Por Paloma Barraza
“Más no puedo entender, si hay tanto por saber, tendrías que aprender a escuchar… escuchar”
Pocahontas
En un mundo donde las voces feministas han sido ahogadas durante siglos por el estrepitoso rugir de las desigualdades, nos encontramos en un momento trascendental de la historia. Mujeres de todos los rincones del mundo se alzan con una fuerza arrolladora contra las brechas e injusticias; como un viento rebelde capaz de sacudir incluso a los árboles más enraizados en medio de una tormenta. Sin embargo, este escenario presenta un importante desafío: aprender a lidiar con los temas polarizantes dentro de la diversidad de movimientos existentes.
Cuando estamos en tribu, es sencillo dejarnos llevar por la armonía de las ideas convergentes y sentirnos cómodas en esa sintonía compartida de opiniones comunes. No obstante, la compenetración profunda y sincera, aunque invaluable en muchos aspectos, presenta un riesgo, pues puede limitar nuestro crecimiento y restringir el potencial de las luchas. «Ser estables nos impide ver al frente».
Hay mucho por aprender del choque de opiniones, del enfrentamiento con las preguntas incómodas y de la ardua batalla con los temas disruptivos. Al exponer ideas diversas y examinarlas bajo una luz crítica, no sólo fortalecemos nuestras convicciones, también abrimos las puertas a un entendimiento más profundo de los problemas de género. Hoy decido remar hacia esa incomodidad, salir del confort de lo convencional y adentrarme en uno de los desafíos más prominentes del feminismo en la actualidad, pues, en ocasiones, en los contrastes y las contradicciones yacen los caminos hacia la comprensión y la transformación.
En este continuo viaje hacia la confrontación ideológica, surge una pregunta crucial: ¿cómo abordar la interacción entre la discriminación de género y otras formas de opresión? La respuesta más frecuente se dirige hacia el horizonte analítico de la interseccionalidad.
Si bien, muchas voces antes exploraron las ramificaciones imbricadas de las diferencias y matrices de opresión, fue Kimberlé Crenshaw quien acuñó el término «interseccionalidad». La autora desafió un supuesto más arraigado que las raíces de un viejo sauce: todas las mujeres comparten una experiencia uniforme de opresión. Crenshaw clavó su bandera teórica en la siguiente premisa: aunque el racismo y el sexismo se entrecruzan fácilmente en la vida de las personas, rara vez lo hacen en las prácticas feministas y antirracistas. Por tanto, para Crenshaw, las experiencias de las mujeres de color son a menudo el resultado de patrones entrelazados de racismo y sexismo. De acuerdo con esta nueva mirada a un problema de siempre, es necesario un marco para descubrir las relaciones entre dimensiones coexistentes y sistemas conectados de opresión.
Lo que hizo Crenshaw fue identificar un sesgo en la implementación de medidas afirmativas de género y raza. Luego lo fundamentó teóricamente. Observó que la aplicación aparentemente efectiva de estas acciones excluía a las mujeres negras, pues las cuotas para mujeres eran cubiertas por mujeres blancas y las cuotas para personas racializadas eran ocupadas por hombres negros. Esto nos lleva a recordar la pregunta planteada por la famosa abolicionista Sojourner Truth desde 1851: “¿acaso yo no soy una mujer?”. En el planteamiento cavado por Crenshaw podríamos añadir la siguiente pregunta: “¿acaso no soy negra?”
En palabras simples, no es posible ponernos a todas en un mismo barco, como si nuestras historias y rutas no fueran diferentes, cada una matizada por nuestras vivencias, cuerpos y contextos. Cuando hablo de estos temas públicamente, lanzo a la audiencia la siguiente pregunta: ¿creen que es la misma discriminación que sufro yo como mujer, a la que sufre una mujer indígena, racializada o empobrecida? Inmediatamente obtengo respuestas negativas, porque no es posible medirnos a todas con la misma vara.
El género no es la única dimensión social que nos atraviesa. En este mundo tan desigual, las opresiones se complementan mientras las discriminaciones se suman. En el seno del movimiento feminista, la interseccionalidad revela los «colores en el viento» y despliega un esquema de comprensión sobre la manera en que factores como la raza, la clase, la orientación sexual, entre otros, moldean las distintas experiencias de vida de las mujeres. No obstante, las formas de prejuicio se nutren de una estructura multifacética, por tanto, ver y desafiar un solo aspecto del problema, como intentar contener la furia del río con un puñado de arena, resulta insuficiente. Aunque esta solución es poderosa, también es compleja, lo cual nos recuerda lo intrincado del camino.
