me gustaría haber oído a Jennifer protestar por el trato que se les da a las otras víctimas de violencia sexual que comunicativamente no interesan, como, por ejemplo, a la niña de 11 años víctima de violación múltiple en el Mágic de Badalona, que tuvo que huir de su casa junto con su familia ante el acoso de los agresores. No la oí revindicar mejor trato para ellas. Ni si quiera acordarse de ellas.
O mejor aún incluso hubiera estado verla aprovechar el momento de más audiencia televisiva del año para denunciar la normalización de la violencia sexual entre sus compañeros de profesión, como por ejemplo en el caso Dani Alves, o los jugadores de la Arandina, otro caso en el que la víctima de la violación tuvo que poner tierra de por medio.
Pero no. Quien le escribió el discurso a Jennifer Hermoso tenía el claro objetivo de jugar al juego de la pelotita, distrayendo al público utilizando su presencia y pronunciando la palabra mágica “empoderamiento”, para hacernos creer que el lema de la última campaña del ministerio de igualdad es cierto, que es ese que han copiado de la canción de María Jiménez que dice que “ahora ya mi mundo es otro”.
Pues seguramente el mundo de Jennifer Hermoso sea otro y yo me alegro de que reciba el trato digno que todas las víctimas de violencia machista deberían recibir en este país. El caso es si a ella, al que le escribió el discurso o quien decidió ponerla a dar las campanadas le importa en lo más mínimo o más bien, todo formaba parte también del atrezzo.