Por Claudia Espinosa Almaguer
Hace unos días se estrenó el filme de horror “La Sustancia” protagonizado por Demi Moore y Margaret Qualley bajo la dirección de otra mujer, Coralie Fargeat. La película se ubica en el body horror un género en el que se utiliza la proyección que tenemos los seres humanos entre sí para identificar las sensaciones al ver cambios violentos en un cuerpo ajeno, similar a la reacción que sentimos al ver llorar a alguien o romperse un hueso sólo que llevados al extremo.
Entre todos los adjetivos empleados para calificar este trayecto de dos horas y media, uno llamó mi atención: los medios indican que es feminista, ir a verla y escribir al respecto me obliga a usar un tono más personal. Declaro que me gusta el terror, mucho, pero no me inclino por este género, el lado grotesco de nuestra especie me es sobreabundante como para ir a buscarlo, pero actrices de tal calado moviéndose en esa categoría pone a pensar: ¿Por qué mujeres de ese tamaño tomarían un riesgo así? y si la película es brillante, repugnante, poderosa, ¿Quién es el monstruo? ¿Estamos de verdad ante una sátira?
La trama gira en torno a la actriz Elisabeth Sparkle quien después de recibir elogios y fama durante su juventud nos encuentra, al espectador quiero decir, mirándola en la mediana edad siendo despedida de su programa de televisión por ser demasiado vieja y en semejante mal día encuentra una salida: probar una droga experimental que renueva su ADN y crea una versión suya jovencísima a la que debe renunciar cada siete días sin excepciones.
La mitología y la literatura está llena de seducciones y estratagemas similares, en las leyendas alemanas y nórdicas el Doppelgänger es una aparición o doble de una persona visible sólo para ella, siendo una representación hostil de quien posee la esencia, el alma originaria, verlo implica una advertencia de muerte.
Precisamente durante la época victoriana en Europa es cuando esta dicotomía de un ser creado a imagen y semejanza del propio protagonista que es deseado y odiado al mismo tiempo vuelve con fuerza, “El Extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde” escrita por Robert Louis Stevenson y publicada en 1886, “El retrato de Dorian Grey” de Oscar Wilde de 1890 y muy especialmente “Frankenstein o el Moderno Prometeo” de Mary Shelley de 1818 engendra la aberración a la que me quiero referir porque nuevamente fue una mujer quien ha retratado mejor a los hombres que transgreden la naturaleza ajena en la pira de su propio ego. Me explico.
Si bien es cierto al igual que Dorian Grey la protagonista busca con vehemencia evitar el transcurso del tiempo, como es que va perdiendo la identidad propia conforme avanza su desesperación al igual que el buen Dr. Jekyll, también lo es que su impulso es sincerísimo, ser admirada, recibir amor tal y como ella lo entiende, pero también como se nos enseña a todas, en otras palabras ser vista por los hombres, de ahí que a pesar de la tremenda humillación que le hace el jefe al recuperar la juventud vuelve, a ver si ahora si éste le acepta.
Fue de lo más interesante que una película tan cruda tuviese la sala llena, nos rodearon personas de todas las edades, hombres y mujeres adultos claro, pero ignorantes de lo que iban a ver, porque la película te somete a mirarla desde la más absoluta impotencia y allí hay una lucha constante de detener a Elisabeth del daño que se causa, pero no es la sangre, ni lo aberrante lo que aterra, es la familiaridad.
La obsesión que Moore expresa no cede nunca, y esos extremos no son para nada imaginarios. No es sólo en la industria de la fama, la más pornográfica del mundo, como lo es el cine, la televisión, el ambiente musical o las redes sociales, porque a mayor o menor escala yace un odio hacía el propio cuerpo que pareciera innato y no lo es, nos han enseñado a detestarnos cada día de nuestra vida.
Muchas mujeres optan por las dietas o las cirugías, y otras se “oponen” a esta hegemonía masculina de la belleza abandonándose a sí mismas lo cual es igual un modo de hacerse daño, en el film, el valor dado a los hombres es tan absoluto que pasa de la sátira al retrato fiel: la gente de la sala se reía de las escenas sanguinarias, de la desaparición de todo rastro de dignidad de la actriz y de los tipos graciosos que veían morbosamente los cuerpos en escena pero de ellos no se comenta como pasa en la realidad.
Justo el personaje de Dennis Quaid como un director de televisión, un moderno Víctor Frankenstein, no recibe observaciones más allá de comer como un cerdo, pero es que el personaje lo es, si en la sociedad actual la mujer es una caricatura, un disfraz, un sentimiento, pechos, vagina, todo a medida, la frase del personaje de “Es mi creación”, sucede a diario.
Observamos a los varones elegir la talla de prótesis de mujeres mucho más jóvenes sobre quienes no manda ni su propia vanidad, advertimos que el erotismo masculino es pedófilo, por eso las mujeres que dejan de ser deseables pasan a dar arcadas y no tienen permiso para envejecer y ¿Acaso no representa Dennis a todos? al jefe que acosa, al imbécil que tiene poder porque es un señor y no porque tenga algún mediano talento.
Con todo, la película no necesariamente es feminista, la responsabilidad no cae en quien debe porque la protagonista es juzgada y castigada en una presunta codicia que no es suya y su única salvación acaba volviendo a la fuente del problema de lo que les sucede a las malas mujeres por desear de más, salvajemente, tal vez por ello ningún hombre tiene lo necesario para opinar sobre esas dos horas y media, tendría que haber nacido mujer para sentirla.
Si se da una vuelta en el cine, vaya a mirar y abra bien los ojos, resista la tentación de voltear o de vomitar, las mujeres lo hacemos cada día. Bienvenidos a nuestro mundo.
Foto: Captura X (Composición LCR)