Por Núria González López
Hemos vuelto a los tiempos del oscurantismo. La evidencia científica y la realidad material son perseguidas por la ideología “trans-generista”, institucionalizada por el anterior gobierno desde el ministerio de Igualdad dirigido por Irene Montero, con el beneplácito tanto del presidente Pedro Sánchez como de los tropecientos ministros que lo formaban entonces. Ahora, la digna sucesora de Montero, Ana Redondo, continúa arduamente con dicha labor, y no pierde ocasión de demostrarlo.
Muchos de ustedes pensarán que eso no les importa, que no les afecta y que lo hay que hacer es hablar de las cosas importantes, pero yo les pregunto cómo va a ser posible distinguir las cosas importantes de las superfluas si resulta que lo que es ya no es y es otra cosa, y tampoco sabemos cuándo va a dejar de serlo para convertirse en otra cosa, porque todo va de autopercepción.
Les pondré un ejemplo. Imaginen que en una televisión pública autonómica quieren entrevistar a alguien para hablar de un fraude cometido por una empresa dedicada a fabricar tintes para el pelo y que tinte que vendían como negro azabache, al aplicarlo en realidad es verde limón, y hay un montón de gente afectada. Para abordar tal tema, la cadena decide entrevistar al presidente de afectados y afectadas por el pelo verde porque dice tener una gran melena donde se ven los efectos del tinte fraudulento.
Todo preparado en directo para conectar con el señor de la melena verde y el presentador da paso al invitado estelar. Sin embargo, en lugar de el poseedor de melena leonina tono increíble Hulk, aparece en la pantalla un señor absolutamente calvo, calvo brillante sin un solo pelo. Al pobre presentador lo primero que le asalta es el terrorífico pensamiento de que el tinte no sólo deja el pelo verde sino que ¡hace que se caiga el pelo! y, muy educadamente, le pregunta al entrevistado por su melena maltrecha.
El entrevistado aclara al presentador que su melena está donde siempre y que, si él no es capaz de verla, en realidad loque está cometiendo es un delito de “melenudofobia” ya que él es un melenudo, porque así lo siente en su calva brillante.
La cosa termina con el presentador haciendo la entrevista más rara de su vida y con la directora de la cadena llamando al señor de la melena invisible para pedirle disculpas por no haber sabido ver su pelazo autosentido.
Esta historia, que cualquier parecido que guarde con cualquier realidad acaecida esta semana con cualquier televisión es pura casualialidad, no va ni de odio por los calvos ni de discriminación a los melenudos. Va de obligar a la sociedad a idiotizarse y a comulgar con ruedas de molino.
Porque les aseguro que a nadie nos importa regalar una garrafa de cinco litros de acondicionador para su melena invisible a quien le haga ilusión tal cosa, e incluso quedar una tarde para hacernos rastas imaginarias con quien no tiene ni un pelo de tonto. Nos da igual. Pero lo que no vamos a tolerar es que nos obliguen a afirmar que un alopécico no lo es, por mucho que quiera que le llamemos “Trencitas” con todo el cariño del mundo.
Casi 400 años después de aquel Eppur si muove, tenemos que volver a retomar a Galileo porque, y sin embargo, un calvo es un calvo.