Año Nuevo:  Los Propósitos como Artillería de Autodestrucción

Hoy me atrevo a proponer a las personas lectoras rebelarse contra todas aquellas prácticas e ideologías con matices opresivos y, desde mis vivencias, comparto algunos ejemplos de propósitos redefinidos en los últimos años a partir de mis aprendizajes feministas

por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

Por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

Aunque sería atrevido asumir la homogeneidad de los rituales para festejar la entrada de un nuevo año, pues, éstos varían de conformidad con el contexto y adoptan formas tan particulares y endógenas que cambian de familia en familia y de generación en generación, no resulta tan arriesgado afirmar lo siguiente: algunas de estas formas de celebración trascienden épocas, fronteras y religiones.
La tendencia de dar la bienvenida a una página de vida en blanco; a través de ritos, costumbres y festividades, es fuerte a lo largo del mundo y no es ajena a la cultura mexicana. Nuestro consciente colectivo vive hambriento de oportunidades para cerrar ciclos, comenzar nuevamente y hasta buscar expiaciones atrapadas en el limbo del tiempo y el espacio. No es de sorprender, entonces, que una de las prácticas habituales más ubicuas en este periodo transicional sea realizar propósitos destinados a proyectar transformaciones, afirmaciones y decretos para empezar el año de la mejor forma.
Una de las teorías sobre los orígenes de esta usanza se remonta al festival Akitu de la antigua Babilonia. De acuerdo con las investigaciones separadas de Carlos Fernández y Miriam Soler, Akitu era un ritual religioso mesopotámico celebrado para implorar la renovación política de la monarquía y el rol ceremonial del clero en el marco de un año nuevo -no establecido como una fecha astronómica, sino en relación con los ciclos estacionales vinculados al mundo agrario y rural-. La tradición se asocia con dicha ceremonia, gracias a las promesas efectuadas a las divinidades en búsqueda de la imposición del orden
sobre el caos. Y, ¿adivinen qué?, independientemente de su procedencia, se trata de una costumbre prevaleciente en nuestra época y, como la mayoría de las prácticas y tradiciones -si no es que todas-, los propósitos de año nuevo pueden estar fuertemente cargados de elementos de género, los cuales, si no identificamos, podemos internalizar, normalizar y reproducir. Repensar el trasfondo y replantear los objetivos de nuestros propósitos con un enfoque feminista es, entonces, un acto de rebeldía en sí mismo.
En este sentido, hoy me atrevo a proponer a las personas lectoras rebelarse contra todas aquellas prácticas e ideologías con matices opresivos y, desde mis vivencias, comparto algunos ejemplos de propósitos redefinidos en los últimos años a partir de mis aprendizajes feministas:
1. Bajar de peso. Durante muchos años, este objetivo encabezó la lista de mis propósitos y, me aventuro a pensar que el de la mayoría de las mujeres, pues, sin importar nuestras formas, tamaños o medidas, crecimos en una cultura orientada a hacernos odiar nuestros cuerpos.
Es triste, en lugar de enseñarnos que existen distintas figuras y todas son válidas y hermosas, el mensaje hegemónico se centra en un prototipo de belleza y miles de estrategias -muchas de ellas dañinas y circulares-, para lograr el “peso ideal”. Estos estereotipos, junto con todos los relacionados con el imaginario de “belleza”, pueden conducir a los oscuros caminos de los desórdenes alimenticios, la depresión o la pérdida de autoestima y, continúan configurándose como una forma de
opresión con afectaciones diferenciadas y/o desproporcionadas para las mujeres en razón de género. En la actualidad, mi propósito es incrementar la aceptación y el amor por mi cuerpo más allá de los estigmas, así como mejorar mi relación con la comida lejos de la cultura de las dietas, sin culpas, restricciones o correctivos, con la intención de nutrir tanto mi cuerpo, como mi alma con los alimentos. Ahora, dirijo mis esfuerzos a construir un cuerpo más sano, no simplemente uno más
delgado.
2. Hacer más ejercicio. Este propósito se relaciona fuertemente con el anterior, pues, mucho tiempo, el objetivo de incrementar mi actividad física estuvo relacionado con la pérdida de peso instigada por los estereotipos de belleza enfocados a un resultado de báscula o cinta métrica, incluso, a lo largo de los años, hay actividades que cobran popularidad en función exclusiva de la quema calórica. Y así, perdiendo de vista lo importante, me inscribí, sufrí y pagué una cantidad enorme de clases aeróbicas y anaeróbicas para bajar de peso o “definir” mi cuerpo -sí, usamos ese tipo de expresiones, como si sólo existiera una forma correcta de definición corporal-. Hoy, mi aspiración en torno al ejercicio es incluirlo como uno de mis hábitos porque es bueno para mi salud física y mental. Me propongo hacerlo sin prisa y con gusto, no como castigo o por obligación. Por fin entendí cuál es el mejor ejercicio del mundo: el que disfruto. Ahora, me muevo porque deseo un cuerpo más fuerte, resistente y funcional, no un cuerpo más “estilizado”.
3. Obtener mejores calificaciones/ser más productiva laboralmente. Al igual que los anteriores propósitos, este último se esconde bajo el disfraz de la autosuperación y las buenas intenciones. Pudiera parecer una meta fructífera, pero, bajo la inspección de la luz violeta, es fácil develar la finalidad oculta detrás de ese decreto: la etérea e inasequible “perfección”, acompañada de su entrañable secuaz machista “la competencia femenina”. El designio era ser perfecta o, cuando menos,
superar a las demás. No se trataba de ser mejor persona, ni de crecer intelectual o profesionalmente, sino lograr encajar en ese estereotipo de perfección impuesto por la sociedad y fomentado por la competitividad destructiva entre mujeres inherente, de nuevo, a estereotipos de género.
Actualmente comprendo bien que las calificaciones son sólo un número, el cual, no me define. Además, el valor de la escuela no sólo está en los aprendizajes, sino también en cómo se aprovechan: el conocimiento no sirve de mucho si no se puede compartir. Asimismo, dejé de ver a otras mujeres como enemigas y a esforzarme por construir puentes desde la
empatía y la sororidad, con compasión, apertura y tolerancia, desafiando el sexismo y la misoginia internalizada. Hoy, no quiero mejores calificaciones, quiero aprender más, para enseñar más. No quiero aventajar a las demás, quiero ser la mejor versión de mí misma para fortalecer redes de mujeres dispuestas a desmantelar atmósferas patriarcales.   Con estas experiencias personales, intento transmitirles lo siguiente: muchas veces, las prácticas o las nociones en sí, no deben ser eliminadas o rechazadas tajantemente, pero sí es fundamental cuestionar severamente su trasfondo, para después rediseñarlas o redirigirlas, porque en culturas machistas como la nuestra, tienen el potencial de convertirse en armas de autodestrucción o, inclusive, de destrucción masiva. Les deseo un año lleno de cuestionamientos, deconstrucciones, resistencias, reconciliaciones y amor propio. ¡Les deseo un 2023 muy feminista!

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