La censura de los ofendidos

La viruela del Mono y el caso de Gisèle Pelicot demuestran es tendencia que la libertad y la verdad sean sacrificables para proteger los sentimientos y el ego de los hombres

por Nuria González López

Por Núria González López

Quiero empezar este nuevo curso anunciado una defunción. El neolenguaje ha muerto. Y ese hecho, que debería ser tomado como una buena noticia, lo cierto es que es todo lo contrario ya que el neolenguaje, que consiste en llamar a las cosas horribles con eufemismos o nombres bonitos para ocultar la realidad, no ha sido sustituido por la verdad, sino por una vieja conocida que ya asomaba la patita sin ningún tipo de decoro, especialmente desde que se inició la guerra de Ucrania. Demos la bienvenida a la censura.

Y de ello estamos teniendo últimamente no pocos ejemplos. Sin embargo, hay dos casos absolutamente sangrantes y e interconectados entre sí por utilizar a empatía como chantaje o directamente amenaza de cancelación (a quien aún le afecte tal cosa), que son tan claros como terribles.

El primer caso de censura salvaje al que quiero referirme es al de la viruela del Mono, que ya tampoco se puede llamar viruela del mono, sino que hay que referirse a la enfermedad como MPOX, diminutivo en inglés de viruela del mono.

La evolución del tratamiento de la información sobre este asunto que se ha ido realizando es paradigmática del nuevo reinado de la censura que les anuncié al principio. En lo científico, la viruela del Mono es una enfermedad que se contagia el contacto muy estrecho que se da básicamente en el transcurso de las relaciones sexuales, sobre todo, evidentemente, sin protección. Y resulta que, ciñéndonos a los datos objetivos, la inmensa mayoría de este tipo de relaciones sexuales de alto riesgo son las relaciones homosexuales.

Bien, pues en referencia a este asunto hemos visto eufemismos tan estúpidos como “hombres que tienen sexo con hombres” porque desde las esferas de altísimo poder económico se decidió censurar la palabra homosexual o gay. Censura absoluta ante una realidad que la misma OMS había puesto de manifiesto ya desde 2022 cuando realizó un comunicado público dirigiéndose precisamente ala comunidad gay para explicarles que la única manera segura de rebajar el riesgo de contagio era rebajar el riesgo de promiscuidad y usar protección.

Pues esta cosa tan lógica y de pura supervivencia ha sido escondida en medios, en mesas de contertulios super modernos y en todo tipo de foros, hasta llegar a recibir la información de tal manera que parecía que casi te podías contagiar de la MPOX como de la COVID, con la consecuente histeria colectiva, sobre todo entre la gente más mayor, que aún no ha superado el susto de la pandemia, y que obviamente tiene nulas probabilidades de contraer esa enfermedad.

La veracidad científica y sobre todo, la paz mental de la mayoría de la población se sacrificópor no herir los sentimientos de algunos elementos suicidas de un colectivo que nadie duda que puede hacer callar a cualquiera debido a su altísimo poder económico y de consumo. Censurar parece ser un nuevo derecho del consumidor.

El segundo caso lo estamos viendo estos días durante el juicio a Dominique Pelicot y 51 violadores más, acusados de agredir sexualmente cientos de veces a Gisèle Pelicot durante diez años. Para plasmar el ejemplo impagable de valentía y dignidad que nos está dando esa mujer a todas no hay palabras. Ella ha anulado la revictimización a la que siempre se somete a las víctimas de las agresiones sexuales con una fuerza que espero que se convierta en inspiración para todas de por vida.

Sin embargo, a uno de los magistrados que juzga este caso le parece demasiado ofensiva su actitud y le exigió durante su declaración que no utilizara la palabra “violación” sino “actos sexuales porque lo encontraba demasiado ofensivo. Censurar a una víctima de violación para que no nombre las violaciones que ha sufrido para que no ofenda a los 51 violadores que la han destrozado durante una década representa un nivel de maldad y vileza bastante insoportable.

Debe ser que el propio magistrado y los propios violadores no son capaces ni de oír las barbaridades que por lo que se ha podido comprobar, casi cualquier hombre es capaz de perpetrar contra una mujer, si se dan las circunstancias adecuadas. Contra cualquier mujer.

Se le pide a la víctima que no sea explícita, no solo por el juez ni por los acusados, sino para no materializar la misoginia extrema que son capaces de llevar a cabo los hijos sanos del patriarcado, que como hemos podido comprobar en este caso no son “el hombre del saco”, sino que es tu vecino, el bombero, el enfermero, el médico que no te hace caso, tu padre, tu marido, etc. Censura de nuevo para no ofender los sentimientos de algunos hombres que no soportan verse la cara ante el espejo.

No son los únicos casos, sólo los más recientes, pero dejan claro que es tendencia que la libertad y la verdad sean sacrificables para proteger los sentimientos y el ego de los hombres.

 

 

Foto: hanspw de Getty Images Signature

 

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