Planchado de Senos: Una Cruel Realidad Injustificable en el Siglo XXI

Una práctica ancestral y brutal continúa marcando la vida de miles de adolescentes en África Central y Occidental

por La Costilla Rota

LaCostillaRota. 15 de mayo, 2025.- En pleno siglo XXI, mientras la conversación global se centra en la igualdad de género y la autonomía de la mujer, una práctica ancestral y brutal continúa marcando la vida de miles de adolescentes en África Central y Occidental: el planchado de senos. Esta forma específica de mutilación corporal, que se lleva a cabo principalmente en países como Camerún, Chad, Guinea-Bissau, Togo y Benín, expone una alarmante realidad de violencia de género que clama por atención y acción urgente.

El texto revela cómo, en el seno de las propias familias, el inicio de la pubertad femenina se percibe no como un signo natural de crecimiento, sino como una amenaza. El desarrollo de los senos en las jóvenes se asocia directamente con un mayor riesgo de acoso sexual, abusos, embarazos no deseados, abandono escolar y contagio de enfermedades de transmisión sexual. En un contexto socioeconómico ya de por sí adverso, esta etapa de maduración se convierte para muchas niñas en una peligrosa senda hacia la exclusión social y problemas de salud.

La escalofriante descripción de la técnica del «planchado de senos» estremece por su crudeza. Madres, abuelas, tías o hermanas aplican sobre los incipientes senos de las adolescentes objetos planos calentados al fuego o al carbón. Palos, piedras, cortezas de coco, morteros, carbón ardiente o telas calientes se utilizan como improvisadas «planchas» que se mantienen en contacto con la piel durante horas, días y meses, con el objetivo de detener el crecimiento natural de las mamas.

Las consecuencias físicas de este atroz acto son devastadoras: quemaduras, ampollas, infecciones, fibrosis, abscesos, atrofia, hipoplasia mamaria y deformidades son solo algunas de las secuelas que sufren estas jóvenes. Además del dolor físico inmediato, esta mutilación puede acarrear dificultades para una vida sexual plena y satisfactoria en el futuro, así como problemas para una lactancia adecuada, comprometiendo incluso la salud de su descendencia. Aunque no se ha confirmado científicamente, existe la preocupación de que esta agresión térmica pueda incluso aumentar el riesgo de cáncer de mama en años venideros.

Resulta particularmente doloroso constatar que este ritual es perpetrado mayoritariamente por las propias madres, quienes, imbuidas de una tradición ancestral, creen actuar por el bien de sus hijas. La lógica perversa detrás de esta práctica reside en la creencia de que un tórax plano hará que las jóvenes sean menos atractivas para los hombres, disminuyendo así el riesgo de violencia sexual y permitiéndoles continuar con sus estudios. Esta «justificación» revela una profunda desigualdad de género y una cosificación de la mujer, donde su seguridad se busca a través de la negación de su propia feminidad.

Las cifras en Camerún son alarmantes: se estima que entre un 20% y un 25% de las adolescentes han sido víctimas del planchado de senos, lo que representa a millones de mujeres. Esta realidad, que contrasta fuertemente con los avances en derechos humanos y la conciencia de género del siglo XXI, exige una respuesta contundente.

Afortunadamente, la lucha contra esta práctica no es invisible. Organizaciones locales como RENATA en Camerún, formada por mujeres que han sufrido o perpetuado esta mutilación, trabajan arduamente para concienciar a la población y abogar por su erradicación. A nivel internacional, la ONU también ha expresado su preocupación y ha instado a los estados a tomar medidas legislativas y educativas para poner fin a esta y otras prácticas nocivas contra las mujeres y niñas.

La legislación propuesta para abordar el planchado de senos incluye la condena explícita de la práctica, el establecimiento de programas educativos y de sensibilización, la promoción de alternativas para la prevención de embarazos precoces, la obligación de informar sobre casos detectados, la autorización de órdenes de protección para las menores en riesgo y la tipificación como delito del quebrantamiento de dichas órdenes. Además, se subraya la necesidad de ofrecer servicios médicos, jurídicos y de rehabilitación a las víctimas y de modificar o derogar leyes que perpetúen la violencia de género.

La erradicación del planchado de senos requiere un cambio profundo en las mentalidades y la superación de tradiciones arraigadas. Es fundamental educar a las madres y a las mujeres mayores sobre los efectos nocivos de esta práctica y promover una visión de la mujer libre de estereotipos y violencia. La educación de calidad, que incluya la salud sexual y reproductiva, se presenta como una herramienta clave para lograr un cambio duradero.

Desde una perspectiva antropológica, la reflexión sobre el planchado de senos revela complejas contradicciones socioculturales. Mientras que en muchas sociedades occidentales los senos se asocian con la feminidad, la belleza y la sexualidad, en algunas culturas africanas tradicionalmente no han tenido estas connotaciones. La pregunta de por qué los hombres en Camerún y otros países han adoptado una visión más «occidentalizada» de los senos como objeto de deseo, sin que esto se traduzca en un mayor respeto por los derechos y la integridad física de las mujeres, sigue siendo un interrogante crucial.

El planchado de senos es una violación flagrante de los derechos fundamentales de las niñas, contraviniendo normativas internacionales que protegen su salud, integridad física y el derecho a vivir libres de tratos crueles y vejatorios. Es una manifestación de la desigualdad de género y del control abusivo que sufren las mujeres en ciertos contextos.

En el siglo XXI, no hay justificación posible para esta práctica cruel e injustificable. Es imperativo que la comunidad internacional, los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía en general unan sus esfuerzos para poner fin al planchado de senos y garantizar un futuro donde todas las niñas puedan crecer libres de violencia y con pleno respeto a su dignidad y sus derechos. El silencio no es una opción; la acción es una obligación moral, reflexionar y denunciar es un comienzo.

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