La problemática se origina en la misma raíz de los feminismos, cuya propuesta inicial consideró a las mujeres como sujetos universales desde perspectivas privilegiadas. Como resultado, la brújula teórica del feminismo vició su orientación con sesgos epistémicos y, posteriormente políticos. Esta falla, al ignorar a las personas de los márgenes establecidos por la misma hegemonía, desvió drásticamente la embarcación de la igualdad. Esto podría parecer distante y antiguo, pero no lo es, porque es el feminismo heredado por nosotras a través de la colonización y la fuerza del eurocentrismo.
Aunque la interseccionalidad tiene sus problemas y limitaciones, el desafío es, como dice Nina Lykke, entenderla como “un lugar discursivo donde diferentes posiciones feministas se encuentran en diálogo crítico o de conflicto productivo”. Desde la teoría, esto exige desafiar determinadas nociones tradicionales y construir otras, así como orientar las investigaciones hacia otros dominios del conocimiento. Desde la metodología, implica recopilar y analizar datos a través de procesos que reflejen la diversidad, o bien, recurrir a herramientas metodológicas distintas. Desde la práctica, requiere enfrentar las tensiones para que éstas no desdibujen los objetivos comunes, ni los objetivos específicos y para que no configuren nuevos escenarios de discriminación. Debemos reconocer que las luchas por la igualdad no deben abordarse de forma aislada ni superficial, sino desde una mirada imbricada y profunda.
Aunque existan diversas críticas a esta visión y siempre haya espacio para la mejora y el crecimiento, la interseccionalidad no debe tratarse como una amenaza interna ni externa, sino como el punto de partida para una propuesta enriquecedora a los problemas de nuestros tiempos. Esto, parafraseando a Bell Hooks, no significa que debamos abordar el feminismo desde la misma perspectiva. Significa que tenemos una base comunicativa, y que nuestros compromisos políticos deberían llevarnos a hablar y luchar de forma estratégica.
La interseccionalidad implica escuchar las notas de una composición de identidades y opresiones entrelazadas que, en su complejidad, forman una pieza única. En un momento que invita a «unirte a la voz de las montañas» en un coro por la igualdad, no debemos olvidar la belleza de cada una de nuestras notas ni la existencia de distintas melodías. Debemos reconocer y honrar la diversidad de experiencias y desafíos enfrentados por diferentes grupos de mujeres. Hay que encontrar modos de abordar los conflictos con el fin de minimizar la posibilidad de que adopten una forma antagónica.
Digo esto, no para desacreditar el trabajo del feminismo hegemónico, más bien, parafraseando a Mercedes Funes, para poner el dedo en su llaga dogmática. Mi intención es voltear la mirada hacia la necesidad de la autoevaluación. La propuesta, abrir las puertas a los feminismos críticos e imbricados: al anticapitalista, antirracista, antietnocentrista, antiheteronormativo, antiinstitucional, interseccional, decolonial y otras directrices teóricas similares que ofrecen distintas perspectivas. Hago énfasis en el feminismo decolonial porque, al igual que la película referida a lo largo de estas líneas, aunque problemática en muchos aspectos, nos recuerda la gran amenaza representada por la colonización y la urgencia de dejar de romantizarla. El feminismo decolonial complejiza los otros feminismos críticos y se convierte en una propuesta sumamente interesante, la cual avanza firme, «como el ritmo del tambor», especialmente en nuestra región.
El objetivo de esta apertura es nutrir la deconstrucción permanente. Sin duda, la diversidad de enfoques y la inclusión de diferentes voces son esenciales para construir un proyecto más sólido y efectivo. En un mundo en constante evolución, nuestro compromiso con el feminismo no puede quedarse atrás. Hemos avanzado tanto, no podemos permitir que nuestros movimientos se estanquen en aguas unidimensionales de emancipación. Si no son para todas las mujeres, los derechos de las mujeres no son derechos. «Abre el corazón y lo entenderás».
Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad exclusiva de su autora y no necesariamente representan la postura de La Costilla Rota.
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