Por María Macías
Humo, canción, alimento del sol
La vida nunca termina
Tus pasos acarician la tierra
Eres barro, palabra, tiempo
Eres flor, mañana eres cielo
Humo canción, Santa Sabina
Hace unos años investigué, en el Santuario del Señor de la Buena Muerte, las peregrinaciones que cada 3 de mayo arriban a este enclave devocional ubicado en Texocuixpan, en la Sierra Norte de Puebla.
Me llamaba la atención la manera cómo las personas realizaban trayectos desde sus lugares de origen hasta el Santuario. Algunas lo hacen a pie, en bicicleta, a caballo, en motocicleta y en automóviles o autobuses rentados. Pueden tardar un día o hasta tres haciendo la senda para entregar su devoción al Cristo de la Buena Muerte.
Aunque es interesante conocer sus motivos, en un momento de mi trabajo de campo, cuando también acompañé dos peregrinaciones a pie, me llamó la atención la fuerza, el impulso, la fe y la energía con la que se organizan y emprenden el camino. Algunas personas viajan por primera vez pero otras llevan más de 30 años recorriendo un territorio que se conocen de memoria, que han visto cambiar, y cuyo mapa resguardan en el cuerpo.
Es en estos cuerpos donde habita la memoria, en el quelas personas llevan implícitas vivencias e historias de abuelos, abuelas, madres, padres, hijos e hijas, quienes recuerdan aquel camino que les enseñó demostrar su fe y creer en una divinidad que les curaría las penas o les concedería el milagro de la vida, la salud, el trabajo o el amor.
Los caminos para llegar a Texocuixpan muestran una cartografía diversa: caminos forestales, cerros, ríos, carreteras de asfalto, poblados, que son marcados por cientos de personas que provienen de distintos lugares no solo de la sierra poblana sino de Tlaxcala, de la Ciudad de México, del Estado de México, de Veracruz e incluso de Estados Unidos, entre otros.
Hombres y mujeres, personas adultas mayores, jóvenes, niñas y niños van recorriendo distintos puntos a distintas horas; quienes lo hacen en la noche llevan consigo linternas o la luz de sus celulares, y quienes lo hacen de día, con sombreros o gorras; en algunas peregrinaciones, sobre todo de jóvenes, llevan pequeñas bocinas con música. A su llegada al Santuario, se escuchan cohetes, a veces acompañados de mariachis; también se percibe el arrastre de las espuelas o los pasos de los caballos; las personas pueden ir con cobijas encima si es muy temprano, o con mucho calor y sed si llegan al medio día o en el transcurso de la tarde.
Al llegar frente al Señor de la Buena Muerte hay quienes lo hacen de rodillas, se persignan, oran, cierran los ojos y hablan con él, con su santo patrono, con la divinidad que les provee de calma y consuelo, pero también de esperanza.
El cuerpo peregrino no solo nos cuenta la historia de un camino recorrido, sino de una historia de vida, a veces en grupo o de manera individual, es un trayecto que da continuidad a una devoción surgida en el siglo XIX y que se ha perpetuado por las historias de los milagros, desde el mito de aparición, hasta el que relata cada una de las personas devotas del Señor de la Buena Muerte.
Dicen algunos antropólogos como Tim Ingold[1] y James Clifford[2] que en las dinámicas llamadas de territorialización, como la que se da con las peregrinaciones, se presenta el dwelling, que se traduce como habitar, para dar cuenta de los anclajes, de las rutinas, de una manera de “adueñarse” de los espacios, no en términos de propiedad privada, sino desde lo afectivo.
De esta manera, los cuerpos habitan temporalmente este territorio devocional que está marcado por su paso para llegar al Santuario. Cada lugar que recorren, son lugares de la memoria en los que dejan cruces con los nombres de las familias que peregrinan o los personales; también tallan sus siglas, fechas o nombres en árboles o magueyes que encuentran a su paso; llegan a ermitas donde se detienen para descansar, tomar algún alimento o hacer un ritual de limpieza para quitar el aire o el cansancio, pasando unas piedras por el cuerpo; asimismo, se pueden ver distintos nichos a lo largo del camino con flores, velas y más cruces.
Todas estas marcas se localizan sobre las carreteras, árboles o en los cerros, son puntos que también sirven de guía para saber si ya están cerca, como el Cerro de los Arrepentidos, también llamado el Latigazo del Diablo.
Estas historias en torno a la religiosidad, como la de los santuarios y las peregrinaciones, nos remiten a un México con alto arraigo a sus creencias, a sus tradiciones y costumbres.
En este caso, cada vez que el cuerpo peregrino y el Cristo de la Buena Muerte se encuentran, se cumple un ciclo ritual que le otorga una continuidad histórica a este culto, donde convergen memorias e historias fuera del tiempo y el espacio.
[1] Ingold, Tim, The perception of the environment. Essays on livelihood, dwelling and skill, Routledge: UK-New York, 2000.
[2] Clifford, James,“Traveling Cultures”, en, Cultural Studies, Ed. Grossberg (et. al), New York: Routledge, 1992, p. 96-116.
Foto: Diego Morales