El fraude a la paridad en San Luis Potosí

Pero el caso de San Luis Potosí que va a presentarse en otros lugares de México es un fraude a la paridad y un nivel renovado de cinismo avalado por las autoridades, en tanto simplemente se pasa de largo de la existencia material y jurídica de las mujeres.

por Claudia Espinosa Almaguer

Por Claudia Espinosa Almaguer

El pasado 8 de abril, el Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) emitió una nota sobre los acuerdos de su sesión extraordinaria en la que afirmó haber revisado a detalle la paridad vertical, horizontal, referidas a la obligación de los partidos políticos de postular en elecciones para ayuntamientos el 50% de candidaturas de cada “género” de manera alternada y de postular planillas encabezadas en un cincuenta por ciento de candidaturas de mujeres. En conclusión el Consejero Juan Manuel Ramírez García, comentó:

«Una vez que las candidaturas tengan su registro se publiquen de forma amplia, para que la ciudadanía conozca si éstas pertenecen a un grupo en situación de discriminación y el género por el que fueron registradas, dada su trascendencia y sobre todo para que las mujeres y  las personas de la comunidad de la diversidad sexual o  si alguna persona se considere agraviada, pueda llevar a cabo las impugnaciones competentes, ya que al ser la primera vez que se aplican estos lineamientos sería lamentable que fueran ocupados por personas que no pertenecen a estos grupos.

Sin embargo, el pasado 9 de abril la periodista Fernanda Durán del medio Astrolabio, publicó una nota que al día de hoy lleva 25069 visitas denominada: “Hombres se registran como mujeres para obtener candidaturas en San Luis Potosí”. Estos tres registros se presentaron ante el CEEPAC por el municipio de Venado a José Reyes Martínez Rojas, en Villa de Arista a Daniel Alfonso Zavala de la Rosa, ambos del Partido Verde Ecologista (PVEM) y en Ahualulco a Saulo Morales Guerrero del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Algo se ha discutido en medios de comunicación del Estado que este órgano vigilante del sufragio ciudadano y la legitimidad democrática ni más ni menos que en su propia cuna, San Luis Potosí, sea tan laxo y que del mismo modo en que sucede con otras autoridades como el mismo Instituto Nacional Electoral, no distinga entre hombres y mujeres, dejando a la ciudadanía la responsabilidad de proteger sus propios derechos políticos contra un poder que usa la violencia y la intimidación cuando algo no se hace conforme a su voluntad, no en vano guardan silencio.

De acuerdo a la Dra. Amelia Valcárcel la lucha del movimiento feminista por la paridad se produjo durante los años ochenta y lo define de forma clara: es tener la mitad de todo. Si ya habían quedado atrás las acusaciones de falta de voluntad o de capacidad, pero sí ese techo de cristal que encima de cada mujer impedía alcanzar los espacios de poder, la paridad como un resultado del feminismo, está destinada a garantizar la participación de las mujeres en el ámbito de lo público y político.

Desde su perspectiva no es discriminación “positiva” fijar el 50% de una lista electoral para mujeres en tanto es una exigencia de imparcialidad que de no asegurarlo permitiría la discriminación de toda la vida, es decir, demandar paridad es exigir imparcialidad: que tu sexo no opere en tu contra.

Advierte desde luego las perversiones del sistema de cuotas en términos cuantitativos y cualitativos, y México es un buen ejemplo de las prácticas que denuncia: cuando comenzaron a obligar a la paridad a los partidos políticos primero dijeron que las mujeres no querían, cuando muchas de ellas llevaban décadas exponiendo sus vidas en las actividades operativas de las campañas sin que se les diese ninguna oportunidad. Luego si que dieron espacios, pero a mujeres sin agenda, sumisas o familiares suyas que renunciaban y les dejaban los espacios.

Pero el caso de San Luis Potosí que va a presentarse en otros lugares de México es un fraude a la paridad y un nivel renovado de cinismo avalado por las autoridades, en tanto simplemente se pasa de largo de la existencia material y jurídica de las mujeres. Desde hace tiempo en más de una institución gubernamental arribaron las ideas suministradas desde los Estados Unidos y Europa de que los varones pueden autodeterminarse mujeres y para este fin concreto, quedarse con candidaturas que no les pertenecen.

En estos días incluso columnas como la Cábala de Adriana Ochoa señalaba que no se esperaba de estos señores que regalaran imágenes como el cantante Sam Smith quien suele maquillarse y que en su defecto había que remitirse al registro de electores para verificar el “género” de los candidatos si eran (M) mujeres, (H) hombres o (X)  “No binarios”.

Sin embargo en el análisis originado por el movimiento feminista (y en cualquier clase básica de biología) está el sexo, que en la especie humana se divide en dos: si el cromosoma es XY estamos ante un varón y si es XX ante una hembra, es decir una mujer, la única que puede ocupar un espacio político destinado a ella.

Así que si la “autodeterminación”, trae aretes, tacones, maquillaje o no de por medio y con ello les abren paso, eso es afirmar que ser mujer es cubrir todos estos estereotipos de género cuando no es así, no sólo porque sexo no es género, sino porque culturalmente cada uno de estos prejuicios representa un bagaje, un cautiverio insoportable que por lo menos ha impedido a las mujeres el alcance del reconocimiento de sus derechos y por lo más les ha costado la vida.

Desde 2018 el Comité de la CEDAW reconoció a México el aumento de la participación de las mujeres en la vida política y pública, la creación de observatorios y el mayor número de mujeres elegidas para cargos pero solicitó al Estado que adoptara medidas para combatir las prácticas discriminatorias de iure y de facto de los partidos políticos.

Allí caben perfectamente estos actos de prestidigitación, esta burla a la ciudadanía, particularmente a las 1 449 804 mujeres que habitamos el Estado, más de la mitad de hecho, ese 51.4% de la población a quienes nos quieren ver la cara de imbéciles.

Claudia Espinosa Almaguer  

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