Ese lunes por la tarde me atreví a salir de mi habitación, juro que solo fue por un instante, llevaba muchos días asfixiándome allí, mis propios reproches por estar enferma rebotaban día y noche en esas cuatro paredes, no podía más.
Me senté a la mesa con mis papás pese a las estrictas órdenes de muchos médicos: -REPOSO ABSOLUTO- o pone en riesgo su vida y la del “producto”, no había tiempo para que me ardieran esas palabras de nuevo, a mi vuelta intenté sentarme en la cama, pero un chorro de sangre bajó incontenible por mis piernas, solo atiné a gritar: ¡Mamá, ayúdame!
Al entrar en la clínica solo mis quedos sollozos rompieron el silencio que se hizo entre la multitud de gente que debí atravesar para llegar a la diminuta entrada de urgencias, sentí sus miradas, advertí sus susurros, algunos eran augurios de tiempos mejores pero también había lastima, me quedé solo lo primero; de lo otro ya tenía bastante.
Hacía exactamente 32 años y 3 días, mi madre había estado en ese mismo lugar esperando mi llegada, conocía de memoria sus historias, las escuché miles de veces y entendí, como nunca, las mudas advertencias.
Ningún familiar puede estar aquí adentro contigo, quítate toda la ropa, ponte esta bata y súbete a la camilla, acomódate esta toalla y deja de llorar, ya vuelvo, sentenció llena de tedio una doctora visiblemente más joven que yo. Al volver venía con otro doctor, él en cambio, mucho mayor, ambos me castigaron con la severidad de sus miradas, me interrogaron, pusieron de a uno sus manos en mis entrañas y después de un ultrasonido, cual si yo no fuera nada, concluyeron frente a mí que no habían encontrado el latido del feto. Súbanla a labor, allá que se encarguen.
Dejaron las reglas claras: -No te quejes
-No llores
-No se te ocurra gritar

Para acabar pronto:
-NO SIENTAS NADA
Después de esos embates se asomó un poco de calma en forma de una persona, Juan, el enfermero que me tranquilizó, nada tenía que ver con su género, lo consiguió por tratarme como humana, por tenerme compasión. Me hizo reír diciéndome que tenía las venas de los brazos más ponchadas que globos de fiesta, estaban tan llenos de moretones por mis anteriores visitas a muchos otros hospitales que acabó canalizándome en la mano. No te preocupes, dijo, allá arriba saben muy bien lo que hacen.
Me encargó con uno de sus compañeros cual si fuésemos viejos amigos y me deseó éxito. En la sala de labor había 7 mujeres adoloridas que habían llegado antes que yo; pude verlas, escucharlas y sentirlas porque me sabía una de ellas y nuestra esperanza no dejaba tanto espacio para el miedo, que aún así estaba.

A las que lloraban las ignoraban, a las que se quejaban las regañaban, yo lloraba bajito, no podía evitarlo. ¡Cuánta sangre!
No sé de dónde salió pero recuerdo mi hilo de voz pronunciando : Ayúdeme por favor, Doctor, se acercó a mi ¿Qué tienes mi niña? Dijo lento y vio rápido mi expediente, eres Sweet Caroline? Como la canción. Asentí despacito. Estoy sangrando mucho… se disculpó por el tacto que tuvo que hacerme , y de nuevo otro ultrasonido, allí está, ¿lo escuchas? Es el latido de tu bebé, hay que apurarnos, no puedo atenderte yo mismo pero voy a mandar a alguien enseguida. ¿Qué podría disculparle? No podría agradecerle suficiente, él salvó nuestras vidas.
Tres médicos diferentes hablaban frenéticos. Cámbienla por completo. Hay mucha sangre. Atraviesa ya su alma con la epidural. Se desprendió su placenta. ¿Cómo es que siguen con vida?. Saquen a éste niño cuánto antes. Firma todos los consentimientos. Rápido. No olvides que estás gravemente enferma. Amarra sus manos. Estaba tan angustiada que no me habría movido un milímetro. Que rápido se desbordaron mis más profundos miedos y sin querer pensé con temor en el futuro.
Entonces lo escuché, apenas audible, su llanto era nuestra tregua, sentí su calor en mi pecho, alcance a besarlo, le dije en secreto todo el amor que le profeso y también le pedí ¡Si es lo que quieres, QUÉDATE, por favor!
Y así se lo llevaron, poco imaginaba que no iba a poder verlo sino tres días más tarde, diminuto en esa incubadora que fue su casa unos meses, desnudo porque no hay pañales para niños tan pequeños, lleno de tubos, uno alimentándolo cerca del corazón porque no podía hacer esfuerzos. Cuánto amor tuvimos de esas personas, qué fuerte el vínculo que formamos cuando con tantos esfuerzos nos devolvieron la vida.
Esa noche, de madrugada aquel Doctor volvió, exhausto, fue a verme a la sala de recuperación, hizo un diálogo breve antes de decirme que todo iba a estar muy bien, que quería saber cómo estaba antes de terminar su turno,. Tú bebé nació a las 11:11, es una hora especial igual que lo es él y puedes pedir un deseo. Ya lo he pedido, le dije. Entonces te será concedido, agregó…
Es extraño que no volví a verlo en todo el tiempo que pasamos allí mi hijo y yo, pero a él y a todas las personas que nos ayudaron tanto les escribo esto como homenaje para agradecer que con sus vidas, hicieron posibles las nuestras.

Foto de Pixabay de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/fotografia-en-escala-de-grises-de-un-bebe-sosteniendo-el-dedo-208189/

Loading

Comenta con Facebook

También te podría interesar

Todo el contenido de La Costilla Rota® es público y puede ser reproducido sin fines de lucro 

con el debito crédito. Para mayor información y contratación de publicidad, contáctenos: lacostillarotaoficial@gmail.com

Ir al contenido