A veces solo necesitamos un café: del autocuidado y otros demonios

por Azucena Cháidez

Por Azucena Cháidez Montenegro

Llego a casa por la tarde luego de una larga jornada de correos, juntas, revisiones de documentos y llevar y traer a actividades a la pequeña, corriendo a un zoom que aún falta.  Está lloviendo y los perros se empaparon afuera. Hay que meterlos, pero hay que secarlos primero o van a ensuciar todo. No hay nadie más en casa. Mi hija tiene hambre. Ella prende la televisión- que utilizo de apoyo si no tengo- y el volumen es altísimo. Empiezo a preparar quesadillas mientras me conecto y escucho a quienes participan en el zoom. Llegan los gatos por el olor a comida y se suben en la computadora para que también les haga caso. La televisión resuena de fondo y no escucho bien. Pido un momento, sirvo la comida de los gatos, le llevo sus quesadillas a una niña inmersa en la televisión, que “tiene más hambre” y quiere algo más. Le digo que ya voy y luego los perros brincan golpeando la puerta que da al jardín, porque también tienen hambre y sigue lloviendo. Me vuelvo a enchufar a los audífonos para integrarme a la reunión y apago la cámara para preparar la comida de los perros y así siguen los malabares…cuando logro sentarme a terminar la llamada, mi hija se acerca a saludar a la cámara porque me olvidé de traerle algo más. Tal vez no sé pedir apoyo. O aprovechar el que tengo, pero para el final del día, cuando todo este ruido se apagó estoy exhausta. Y sólo quiero dormir. ¿Te suena familiar?

Los estímulos y necesidades del entorno que nos rodean son tales que nos olvidamos de las propias necesidades.  El tema del autocuidado no viene en la programación del contexto cultural y social en el que he crecido. Es algo que se aprende. Para la mayoría de las mujeres, no es sencillo. Y nos resulta complicado entender a qué se refieren con autocuidado. No aprendimos eso. Yo aprendí a través de mi historia la importancia de ver al otro y atender sus necesidades. De agradar, de destacar en lo que hago, de liderar y llevar equipos conmigo. Pero no de voltear a ver qué necesito yo. No aprendí a identificar qué me duele hasta que no tengo opción. De alguna forma eso era aceptable, para mí, para muchas. Uno aprende que ser mujer implica el cuidado de otros. De los abuelos, de los padres, de los hermanos pequeños, de los hijos, de la casa, de los otros. Y de ahí a veces es difícil encontrar paz en la atención propia. Siempre hay algo de culpa cuando dejas de hacer algo que tenías que hacer por hacer algo que querías hacer. Qué enorme diferencia hace el tener y el querer hacer. Y dibujar límites no es tan evidente. Pues uno es el remanso de atención a otros. En mi casa de la infancia me tocó hacerme cargo de ser la mayor en un hogar donde mi papá enfermó y mi madre lo atendía. El idioma natural de esa dinámica familiar era el cuidado de mis hermanas y de mi papá. Era el cansancio y la escasez de espacios propios para voltear a verme. Mis necesidades no sé cuáles eran pero no eran urgentes. Y era una expresión de amor. Sin embargo, en esta realidad me olvidé de verme. De marcar límites.

Los límites aparecen después en la vida como una renuncia a esa herencia de ver por otros. De liderar por otros. De que la prioridad sean las necesidades ajenas, que nos resuenan como más urgentes, más relevantes que las propias. Los límites aparecen como una renuncia a la carga del cuidado y vocalizan el amor propio. Sin embargo, ¿cómo construimos el amor propio? En esta eterna búsqueda por construir los lazos de cuidados que aprendimos a que nos configuren, el autocuidado es disruptivo. Darnos espacios de soledad y de silencio resulta algo que se pospone con frecuencia. Espacios de recreación o descanso, incluso de no hacer nada, suelen tener un halo de culpa. Y entender que atenderme, cuidarme, hacerme espacios y darme prioridad no es secundario, sino una necesidad para ser una mejor versión de mí misma ha sido una tarea de construcción consciente constante. Ese café en silencio en la mañana. Cuando nadie escucha, nadie pide, nadie necesita. Ese espacio conmigo cuando me permito el goce de la acuarela. Esa paz que se comparte con un autor desconocido cuando me adentro en un libro. Son los principios del autocuidado que voy construyendo de a poco. Salir con amigos, dejar espacios equilibrados para trabajo, familia, pareja, suelen ser retos en construcción para la mayoría de las mujeres. Retos inacabados, constantes, en los que balanceamos la vida personal, la vida familiar, la vida laboral. Pero en todos ellos está el otro presente. Y el bienestar personal empieza con escucharme a mí misma. ¿Qué necesito yo? A veces, solo necesitamos un café…

Foto: Albina Gavrilovic de Getty Images Canva

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