Por la Mtra. Nuria Gabriela Hernández Abarca
«Hasta cuando voy a tener que vivir con miedo de que me pueda pasar algo y a mi familia y mi agresor sigue campante por la ciudad con el peligro de seguir haciendo daño», escribía en sus redes sociales en el mes de mayo Luz Raquel Padilla, quien hoy, ha sido asesinada de manera brutal al prenderle fuego en una plaza pública del estado de Jalisco.
Los mensajes de amenazas que marcaban las paredes del lugar donde ella habitaba con su hijo, señalaban con claridad el riesgo de ser asesinada, palabras como “te voy a matar”, “te vas a morir”, “te vas a morir machorra”; eran frases que más que ser solo eso, eran una clara amenaza que, de fondo, evidenciaba una gran cantidad de violencia, odio y misoginia.
Ella era la madre y responsables directa del cuidado de su hijo menor de edad, quien requería cuidados permanentes a partir de un diagnóstico de autismo severo.
Ella y su hijo eran constantemente amenazados de muerte por el hecho de realizar mucho ruido en las crisis de la condición médica de su hijo.
Ella, había comunicado, denunciado y exigido que se le hiciera caso sobre el miedo y los riesgos en los que se encontraban, el miedo que le provocaban las amenazas, pero sobre todo el riesgo inminente en el que se encontraba.
Todo era un mensaje, el de ella, pidiendo desesperadamente ayuda, y el del agresor, señalando y anticipando con claridad e impunidad su crimen.
Rita Segato, nos señala que “Si el acto violento es entendido como mensaje y los crímenes se perciben orquestados en claro estilo responsorial, nos encontramos con una escena donde los actos de violencia se comportan como una lengua capaz de funcionar eficazmente para los entendidos, los avisados, los que la hablan, aun y cuando no participen directamente en la acción enunciativa”.
Rita, señala con claridad que “cuando un sistema de comunicación con un alfabeto violento se instala, es muy difícil desinstalarlo, eliminarlo” y al parecer el mensaje es claro, la violencia contra las mujeres en esta sociedad es permisible, mucho más, cuando como autoridad no comprendes la gravedad de lo que pasa y pones en duda la denuncia de la víctima, o peor aún la ignoras.
Los mecanismos de denuncia contra la violencia, siguen siendo insuficientes en un País donde la víctima tiene que probar desde el primer minuto que lo es, donde su cuerpo tiene que ser una cartografía clara de señales de violencia para que las autoridades lo crean, donde los mecanismos patriarcales instalados en la política pública y las leyes, obligan a pasar por trámites burocráticos, y servicios públicos sin empatía, para narrar una y otra vez lo que le pasó, para que al final la respuesta sea: “aquí no es la ventanilla para atender ese caso”, o “ ¿está segura que la amenazo o golpeo?”.
Y así ese poder, el que llama Rita “el poder soberano” se afirma al sembrar el terror de lo que le pasó a Luz Raquel, pero de lo que le puede pasar a cualquiera de nosotras o las otras, dejando claro el mensaje y al mensajero.
Ese poder “se dirige con esto a los otros hombres de la comarca, a los tutores o responsables de la víctima en su círculo doméstico y a quienes son responsables de su protección como representantes del Estado”.
Ese mensaje, el del victimario, que les habla a los otros hombres y a la sociedad, con el fin a decir de Rita Segato,“de demostrar los recursos de todo tipo con que cuenta y la vitalidad de su red de sustentación”; parece confirmarle a esos hombres y a esa sociedad, que el silencio permisivo, la complicidad patriarcal, y la inactividad de las autoridades, son la triada perfecta; que “los pactos patriarcales, la invisibilización de la violencia pero sobre todo la nula sanción a la misma, siguen siendo una realidad, que deja como resultado muerte de miles de mujeres por año.
Las razones por las que las mujeres no denuncian las violencias que viven, son muchas, entre ellas la revictimización que se realiza en las instancias que deben de protegerlas o la falta de confianza en las autoridades.
Lo que no hemos comprendido es que estas dos acciones, constituyen claramente una forma de violencia institucional tan normalizada que no es sancionada, no es perseguida y las víctimas ni si quiera saben que existe.
El lamentable homicidio de Luz Raquel y la falta de seguimiento y posicionamiento de las autoridades respecto al tema; así como el manejo mediático del caso, nos siguen demostrando que no sólo es necesario la prevención de los delitos de género, y que lo verdaderamente importante, es la sanción a los responsables y a las autoridades omisas, que por resultado abonan a la cultura de la normalización de las violencias y a la tolerada ceguera social respecto al castigo que debe ser ejemplo para los victimarios y todos aquellos que deciden escuchar su mensaje.