Por Núria González López
Es increíble que se puede producir la “colonización económica” por parte de estos regímenes a la mayor empresa española encargada de las comunicaciones y vital para la seguridad nacional. La única duda es si esto pasa por una insoportable desidia o por una no menos insoportable corrupción.
Nuestros amigos del petrodólar han vuelto. Igual que en aquellos veranos noventeros en los que el Rey Fahd desembarcaba en Marbella repartiendo propinas en forma casi de piedras preciosas a los lugareños, que hacían cola en la puerta de su mansión (una réplica horterísima de la Casa Blanca), a la espera de ser contratados para ser parte del séquito real haciendo lo que fuera.
Este verano loco ya casi extinto de 2023, que nos ha dado bastantes más disgustos que alegrías, nos tenía una penúltima sorpresa reservada, en nada poco relevante.
Resulta ser que Saudí Telecom se ha hecho accionista mayoritaria nada menos que de Telefónica. Y lo ha hecho a “la chita callando”, comprando pequeños “paquetitos de acciones” hasta que se ha hecho con el máximo de capital posible para que no saltara la supuesta alarma “antiopas” que se presupone que actúa desde el Gobierno cuando se detecta un intento de compra masiva de acciones de empresas que se consideran estratégicas o de especial interés.
Y a mí, en esta era de la comunicación ultrarrápida y fugaz, se me ocurren pocas cosas más interesantes que controlar la empresa más grande del sector del cuarto país más grande de Europa y uno de los de mayor importancia estratégica en las relaciones con el mundo árabe.
Y nadie se ha enterado de nada. La Comisión Nacional del Mercado de Valores no se enteró de nada. La ministra Calviño no se enteró de nada. El presidente de Telefónica también estaba en Babia. O eso dicen todos, porque, hay que reconocer, que desde que se le “perdió” el móvil en Marruecos a nuestro presidente Pedro Sánchez, nuestra relación como país con el mundo árabe parece el guion de un capítulo de “Black Mirror”, todo raro, raro, raro.
Quién sabe, igual ahora que todas nuestras comunicaciones, llamadas, emails, mensajes y nuestras redes sociales están en manos de una dictadura sangrienta, pero de esas que se llevan tan bien con nuestra familia real, tenga a bien el nuevo CEO que vayan a nombrar, en un acto de “buena voluntad” saudí inicial, revelarnos, al fin, el contenido de los miles de archivos que había en aquel teléfono que han hecho cambiar toda la política exterior española, para que no veamos vaya usted a saber el qué.
La verdad es que, por este particular, si yo fuera Pedro Sánchez no estaría muy tranquila, sabiendo como se las gasta la familia real saudí cuando le tocan las palmas y no es de su agrado, tal y como exhibió impunemente su príncipe heredero, Mohamed bin Salman, cuando no tuvo el menor reparo en mandar 15 gorilas de su guardia personal a matar y descuartizar al periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudí en Estambul. Quizá sea esa una de las razones por las que no saltó ninguna bandera roja mientras Saudi Telecom se hacía con el control de Telefónica, una empresa directamente relacionada con la seguridad nacional por obvias razones.
Porque es bastante increíble que se pueda producir esta “colonización económica” por parte de regímenes de comprobada eficacia en su violación constante de los derechos humanos más básicos, de empresas que tienen parte activa en la vida diaria de toda la ciudadanía, nada menos que en las comunicaciones. La única duda es si esto pasa por la instauración de una insoportable desidia o una no menos insoportable corrupción.
Puede que lo próximo sea el lanzamiento de una nueva versión saudí del programa Pegasus. O que empecemos a ver anuncios de Telefónica donde las mujeres, todas telefonistas, aparezcan felices con hiyab. O que acaben rebautizando a la empresa como “Khashoggi Telecom”, porque estamos en Europa y hay que aparentar ser muy civilizado. Total, ya…