Por R. Aideé Aguilar Esquivel
Quiero resaltar la necesidad de escribir sobre lo que realmente es la sororidad y, principalmente de ponerla en práctica. Ya que vemos constantemente críticas hacia el movimiento, críticas hacia las mujeres que están teorizando, analizando o alzando la voz. Que quede claro que el feminismo no es un movimiento homogéneo y, eso es sumamente positivo, debido a que tenemos diferentes perspectivas y desafíos que enriquece al movimiento del feminismo como uno donde se busca la liberación de las mujeres, equidad y respeto y vida digna.
Las distintas olas, enfoques y luchas han construido un entramado diverso que, justamente, responde a las necesidades de mujeres de distintas realidades, mujeres blancas, sí, pero también mujeres negras, indígenas, pobres, latinas, europeas, asiáticas, africanas etc., como vemos cada enfoque obedece al contexto de quienes valientemente están haciendo feminismo; sin embargo, en lugar de abrazar esta diversidad y hacerla dialogar, hay quienes generan tensiones que solo fragmentan el movimiento.
La crítica es necesaria y puede ser enriquecedora, pero cuando se convierte en un ejercicio destructivo, donde no es crítica sino cancelación y odio, replicamos las mismas dinámicas que buscamos desmantelar, es decir, caemos en prácticas patriarcales.
Tengamos que Marcela Lagarde, quien ha sido una voz clave en el feminismo latinoamericano, nos regaló el concepto de sororidad, pero NO como una palabra vacía, sino como una práctica política diaria que, implica alianza, apoyo y, sobre todo, reconocimiento entre mujeres, Por supuesto que puede haber diferencias de saberes, pero eso no significa que silenciemos a quienes tienen otra visión del movimiento, al contrario, como ya mencioné, podemos generar un diálogo respetuoso, un intercambio de saberes.
Lagarde nos recuerda que “la sororidad implica un pacto político entre mujeres que nos hace aliadas en una historia común de opresión”. Ese pacto no significa ausencia de crítica, pero sí implica que esta debe surgir desde el deseo de construir, no de fragmentar,
El patriarcado ha sido maestro en dividirnos. Nos ha enseñado a competir, a desconfiar unas de otras, y ha premiado a quienes se distancian de sus compañeras. Cuando replicamos esas dinámicas bajo la excusa de «depurar» o «corregir» el feminismo, caemos en su lógica. No se trata de evitar las diferencias, sino de gestionarlas desde el respeto y el entendimiento de que todas estamos, de una u otra forma, librando batallas similares.
Para críticas destructivas ya tenemos bastante de eso y que, generalmente proviene de los hombres y sí también de algunas mujeres que no se reconocen como feministas y es bastante lamentable. Por eso apelo que entre las mujeres del movimiento no caigamos en esas dinámicas patriarcales y juntas hagámosles frente.
Adrienne Rich ya advertía sobre la importancia de la “continuidad” entre mujeres. Para Rich, esa conexión histórica y emocional es lo que permite que el feminismo siga siendo un movimiento de transformación radical. Destruir a otra mujer que no piensa igual es cortar esa continuidad, y al hacerlo debilitamos nuestra capacidad de resistir colectivamente. Sin olvidar que sí podemos hacer críticas constructivas, porque justo el feminismo parte del pensamiento crítico.
La sororidad, entonces, no es un cliché, es una estrategia de supervivencia. El patriarcado se fortalece cuando nos ve dividirnos, cuando nuestra energía se desvía hacia peleas internas en lugar de dirigirse hacia quienes realmente sostienen las estructuras de opresión. Angela Davis nos invita a pensar en términos de “alianzas interseccionales”, reconociendo que nuestras experiencias no son idénticas, pero que en esa diferencia puede existir aprendizaje mutuo.
Podemos y debemos cuestionar prácticas dentro del feminismo que excluyen, invisibilizan o perpetúan desigualdades. Pero hacerlo desde la humillación o el desprecio es una trampa patriarcal. Audre Lorde decía que “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. Y esas herramientas incluyen la burla, la descalificación y el rechazo sistemático de la otra.
Nuestro reto es complejo. Implica sostener debates sin deshumanizarnos, señalar errores sin aniquilar, y, sobre todo, recordar que nuestras diferencias no deberían ser más grandes que aquello que nos une. El feminismo, con todas sus tensiones, sigue siendo el espacio donde millones de mujeres encuentran una voz y una esperanza. La sororidad es la base que puede mantenernos en pie cuando todo lo demás tambalea. Es momento de tener presente siempre y en cada momento la sororidad.
Construir juntas es el acto más radical que podemos ofrecer en un mundo diseñado para mantenernos separadas. No se trata de romantizar las relaciones entre mujeres, sino de comprender que, aunque no siempre nos caigamos bien, podemos ser aliadas. Porque la verdadera revolución será feminista o no será. Porque el verdadero cambio implica ser radicales ante la violencia patriarcal pero ser sororas entre nosotras.
Imagen creada con IA por LCR