Por Núria González
Hace falta ser muy bruto y muy macarra para tener representantes públicos de ese calibre en el partido que manejas con mano de hierro y que no te moleste.
Hace un poco más de una década, cuando la vida me brindó la divertidísima oportunidad de “hacer las américas”, por esos mismos avatares del destino , tenía yo información directa y muy precisa de gran cantidad de políticos latinoamericanos de muchos países y específicamente, de cómo se desarrollaban sus respetivas campañas electorales para optar a todo tipo de cargos, desde presidentes de repúblicas a gobernadores, alcaldesas o diputados.
Supongo que no recordarán a Hipólito Mejía. Es un señor de unos 80 años que fue presidente de la República Dominicana entre el año 2000 y el 2004. Luego perdió y volvió a intentarlo por allá por 2011 que fue cuando yo tuve conocimiento más cercano de su existencia. De esa información recuerdo dos cosas, a saber.
Una, el “jingle” de la campaña electoral en el que versionaron el famoso “Dansa Kunduro” para rebautizarlo como “Papá ta duro” para referirse al candidato. Gracias a la tecnología, aún pueden disfrutar de esa obra de arte del márketing político en YouTube.
Y la segunda, la frase que me ha repiqueteando en la cabeza durante las últimas 72 horas. Verán. En cierta ocasión, ante decenas de personas, dicen que Mejía, mirando con desdén a un grupo de conciudadanos que le gritaban en la calle durante un acto de su campaña electoral, sentenció lo siguiente: “El plátano embrutece”.
No es baladí que un candidato a la presidencia diga semejante cosa en un país en el que de media se consumen casi siete millones de plátanos al año, a razón de 250 plátanos al año por habitante dominicano. Y el ex presidente tenía claro que ese consumo tan singular de la citada fruta tropical era la culpable de la falta de “finura” de algunos de sus potenciales votantes.
Bien, pues ahora estoy bastante segura de que, siguiendo la sabiduría popular de Mejía, determinados representantes públicos del PSOE deben ser igual de aficionados al plátano que los dominicanos o incluso más.
Lo digo porque es difícil ser más bruto de lo que fue que Óscar Puente en el atril del Congreso de los Diputados el pasado martes, intentado sacar de sus casillas a todo bicho viviente que lo estuviera viendo, incluida yo misma, y que mantenga el seso sin sorber. Bruto, maleducado, y bastante simple, tanto como para tener que recurrir a una peli de dibujos para “ilustrar” su insoportable dialéctica.
Otro que también debe ser aficionado a la banana caribeña es el tal Daniel Viondo, del cuál yo no sabía nada hasta ayer, justo cuando vi darle unas «cachetadas» a Martínez Almeida, el alcalde de Madrid. También hay que ser cantidad de bruto para hacer tamaña grosería, violenta y chulesca, que se le atraganta al íntimo del presidente Sánchez, pues tal es su mérito para haber ocupado, antes, un asiento en la Asamblea de Madrid, y ahora uno de concejal en el ayuntamiento de la capital.
«Tocarle la cara a alguien” no lo veíamos así en cámara desde las pelis de cine quinqui del Vaquilla que, personalmente me encantan pero en su escenario natural, no en las diversas sedes de la soberanía nacional. Ahí da más miedo que otra cosa.
Y todo esto me hace pensar que el plátano también debe ser un elemento habitual en los menús presidenciables del palacio de la Moncloa, porque hace falta ser muy bruto y muy macarra para tener representantes públicos de ese calibre en el partido que manejas con mano de hierro y que no te moleste.
La pandilla macarrilla, o más bien, del macarrilla, que ni siente ni padece si no nota que se le resbala la silla. Estoy segura que él también se ve como un «Papá bien duro», como en la canción de campaña de don Hipólito Mejía.
Dicho esto, no me queda más que recomendarles no hacer mucho caso del presidente Mejía y sigan disfrutando del maravilloso plátano de Canarias sin miedo. La brutalidad no se ingiere por vía oral. Tan es así que he visto primates en zoos mucho más educados que a algunos de sus “señorías” que habitan en el Congreso de los Diputados.
Dibujo original de Pepe Farruco