Por Núria González
Lo que le ha pasado a Alfonso Guerra esta semana es una prueba irrefutable de que nunca es tarde para aprender. Y de que, aunque sea una de las cabezas más privilegiadas que ha existido y existe en la historia política de nuestro país, en el momento más inesperado, te puede caer una cura de humildad gigante.
Y el resultado del error de principiante cometido por un maestro de la palabra como Guerra en una entrevista de promoción de su nueva obra ha sido un desastre absoluto. Nada menos que el total borrado del contenido de la reaparición de Felipe González y Alfonso Guerra, en la presentación de su libro “La Rosa y las Espinas”, también ocurrido esta semana, en un momento en el partido socialista agoniza ante la megalomanía de un líder mesiánico y salvador, sobre el que ya nadie duda de que su único proyecto es el poder en sí y su perpetuación en el mismo.
En esa entrevista, Guerra erró, con un fallo que denota lo alejado que está don Alfonso del mundo que nos ha tocado vivir en cuanto a comunicación se refiere.
No me cabe en la cabeza que esa mente privilegiada no valorara que, en un evento de ese calibre, toda la “prensa” malformada al servicio del poder no iba a estar esperando el más mínimo desliz para soterrar lo que allí se estaba denunciando, que es el desmembramiento absoluto del estado de derecho al que estamos asistiendo, y se le ocurriera espetar el estupidísimo comentario sobre la afición a la peluquería de la vicepresidenta Yolanda Díaz.
El tamaño del regalo que Guerra le hizo al periodismo sicario ni ellos mismos se lo podían creer. Yo quiero pensar que tal patinazo es más fruto de la soberbia del ex vicepresidente del gobierno Alfonso Guerra, que no de una incipiente chochez mental. Y la soberbia, en este caso, se castiga con una cura de humildad que él no supo dimensionar que se daría, puesto que el cometario en sí es una memez.
Las mujeres pasan tiempo arreglándose y los hombres también. Y es un hecho comprobable que la producción de imagen diaria a la que se somete la vicepresidenta Díaz para intentar parecerse cada vez más a la versión fake de Sarah Jéssica Parker debe costarle tiempo y también mucho dinero.
No seré yo quien critique que a la vicepresidenta le guste arreglarse y verse bien, puesto que soy la primera a la que le gusta exactamente lo mismo. Y ojalá mis amigas y yo tuviéramos el dinero suficiente para poder irnos cada semana a un spa a recibir todo tipo de tratamientos, si fuera eso lo que nos apeteciera.
Pero señalar eso, que te arreglas y que inviertes tiempo y dinero en ello no me parece ni de lejos criticable. Eso sí, muchas veces he oído comentarios al respecto de lo guapo y cachas que está nuestro señor presidente o del extraño caso de Borja García Semper y su habilidad para mantener ese moreno estilo Julio Iglesias en Madrid a estas alturas del mes de septiembre, sin que ello haya sido magnificado ni criticado por la prensa.
El error garrafal de Guerra ha sido convenientemente amplificado para convertirlo en uno de esos casos en los que cuando todo es machismo, nada lo es. Ciertamente existe el tufillo del rancierío machín en las palabras de Guerra, pero nada nuevo bajo el sol. Lo he visto insultar a otros muchos con muchísima más vehemencia y acierto.
Pero lo que no vi esa brillantez intelectual que otrora derrochaba, dejándose atrapar así en semejante emboscada que le ha hecho perder a Alfonso, la que pudiera ser, su última guerra.
Dibujo original de Pepe Farruko