Por Ginger Jabbour
Vi La Sustancia, la polémica y extraordinaria película de Coralie Fargeat. En ella, Demi Moore interpreta a Elisabeth Sparkle, una mujer que vende su alma a una sustancia para convertirse en “la mejor versión de sí misma”: joven, hermosa, exitosa y deseable. La vi en el peor momento posible, en plena vulnerabilidad.
Últimamente me obsesiona comparar quién soy ahora con mi versión de los 17, 18 o 19 años. Recuerdo pasar horas en el gimnasio, gastar miles de pesos en tratamientos de belleza, vivir con “todo un futuro por delante”. Me veía espectacular.
No era modelo, pero podría haberlo sido. No lo fui solo por suerte.Entré a la universidad, y me encontré con las lecturas: Marcela Lagarde, Rita Segato, Simone de Beauvoir, Byung-Chul Han, Max Weber, Lévi-Strauss. Aprendí sobre feminismo, capitalismo, el cuerpo como campo de resistencia.
Me gradué hace un par de años ya. Hoy soy directora de un festival de cine, escribo para medios nacionales e internacionales, y estoy aplicando a maestrías con universidades dispuestas a becarme. Desde afuera parece que lo tengo todo. Pero no es suficiente.
Ni las horas de lectura, ni los años de psicoanálisis, ni la admiración de quienes me rodean, ni el amor incondicional de mi pareja y mis seres queridos logran silenciar la voz que vive en mi cabeza. Esa voz —el mismo monstruo que consume a Elisabeth Sparkle— me dice que no soy lo suficientemente delgada, inteligente ni digna de amor o admiración.
Lloro, porque sé que no es verdad. Me frustro, porque entiendo la teoría, porque escucho a mi psicoanalista, porque sé que es un constructo social diseñado para controlarnos. Pero también lloro porque, a pesar de saberlo, no puedo escapar de él.
¿Qué tiene que hacer una mujer de 27 años para sobrevivir a este monstruo?
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