Las Ítacas | Por Paloma Cuevas
En esta ocasión, y porque #EsTiempodeMujeres, he decidido rendir homenaje a mis abuelas.
Mi bisabuela, Mamá Juve, mi lado africano de la historia, madre de la madre de mi madre; y a Mamá Cotita, mi favorita.
Las mujeres mexicanas tenemos, en general, linajes poblados por grandes mujeres, sumamente valiosas, de quienes estar orgullosas. ¿Quiénes integran tu linaje?
Acá las mías:
Mamá Juve
Las mujeres de mi raza no nacieron sumisas y menos calladitas. Son las descendientes de las amazonas, mujeres poderosas que vinieron al mundo a tomar al toro por los cuernos.
Quizá, la primera de ellas, fue Mamá Juve, la bella negrita. No obedecía reglas, creció con cinco hermanos y se volvió fuerte, sin dejar de ser tierna, siempre tenía la palabra adecuada y la sonrisa perfecta.
Se enamoró de Rafael Estrada, el español. Cuando lo vio montar a caballo, sintió su sangre africana hervir en las venas. Supo que ese jinete sería suyo, que ella no quería jamás volver a dormir sola.
Él creyó haberla conquistado, en realidad no fue así; pero ella lo dejaba creer que así había sido.
Era la vida. Verla era pensar en el mar: majestuoso, poderoso y destructor en caso necesario.
Era pasión y movimiento.
Vivió siempre como le dio la gana. Cuando su padre quiso prohibirle amar a su güero, lo miró de arriba abajo y le dijo: “Si no le estoy preguntando, papá. Le estoy avisando.”
Murió feliz. Rodeada de su gente. Como matriarca en pleno, todos sus hijos alrededor, en una comida de domingo, con su platillo favorito, su molitito con arroz.
Alguien la hizo reír. Rió tan fuerte que broncoaspiró. No hubo silencio en su entierro. Había fiesta, banda y mariachi.
Su güero no volvió a amar. Se secó por dentro.
Mamá Cotita
Siempre fue mi favorita, nunca nadie más.
Desde que nací fue mi estrella, hasta antes de fallecer, cinco días después de mi cumpleaños. Fue a verme para bendecirme, también me dijo que siempre estaríamos juntas. Yo tenía tres años, lo recuerdo como si el tiempo no hubiera pasado jamás.
Siempre, al escuchar la pregunta sin sentido del ¿por qué? Mi respuesta será la misma: por fuerte y por luchona. Adelantada a su tiempo, inteligente y sensual. Mujer entera, sin moldes porque jamás habrá otra igual.
Su vida estuvo salpicada de interesantes pinceladas.
Hija de un refugiado español, que con el tiempo y muchas horas de trabajo, se convirtió en hacendado y una negrita hermosa hija del terrateniente del pueblo, mi Cotita vino al mundo a dejarlo mejor de como lo encontró.
No se casó joven. No tenía prisa por regalarse. Tuvo muchos pretendientes, porque al ser la hija de don Rafael Estrada, era una de las solteras más codiciadas; sin embargo, a ella eso no le interesaba, hasta que un día lo miró a él, don Heroncito Ramos, tan gallardo y bragado.
Se enamoró de él cuando, en lugar de saludar a su padre al mirar al piso, le dio la mano y en un fuerte apretón, se midieron con las miradas. El don español supo que a ese no lo dominaría. ella supo que a ese lo domaría con una sola de sus sonrisas. Y así fue.